Juan García Ponce y el privilegio de la mirada en el arte

Juan García Ponce y el privilegio de la mirada en el arte

Ángel Aurelio González Amozorrutia

Revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 47.

Juan García Ponce abordó en sus obras distintas vertientes, que van desde la literatura hasta la crítica de arte. Tuvo además un papel fundamental en la formación de la llamada Generación de la Ruptura.

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Juan García Ponce, 1981. Fotografía de Elisa Cabot, Flickr commons.

El poder de la belleza y la imaginación.
Ese es el derecho del arte.
Con él, en él,
Nos devuelve el derecho a la vida.

Uno de los escritores más importantes de la literatura mexicana en la década de 1960 fue el yucateco Juan García Ponce (Mérida, 22 de septiembre de 1932 – Ciudad de México, 27 de diciembre de 2006), conocido por su vínculo con las vanguardias literarias de esos años, y autor de obras importantes como: La casa de la playa (1966) y El gato (1974), entre muchas más.

No obstante que su trabajo literario estuvo centrado en la novela y el cuento, García Ponce se involucró en la escena pictórica de esos años, en un principio de manera casi “natural” –dado que su hermano Fernando fue uno de los jóvenes exponentes de la nueva estética que se ensayaba en la pintura nacional–, al escribir textos sobre una generación, la de la “ruptura”, que aspiraba a cambiar los cánones entonces vigentes. Este texto se centra en esa integración entre literatura y pintura manifiesta en sus escritos.

En un entorno de cambios sociales y políticos, el arte también hizo eco en diversas expresiones como la música, las letras, la pintura, el teatro y el cine. En cuanto al ámbito pictórico, Juan García Ponce analizó a la nueva generación de pintores, que buscaron nuevos caminos de expresión, a través de su texto Nueve pintores mexicanos.

Dicha generación irrumpió en México a mediados de la década de 1960; en ese momento un conjunto de artistas buscó nuevas rutas sobre el arte, lejos de la categórica sentencia de David Alfaro Siqueiros “No hay más ruta, que la nuestra”; donde los dogmas de la Escuela Mexicana de Pintura sobre el nacionalismo en el arte asfixiaba y censuraba todo quehacer artístico que no contribuyera a la exaltación del nacionalismo, donde el arte únicamente era un medio para la construcción de la grandeza de la nación. Los museos de la ciudad y el discurso estético del Estado se consagraban en difundir la obra de aquellos artistas que exaltaban los valores triunfantes de la revolución mexicana, un pasado indígena ensalzado como una utopía de orden perfecto de un pasado glorioso, y los ecos del muralismo, que había iniciado, en la segunda década del siglo xx, una cruzada en los edificios públicos bajo el apostolado de José Vasconcelos, secretario de Educación Pública, que respondió al momento histórico pero cuyo discurso, en cierta forma, se había agotado a mediados de la década de 1950.

García Ponce, de padre español y madre yucateca, pasó la niñez entre Campeche y el estado materno. En su Autobiografía precoz (1966), que le fue encargada por el crítico literario Emmanuel Carballo, junto con otros escritores como Salvador Elizondo y José Agustín, describe cómo fue formada su vocación hacia la escritura, ciertamente tardía de acuerdo con su propio testimonio, y cómo su infancia transcurrió en casas señoriales de amplios patios y, siguiendo las costumbres de la época, bajo el cuidado de su abuela, tías y nana. Estudió la primaria con los maristas en Mérida. Este ambiente se refleja en su obra El canto de los grillos, que en 1956 ganó el Premio Ciudad de México, siendo galardonado por el entonces presidente de la república Adolfo Ruiz Cortines, en un hecho que definiría su destino como escritor, mismo que lo alejó del destino que su padre le tenía reservado, continuar con la tradición de manejar los negocios familiares.

Muy joven se trasladó a la ciudad de México para estudiar Letras Alemanas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, donde entró en contacto con profesores y escritores. Cabe señalar que desde los años cuarenta se habían incorporado a ella varios intelectuales y académicos españoles, exiliados por la guerra civil, gracias a la generosa y valiente política de asilo que emprendió el presidente de la república, el general Lázaro Cárdenas del Río. Esta afluencia de escritores y filósofos, como José Gaos, Max Aub y editores como Joaquín Diez Canedo, por citar algunos, fue muy valiosa para la literatura y la crítica; también llegaron a México artistas como Leonora Carrington (con quien después Juan colaboraría en la mítica Revista S.nob de arte y literatura), Remedios Varo, Vlady, hijo de Víctor Serge, quienes también huyeron del fascismo; todos con clara influencia surrealista y de las vanguardias europeas, que eventualmente se confrontaron, en ciertos aspectos, con el discurso del arte de cuño nacionalista.

En la ciudad de México, Juan García Ponce entró además en contacto con escritores y artistas como José Emilio Pacheco, Carlos Monsiváis, Salvador Elizondo, José de la Colina, Sergio Magaña, Juan José Arreola, Rosario Castellanos, Juan José Gurrola, Juan Vicente Melo, que fueron llamados también la Generación de Medio Siglo o Casa del Lago.

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Para leer la entrevista completa, consulte la revista BiCentenario.

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