Manuel Larrosa Irigoyen
Arquitecto (1929-2016)
En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 66
El artista David Alfaro Siqueiros y los arquitectos Guillermo Rossell y Ramón Miquelajáuregui crearon esta obra que trata de la integración plástica entre la arquitectura y la pintura mural de la Escuela Mexicana, y celebra la marcha de la humanidad hacia la liberación social. Entrado el siglo xxi, las leyes de un mercado ignorante del aporte del arte a la sociedad, la han nulificado.
El muralismo del siglo XX mexicano surgió por iniciativa de José Vasconcelos, el ministro de educación que lo impulsó con aquella inicial energía político-social que tuvo la revolución, hasta el mandato de Lázaro Cárdenas y que dio frutos artísticos extraordinarios gracias al talento creador de los pintores y a la escala monumental de los muros receptores que provenían de la arquitectura de palacios, templos, conventos y otros edificios ya existentes.
A mediados del siglo XX llegó a México la revolución mundial de la arquitectura funcionalista con su estética iconoclasta. Los espacios arquitectónicos prescindieron entonces de la monumentalidad, de la decoración y de la incorporación a su estructura de obras escultóricas y pictóricas, pues con el apoyo de la geometría ascética y los recursos industriales se declaran autosuficientes para brindar belleza arquitectónica. La grandilocuencia espacial, que era imprescindible para el muralismo dedicado a exaltar la lucha por la redención social de las mayorías, no la ofrecía la nueva arquitectura. No obstante, se seguían produciendo murales auspiciados siempre por el gobierno y por algunos sindicatos que, realizados en edificios del funcionalismo, resultaron de poca calidad porque sus autores seguían la escuela de Diego Rivera y Juan O’Gorman, pero sin aportar nada que la enriqueciera. Otro factor para la declinación del muralismo lo constituyó la oposición de las generaciones jóvenes de artistas plásticos, que le declararon la guerra abiertamente. Además, a los arquitectos cultivadores de un refinado funcionalismo, les generaba rechazo la sola posibilidad de recibir un mural en sus edificios, y no les faltaba razón, pues los nuevos murales no tenían lo que las obras maestras poseen: integración con la escala de la arquitectura, imaginación, cultura referencial en el contenido y combatividad política, acompañadas de indudable calidad pictórica.
Esto marcaría el punto final del movimiento de la integración plástica. El caso del Polyforum Siqueiros es ejemplo del muralismo pictórico realizado en edificios funcionales contemporáneos proyectados para dicha integración, lo cual los distingue de todas las demás obras.
El Polyforum/edificio posee lo necesario para explorar y desarrollar un espacio de crítica que nos permita obtener recursos teóricos para enriquecer la cultura arquitectónica frente a la crisis de todo tipo que actualmente vive el país. No se trata de elogiar en lo formal esta obra arquitectónica, puede incluso no ser de nuestro agrado, lo que aquí se pondera es la enjundia cultural con la que fue realizada y que no se ha vuelto a aprovechar, no tienen la valoración cultural que merece y está ‒siempre lo estuvo‒ fuera de las reglas del mercado.
La aberrante proclama de Siqueiros: “No hay más ruta que la nuestra” quedó superada en lo aberrante por la que el escultor Sebastián lanzó con apoyo del gobierno y la iniciativa privada: “No hay más ruta que la mía”. Hoy, el arte público se limita a los anuncios de las tiendas OXXO.
Arquitectura nacional
Mi intención es hablar del Polyforum de un modo que no sea el del lugar común pues hace ya demasiados años que no se habla de arquitectura más que con las sílabas del vocabulario neoliberal: mo-ney, mo-ney, mo-ney.
Creer el día de hoy como en los tiempos del porfiriato que trayendo arquitectos del extranjero para realizar algunas obras públicas el país adquiere cierta pertenencia al mundo desarrollado es, para decirlo con alguna cortesía, una soberana tontería. El caso del Palacio de Bellas Artes sirve para ilustrar lo dicho. Los edificios mexicanos de Adamo Boari son apreciables en muchos aspectos, pero son expresiones de un estilo internacional, en este caso el de los siglos XVIII y XIX. La arquitectura, por más internacionalización que sufra, no dejará de reclamar su necesidad de expresar lo local.
Gracias a que la revolución interrumpió la terminación de lo que programáticamente sería sólo un gran teatro con salones para festejos de la clase dominante, se transformó en algo muy diferente, no por un mandato de algún predecesor del Fondo Monetario Internacional, sino por un nuevo programa arquitectónico-político. Recalco lo de arquitectónico pues resultó inteligentísimo: se dejó de importar el mármol de Carrara y en su lugar se aplicaron a pavimentos y muros una exquisita variedad de mármoles. provenientes de diversas partes del país.
Los muros recibieron, además, los tesoros de Tamayo, Rivera, Orozco, Siqueiros, González Camarena, Manuel Rodríguez Lozano y Roberto Montenegro, y sus dos escenarios lanzaron al mundo el ballet, el teatro, la música nacional; las salas de exposición mostraron el talento pictórico y escultórico, primero de los mexicanos y después de los artistas de todo el mundo; las salas de conferencias difundieron la palabra crítica e inteligente, así como la belleza aleccionadora de la poesía. ¿Qué nos dice esta preciosa muestra?: que la fuerza de la raíz nacional es más fuerte que la raíz trasnacional de cualquier época.
El edificio de Boari, de ser sólo el proyecto de un magnífico teatro se convirtió en un coloso infinitamente mejor que el teatro proyectado, pues, sin merma de ningún valor arquitectónico, pudo alojar con excelencia, gracias a la intervención de los arquitectos mexicanos, el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA).
El Polyforum, en cambio, difiere del muralismo tradicional en varios aspectos:
• No fue producto de un encargo del gobierno, sino de una iniciativa empresarial privada.
• Tiene una dimensión esculto-pictórica insólita de 8 000 metros cuadrados.
• La pintura no se hizo en andamios y pintada al fresco, sino prefabricada en un taller ubicado en Cuernavaca, sobre paneles articulados y con la experimentación de materiales sintéticos.
• No se aplicó a un edificio existente, sino a uno proyectado y ejecutado para ese fin.
• El programa del mural es ambicioso en temas y dimensiones. Abarca muros exteriores e interiores, las techumbres tienen tratamiento mural en el interior y al exterior; las rejas y los muros exentos también forman parte de la composición.
• La sala principal ofrece el espectáculo de la Marcha de la humanidad, una plataforma giratoria que permite recorrer los 360° del recinto, sin moverse de su lugar.
• La obra plástica está acompañada por un ensamble de luz y sonido.
• La pintura no es una piel de los muros, es su piel, su carne y sus huesos, si se elimina el organismo al que pertenece muere.
Hasta aquí las diferencias con el muralismo.
Obras y alma
El cuerpo de una cultura nacional lo constituyen sus habitantes y los recursos del territorio que les es propio. El alma es el cultivo que llevan a cabo los habitantes de dicho territorio, tanto de sus habilidades personales, como de los recursos que les ofrece el territorio; el alma es el principio que da forma y organiza el dinamismo vegetativo, sensitivo e intelectual de la vida, es decir de la cultura y de todos sus bienes. Pero hay que advertir que los bienes culturales no se reducen, como se ha considerado equivocadamente, a los productos literarios, musicales o plásticos. No, la cultura es aquello que comemos y bebemos, cómo lo hacemos, lo que cocinamos, valoramos y diversificamos; lo que leemos, lo que platicamos, lo que sembramos en los campos de labranza, lo que nos hace reír o llorar.
El trabajo es el sostén de la raza humana y de su cultura. De ahí la enorme variedad y riqueza que ofrece la suma y el agrupamiento de los compañeros individuales de las almas, que son el alma de los pueblos es decir su cultura. Tal es la fuerza y el número de sus componentes que la podemos considerar una fuerza cósmica. Un mesero atiende a los comensales, sintiéndose satisfecho con su quehacer, produce un bien cultural. Otro tanto sucede con los excelentes albañiles que levantan nuestras construcciones. Ningún trabajo humano es prescindible, sólo aquellos que podemos encomendar a las máquinas. El dinero sin la concurrencia del trabajo no es nada, es una entelequia. El trabajo existe muchísimo antes que el dinero, este no tiene ningún valor sin aquel. Pero resulta inconcebible que de ser sólo una herramienta útil para facilitar las cuentas y las operaciones de la compraventa se haya convertido en un dios y que el imbécil culto a esta aberrante divinidad esté dirigiendo la vida humana y amenace la existencia de la cultura, es decir de nuestra alma.
Para abarcar lo más posible el concepto laico de alma, nos auxilia la inteligente voz de Miguel Hernández, quien en el poema que dedica a un entrañable amigo muerto lo llama: “Compañero del alma. Compañero”.
Y con tres palabras y un punto y seguido nos entrega un tratado de sociología. La sabiduría del poeta dice “compañero del alma” y pone un punto y seguido. Repite la palabra compañero para dejarla así en solitario y ya con una nueva carga significativa como referencia, no al lugar común de un compañero accidental de la escuela, del trabajo, del paseo o de una aventura cualquiera, sino compañero de una aventura espiritual, moral y estructurante.
El pintor Siqueiros se convierte en un “compañero del alma, compañero” al ser productor de cultura universal con su vasta obra culminada con el Polyforum. También es un “Compañero del alma. Compañero”, debido a la enseñanza que ofreció su capacidad para practicar el riesgo en las tareas sociales y artísticas.
Compartí con Siqueiros sus inteligentes empeños renovadores de la plástica monumental y de las técnicas pictóricas, así como su interés por las características que debían cumplir las pinturas murales a escala urbana sujetas a la observación por espectadores motorizados. Tuve cercanía con su persona y su pensamiento crítico a través de los artículos que él escribía y que publicábamos en la revista Espacios. Sus críticas reiteradas y justificadas al régimen gubernamental lo llevaron a la cárcel, así como sus convicciones políticas lo llevaron a defender en las trincheras la república española, pero como militar no sólo como intelectual, por eso sus detractores le llamaron con aquel humor insípido, pero que pretendía ser ácido, el “Coronelazo”.
Gracias a la admiración y la simpatía que me causó esa defensa de la república española, así como la que hizo de una manera diferente Octavio Paz, me relacioné con los exiliados españoles que México acogió, lo cual me condujo al privilegio de hacer amistad con Félix Candela, no por el trabajo arquitectónico que hicimos juntos muchos años después, sino por la afinidad intelectual que nació con él, al asistir a la tertulia que celebraban los republicanos españoles en el Café La Habana y dónde lo conocí, siendo yo todavía estudiante.
He pasado de Siqueiros a Candela no por vanidad o por divagación, sino con el propósito de destacar cómo se va dando la cadena de “Compañeros del alma. Compañeros”, que aparecen en todo el mundo y provienen de todas las épocas. Es por ello que en la cultura mexicana son infinitos y tienen una conectividad secreta, pero muy efectiva. Sólo como una mínima enumeración referencial se pueden citar a Vasco de Quiroga en la enseñanza perdurable de los oficios; el obispo Palafox en el amor a los libros; el barón de Humboldt en la investigación; Octavio Paz en la introspección de lo mexicano y lo universal; Cantinflas en el humor irrepetible; Bernardo Quintana en la construcción; Carmen Serdán, la primera heroína de la revolución; Nabor Carrillo en la ciencia; Julio Scherer en el periodismo; Agustín Lara en la música de boleros; Mathías Goeritz en la búsqueda de una integración plástica diferente; el tatik de los indígenas, don Samuel Ruiz; Emiliano Zapata, el revolucionario más puro; José María Morelos, padre libertador que definió sabiamente los sentimientos de la nación; y, Benito Juárez que los defendió y exaltó.
Expropiación
Cierro las consideraciones sobre el Polyforum, con una propuesta para que no desaparezca por falta de mantenimiento, o bien ninguneado y arrinconado por la construcción, en su propio terreno, de uno más de los gigantes inmobiliarios producto de la escuela urbanística Forbes que pretenden construir ahí.
El Polyforum requirió para su construcción dinero. Sí, pero además se necesitó el talento creativo, el patriotismo acendrado, la honestidad en el manejo del dinero, la habilidad de los obreros, la invención de técnicas constructivas y de producción de los objetos artísticos, acompañado todo esto por la paz social en que se dieron esas obras. El país necesita una producción arquitectónica y masiva de viviendas, hospitales, escuelas, mercados, teatros, guarderías, plazas, jardines, centros deportivos, aeropuertos. Sólo que no se pueden llevar a cabo al costo de la arquitectura de la opulencia requerido por la de Boari o la de Sir Norman Foster, y menos aún con la rectoría del urbanismo Forbes.
Detroit, antes próspero y ahora en bancarrota, estuvo a punto de pagar deudas recurriendo a la venta de un bien patrimonial y cultural de la ciudad consistente en un tesoro producido por Diego Rivera. Es curioso que la única moneda fuerte de toda la historia sea la cultura universal. En el caso de Detroit, una crisis de capital podría haber sido solventada gracias al trabajo manual de un comunista, populista y además del tercer mundo.
El Polyforum se debe expropiar. Voy a documentar mi propuesta pues sobre estos asuntos sólo se habla con la anorexia intelectual de la televisión o de los periódicos impresos a todo color, cuando son merecedores de otra forma de trato.
Veamos el ejemplo de José de la Lama que fue un fraccionador de terrenos con devoción por los árboles y en consecuencia por los parques. En el fraccionamiento de la Condesa dejó a la ciudad, con la colaboración de Raúl Basurto, otro gran empresario, los valiosísimos parques México y España. Debido a su devoción por los árboles y su talento empresarial pudo gozar de un parque propio, de dimensiones urbanas: el Parque de la Lama, que cuidaba como una parte de su casa, destinada al solaz de los niños de su familia y sus amiguitos. Un tesoro familiar y ambiental de la ciudad. La manzana que ocupaba era un bosque-vergel-floral maravilloso. Devotos jardineros y albañiles lo cuidaban y enriquecían diariamente, pues José de la Lama no lo sembraba y cuidaba con la idea de arrasar un día con todo y hacer ahí un centro comercial. No, no era un neoliberal pragmático con disfraz de jardinero. La invaluable oportunidad de expropiarlo, a la muerte de don José, no se supo aprovechar, pues no era un negocio productivo, oxigenaba el ambiente y le hubiera hecho un bien perdurable a la ciudad. Pero el parque fue vendido y devorado por un desarrollo urbanístico Forbes, con nombre en inglés.
El predio que ocupa el Polyforum conserva el único vestigio de lo que fue el Parque de la Lama, por lo cual este fragmento de aquel tesoro ambiental debe formar parte de la defensa del Polyforum. Después del gobierno de Lázaro Cárdenas las expropiaciones quedaron anatematizadas por el repudio que causaron la de los latifundios porfirianos y la del petróleo que había llevado a cabo la amenaza socializante del gobierno cardenista. Al término de este, llegaron en urgente acción exculpatoria todos los siguientes gobiernos. El inmediato, a cargo de Manuel Ávila Camacho, quien se apresuró a declarar su religiosidad practicante, para evitar cualquier sospecha de continuidad con las ideas socialistas; inauguró con la figura de su hermano Maximino, el prototipo del hermano del señor presidente (el Big Brother) que se hace millonario con los contratos y las comisiones de las obras públicas.
Las expropiaciones se hicieron por la utilidad pública, la expropiación del Polyforum lo sería también, pero como la utilidad pública en nuestro país pasó a mejor vida y tomó su lugar la utilidad privada, se está dando la paradoja de expropiar bienes de la nación. No resulta extraño, pues que, con tal ejemplo, a los herederos de don Manuel Suárez se les haya ocurrido expropiarle al Polyforum una parte del terreno que ocupa desde su concepción, además de trasladar el monumento dentro del terreno, para dar lugar a otro producto del urbanismo Forbes.
La expropiación del Polyforum ya no se puede considerar comunistoide como se juzgaron las expropiaciones antes mencionadas, puesto que los enemigos del llamado mundo libre ya no son hoy los comunistas, sino otras organizaciones. Además, la utilidad pública no tiene su fundamento en ideologías, simplemente se constituye por las necesidades irrebatibles de las comunidades.
El INBA tiene la responsabilidad de asegurar la existencia del Polyforum y su adecuada operación y conservación; y, tanto el gobierno federal como el de la ciudad de México, disponen de un buen número de terrenos que, por su valor comercial, pueden cubrir el importe de la expropiación, porque también sin dinero y con un sistema tan antiguo como el del trueque se pueden hacer operaciones importantes. La expropiación no es un castigo para los herederos, se pagará lo justo y además se les quitará un peso de encima: la responsabilidad de mantener en buen estado un edificio muy complicado en su mantenimiento y operación, lo cual no ha sucedido.
Tres obras significativas
Mencionaré otras dos obras más de la integración plástica entre la arquitectura y la pintura mural de la Escuela Mexicana: El Anahuacalli, de Diego Rivera y Juan O’Gorman, y la Biblioteca Central de Ciudad Universitaria, de Juan O’Gorman
El Anahuacalli es un templo-museo para admirar a nuestros primeros padres y venerar a sus dioses prehispánicos. La Biblioteca Central de Ciudad Universitaria, por otro lado, es un códice moderno, que en la fachada exterior del edificio y con piedras de todas partes de la República, relata nuestra evolución; en el interior complementan el monumental códice los libros ahí reunidos y ordenados. En la biblioteca fue fundamental ese empresario humanista que llevó al éxito lo construido en la Ciudad Universitaria, que impulsó y logró incluir en este conjunto importantes intervenciones de la obra plástica: el arquitecto Carlos Lazo.
El Polyforum, el Anahuacalli y la Biblioteca Central de Ciudad Universitaria requirieron dinero para su construcción. Sí, pero además se necesitó el talento creativo, el patriotismo acendrado, la honestidad en el manejo del dinero, la habilidad de los obreros, la invención de técnicas constructivas y de producción de los objetos artísticos, acompañado todo esto por la paz social en que se dieron esas obras.
Estas tres obras requirieron no sólo de arquitectos capaces y artistas plásticos excepcionales, sino que también fueron necesarios tres empresarios que las hicieran factibles: en el Anahuacalli el propio Diego Rivera fue, además de su creador artístico, el proveedor de los recursos, el propietario y benefactor al donar al pueblo de México el terreno, el edificio y la colección de 59 400 tesoros prehispánicos reunidos por él durante toda la vida y que tienen en el museo la siguiente dedicatoria: “Devuelvo al pueblo lo que de la herencia artística de sus ancestros pude rescatar”.
Hasta aquí las diferencias más señaladas con el muralismo. Retomo las reflexiones sobre los tres edificios que llamé epitafios de la integración plástica: el arqueologismo del Anahuacalli, el funcionalismo de la Biblioteca Central de Ciudad Universitaria y la audacia programática del Polyforum para integrar la plástica con la arquitectura. Lo que tienen en común estas obras es que representan tres formas distintas de producir arquitectura en un mismo momento histórico, pero animadas por la enorme energía cultural a la que no le bastan las modas internacionales para expresarse. Esa fuerza invisible y poderosa es la cultura. La cultura tiene cuerpo y alma.
Texto tomado de “Polyforum, utilidad pública o privada”, de Manuel Larrosa Irigoyen.