María Eugenia Arias Gómez
Instituto Mora
En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 65
La formación estricta militar no fue un impedimento para que este reconocido patólogo adoptase causas sociales como la defensa de los médicos en huelga en 1964. Promotor del estudio de la historia de la Escuela Médico Militar, fue también un ávido lector de libros y publicaciones, así como un enamorado de la música.
Inteligente, culto, simpático y longevo, Miguel Schulz se distinguió a sí mismo como un “izquierdoso” o “luchador social”. Nació el 21 de enero de 1928 en la ciudad de México y murió el 31 de enero de 2021 en Cuernavaca, Morelos. Era hijo de la maestra pichucalqueña María Encarnación Contreras y del maestro toluqueño Guillermo Schulz, quienes procuraron la buena educación de su hijo. Del jardín de niños Brígida Alfaro, pasó a la Primaria José Martí; continuó en la Secundaria Núm. Uno, después en la Preparatoria Francés Morelos y, por decisión propia, ingresó en la Escuela Médico Militar. Esta institución, que junto con el hospital militar constituye un binomio, marcó su existencia, como ha sucedido a quienes se han formado en ambos planteles.
La afición de don Miguel por la música y la lectura inició en su juventud; continuó en su adultez, sobre todo cuando se había retirado del ejército. A la par que escuchaba más música clásica que de otro género, leía biografías de grandes compositores nacionales y europeos. Era un melómano. Cualidad que se sumaba a la de “devorador” de libros, revistas, enciclopedias, atlas, novelas, cuentos, poemarios, tanto en francés, como en inglés y castellano. La biblioteca de Schulz contenía textos de materias diversas como asuntos militares, literatura médica, geografía histórica, historia del arte e historia de la ciencia, asimismo historiografía en torno al acontecer mundial y mexicano.
Su inquietud por la Historia se demostró cuando, a finales de los años 50, propuso a varios colegas suyos –amantes como él de Clío– que rescataran la historia de su Alma mater. Schulz y una docena más de entusiastas “historiadores empíricos” formaron entonces la Comisión de Estudios Históricos de la Escuela Médico Militar que aún existe. Los integrantes que continuaron reuniéndose y que se conocen actualmente como “los maestros fundadores”, dejaron textos, fotografías, ensayos, monografías, capítulos de libros, etc., que todavía se preservan en el acervo de dicho cuerpo colegiado.
Don Miguel me permitió entrevistarlo en su casa, ubicada en Cuernavaca, a fines del 2007. Sus recuerdos, testimonios –rescatados de la memoria–, que quedaron grabados en una cinta, se capturaron luego por escrito y constituyeron un material invaluable. Una fuente histórica, cuya singular riqueza estriba en lo que compartió. De esa fuente se abrevan datos, minucias de la trayectoria, de la experiencia profesional del sujeto; de la rígida disciplina, lo arduo del aprendizaje; de la difícil, pero también divertida convivencia con compañeros de su generación, con otros médicos, así como con enfermeras, personal de la limpieza, de cocina, etc., durante años en el binomio castrense. De cómo era la vida cotidiana en ambos espacios que fueron para muchos un segundo hogar.
A continuación, se presenta una selección de fragmentos que desprendí de la entrevista de historia oral. Su contenido difícilmente se puede hallar en documentos de archivo, fuentes escritas o en internet.
“Hubiera sido probablemente un científico”
Recuerdo que ingresé a la Escuela Médico Militar porque sabía que era buena. Me tocó estudiar el primer año de la carrera en el plantel localizado en Arcos de Belén y seguí después en el que se construyó inicialmente en Lomas de Sotelo. El contacto con el ejército, la disciplina y las clases fueron bastante arduos, la Escuela resultó durísima, en particular al principio, cuando hubo mucha lágrima. De casi cien compañeros en mi generación [1945-1950], sólo se recibieron 26. Había algunos que se quedaban en dormitorio colectivo, pero quienes éramos afortunados de tener familia y vivir en México, nos íbamos a casa. Una experiencia tremenda fue la “pelonada” en el ingreso por las crueles bromas de cadetes que cursaban años superiores. Cesaban aproximadamente hasta después de dos meses.
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En mi época de estudiante, recuerdo que, a las seis de la mañana, al toque de la corneta, nos levantábamos y corríamos para presentarnos a pasar lista y oír las novedades; se comentaban cosas importantes relacionadas con la escuela y, casi siempre, iba nuestro director el general Javier Echeverría Adame Marquina. Marchábamos, asistíamos a clases, íbamos al comedor, otra vez pasaban lista en la tarde y luego, a estudiar y estudiar. Dormíamos poco. No había casi tiempo de analizar lo que pasaba en el mundo pues la escuela y el hospital nos absorbía totalmente.
Fui representante de mi grupo y, entre otras tareas, organicé los bailes que se hacían en el Country Club. Mis materias preferidas eran las quirúrgicas, pensaba en un inicio ser cirujano, aunque por azares del destino me dediqué a la patología y a la histología. Luego, siendo profesor, impartí esta última materia a varias generaciones tanto de colegas, como de médicos civiles.
Refugio Origel, “don Cuco”, era el comandante de la cocina. Teníamos mucha hambre, desayunábamos frijoles, pan y café, a veces huevo. Comíamos frijoles, arroz, tortillas, verduras, en ocasiones carne con hueso, nada bien sazonada. Cenábamos, frijoles, pan y café. Nos bañábamos con agua helada. Al principio, usamos uniformes de segunda mano y si había que arreglarlos, lo hacíamos… aprendimos a coser. Ahora hay albercas, squash; pero en mi época no. Jugábamos futbol, practicábamos esgrima y box.
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El tiempo libre lo pasábamos estudiando, leyendo. Era muy pesado, así que llorábamos los problemas. Sin embargo, reconozco estar agradecido con el ejército y que, en la escuela y el hospital, me forjaron un cariño a mi patria y a la medicina. Además, recibí muy buenas bases… hubo un maestro que un día nos preguntó “¿ustedes saben hacer abortos?”, “pues no”, le contestamos. “¿Quieren aprender?” […] Entonces dijo: “mañana aborto médico”. Dio su clase y “en la primera clase aborto” lo corrieron.
En el Hospital Central Militar seguimos aprendiendo en salas médico-quirúrgicas. Esas eran las que me gustaban quizá un poco más. Ahí conocí a una enfermera muy destacada con la que me casé: Roselia Robles Villegas, buena mujer, muy católica. Me dio mis seis hijos […] todos realizados, todos tienen profesión.
Presté mi servicio médico militar como patólogo en [dicho] hospital. No había patólogos, entonces me agencié “un padrino” que era el doctor [¿?] Solórzano. Él me ayudó. Antes, él había preguntado… “¿alguien quiere ser patólogo?” “Yo…” Entonces, no había alguien de esta especialidad. “…pues órale, dije yo”. Y los hubo después. Había gente que nominalmente estaba ahí, pero no hacía nada. En 1951 empecé a trabajar ahí mismo y me quedé hasta 1956. Luego pedí mi baja y fui a trabajar al Hospital General de Salubridad.
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Se puede decir “con cierta vanidad”, que destaqué en el campo civil. Fui jefe de servicios de patología de todo el issste. Nada más que vino un golpe, cuando [nos metimos] al movimiento médico, entonces yo luché porque hubiera mejores condiciones [para] los compañeros. Había varios que estaban muy mal.
Empecé a trabajar en aquel Hospital General Civil y ahí conviví con residentes e internos del medio que eran apenas un poco más chicos que yo y me hice muy amigo de ellos. Me llevaron a visitar cómo vivían y vivían como animales, comparado con la vida del Hospital Militar… [habitaban] en un cuartote, […] en la cochinada. Entonces fue una motivación para mí. Entonces me enfoco como luchador social, como dicen los jóvenes. Andando el tiempo, en 1960, me invitaron a ir a China; [ahí, tomé] cuatro meses de curso. En fin, fue una experiencia muy interesante. Y sí, me considero un izquierdoso.
El jefe de servicio era [Ruy] Pérez Tamayo, famosísimo. Estuve en Estados Unidos, […] en Harvard. ¿Cuándo? En el año de 1960. Me podía haber quedado más tiempo, me ofrecían chamba y plaza fija y todo en el Hospital de Saint Mary’s, pero no, no […]. Cuando estuve en el Hospital 20 de Noviembre, teníamos un departamento de investigación.
[Trabajé] muchos años como jefe de servicio. Después, ya cuando estuve en el Hospital 20 de Noviembre, ahí [pasé] tres, cuatro años. En Huipulco, de 1952 hasta 1965, que me corrieron. A mí me tocó […] darle un levantón brutal también [a] Huipulco, que me entregaron “una cubeta” como departamento de patología; acabamos con un edificio de veintitantas gentes trabajando […]. Yo hubiera sido probablemente un científico institucional, pero todos sintieron miedo porque me corrieron, y ¿por qué me corrieron? pues porque levanté ámpula.
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Como le digo, yo tuve la suerte de conocer a Mao Tse-tung y a Zhou En-lai. ayuda a mucha gente. No soy muy carero. Aquí me critican que [porque] soy el patólogo más barato del mundo. Bueno, no importa; tengo mucho sentido social, se lo digo ¡eh!, alguna gente me dice oiga doctor ando bien amolado, no pagan nada […]. Tampoco crea usted que me las doy de muy humanista, ni muy caritativo, no, no, no quiero ser “fantoche”, es el resumen de mi posición de la vida.
Tengo muchos artículos. El de “Cultura histológica del tubérculo”, como le dije […] sacó premio en el 64; [poco después] entré en la Academia [Nacional] de Medicina. Siempre he tenido gusto por la música […], mire le voy a enseñar un libro que tengo por acá, Los grandes compositores. Otro hobby ha sido los estudios históricos […]. Todo surgió porque un alumno mío de histología le digo: “oye pues ¿Cómo vas a […] no preocuparte por la fisiología, sí, aquí [el hospital militar] es cuna de los fisiólogos más grandes del país, el doctor José Joaquín Izquierdo y el doctor [Fernando] Ocaranza?” “¿Quiénes son esos?, –dijo–, entonces. Y dije yo, “es culpa de nosotros que no nos hemos preocupado por enseñarles a los alumnos ¿no?”, entonces formé la Comisión [de Estudios Históricos de la Escuela Médico Militar].
Tuve unas oportunidades buenas en el campo de la historia, en el […] de la academia y el […] de la patología. [Aporté] en patología y patología pulmonar, pero no considero, no me considero más. Intento ser sencillo, intento llegar primero a la gente, no me siento defraudado conmigo mismo. Creo que [he] trabajado mi especialidad con gusto y lo que hago ahorita, recibo muchísimo trabajo de Puebla, […] de Guerrero, y […] de la ciudad de México, uno que otro de Cuernavaca. Mi contribución es haber hecho ayuda a mucha gente.
Yo no tengo más que puros recuerdos gratos y gracias a la escuela, gracias a la disciplina y gracias a todo, pues todavía me sostengo. Mi sentir respecto a [ella] es de profunda gratitud, […] profundo cariño. Es una escuela dura, pero pues [así] es la vida.