Sebastián Daniel Ojeda Bravo
Facultad de Filosofía y Letras – UNAM
En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 66
Formado en el box en Cohauila, Francisco Aguayo se hizo en la lucha libre en competencias del lado estadunidense de la frontera. Una prohibición lo trajo a la ciudad de México donde se ganaría el corazón de la gente con múltiples triunfos. Fue de los primeros luchadores en llevar este espectáculo al cine.
En la lucha libre héroes y villanos se enfrascan, de una a tres caídas, en un combate de proporciones titánicas. Es un espectáculo violento donde hombres ataviados con brillantes máscaras y estrafalarias mallas, encarnan a dioses omnipotentes que se juegan el destino de la humanidad, o más bien de los aficionados.
Al hablar de lucha libre, su mayor referente es el enmascarado de plata, Rodolfo Guzmán Huerta, quien incursionó desde muy joven en este deporte-espectáculo, usando como apodo de guerra el diminutivo de su nombre: Rudy Guzmán. Posteriormente, adoptó otros seudónimos hasta que en 1942 debutó en la Arena México con el alias que lo llevaría a la fama: El Santo.
Las películas Santo contra el cerebro del mal y Santo contra los hombres infernales, filmadas en 1958, convirtieron al personaje de Guzmán Huerta en sinónimo de leyenda. El enmascarado de plata se transformó de un simple luchador en un héroe que, además de hacer frente a las perversidades de los rudos, combatía contra todo tipo de espantos de ultratumba que asolaban al país: vampiros, momias, marcianos, brujos y demás espectros caían rendidos bajo sus plateadas botas.
Después de él, otros personajes ocuparon también un lugar entre las leyendas de esta actividad: Blue Demon, Black Shadow, Mil Máscaras, Dos Caras, Tinieblas, Rayo de Jalisco, Huracán Ramírez, El Solitario, Perro Aguayo, entre otros.
Antes de la llegada de El Santo, ¿había otros héroes dentro de la lucha libre mexicana? La respuesta es afirmativa. Los cuadriláteros nacionales se engalanaron con atletas que causaron furor entre los fanáticos de la lucha libre. Héroes de carne y hueso que no combatían seres sobrenaturales, sino a los “invasores extranjeros” que habían monopolizado las arenas.
¿Quiénes fueron estos primeros héroes? Octavio Gaona, Yaqui Joe, Firpo Segura, Jorge Canales, Kid Azteca, Tarzán López, entre otros. En esta ocasión nos referiremos a la figura de un luchador que destacaba no sólo por su estrafalaria vestimenta, sino por su rudeza en el cuadrilátero: Francisco el Charro Aguayo (su apellido no guarda relación alguna con el “can de Nochistlán”, Pedro, el Perro Aguayo).
Antecedentes
Hablar de los antecedentes de la lucha libre en México es una labor un tanto compleja. Si hacemos caso a las narraciones del célebre cronista deportivo José Luis Valero, la lucha libre halla su génesis en la segunda intervención francesa. Fue en esta época cuando un aficionado de los deportes llamado Antonio Pérez de Prian, se hizo amigo de un zuavo (soldado francés de origen argelino) quien le impartió lecciones de catch, una disciplina de contacto donde se practicaban agarres y sumisiones. Con el tiempo Pérez de Prian desarrolló un estilo propio y se convirtió en el primer luchador mexicano, conocido como El Alcides mexicano.
En 1900, la llegada del empresario y luchador francés Michaud Planchet encendió de nueva cuenta el interés en la lucha libre al presentar un match de exhibición contra el mexicano José Espino. A partir de este momento surgieron diversas empresas que apostaron por la lucha libre, destacando en un inicio la encabezada por el también luchador y empresario Enrique Ugartechea.
En ciudades fronterizas, como Ciudad Juárez y El Paso, la lucha libre también había cobrado popularidad. Fue justo en estas funciones donde algunos luchadores mexicanos comenzaron a hacerse de renombre, pero también fue en ellas cuando los gladiadores connacionales enfrentaron a uno de sus rivales más formidables: el racismo. Así Yaqui Joe, uno de los primeros luchadores mexicanos en cobrar fama en Estados Unidos, sufrió discriminación en 1933, tras derrotar a Ted Hawks: fue apaleado por una enardecida afición que se negaba a reconocer su victoria.
En este contexto de xenofobia hacia los gladiadores mexicanos, surgió la figura de Salvador Lutteroth. Este empresario, quien había fracasado como vendedor de muebles, vio en la lucha libre una oportunidad de obtener cuantiosas ganancias. Tras asociarse con Francisco Ahumada y con Miguel Mike Corona, adquirió la Arena Modelo, un pequeño establecimiento que se encontraba al aire libre y en muy mal estado. Lutteroth restauró el local y lo rebautizó con el nombre de Arena México. El 21 de septiembre de 1933 se llevó a cabo la primera función de la recién creada Empresa Mexicana de Lucha Libre (emll).
Ante la falta de talento nacional, las primeras funciones de lucha libre de la emll las estelarizaron luchadores extranjeros de diversas nacionalidades, como Ray Ryan, Leong Tin-Kit Achiu, Bobby Sampson y Ciclón Mackey, entre otros. Los gladiadores mexicanos eran relegados a las luchas preliminares y, en la mayoría de las ocasiones, ni siquiera se los mencionaba en los programas de cada espectáculo.
Tras el éxito de la emll, Mike Corona decidió abandonar la asociación que tenía con Lutteroth y Ahumada para fundar su propia empresa de lucha libre, teniendo como sede el Teatro Iris. Fue bajo el amparo de esta empresa que Francisco Aguayo arribó a la ciudad de México con el fin de hacer frente a los extranjeros que monopolizaban los cuadriláteros.
El charro
¿Quién era Francisco Aguayo? Nacido en Torreón, Coahuila, el 24 de octubre de 1895, era asiduo a los deportes de contacto. Comenzó desde muy joven a entrenarse en el box bajo la tutela del reconocido empresario texano Ben Freudenstain. A pesar de su preparación inicial, Aguayo pronto cambió de disciplina y comenzó a entrenarse en lucha libre, donde destacó. Las fuentes no son claras en cuanto a las fechas de su debut profesional. No obstante, es posible saber que para el 5 de diciembre de 1920 ya era un luchador reconocido que combatía bajo el mote de Flying Cactus Pete Brown. Se desconoce la razón de ese apodo, pero es probable que su intención fuera generar mayor empatía con el público estadunidense. En esta primera etapa combatió en múltiples locaciones, como en El Paso, McAllen, Phoenix, Albuquerque y San Angelo, contra rivales de la talla del australiano Jim Heslin y del polaco Lou Bartell.
A pesar de su creciente popularidad, El Nopal, como también era conocido en algunos periódicos estadunidenses de habla hispana, fue uno de los primeros mexicanos, junto a Yaqui Joe, en afrontar la ira del público local. Motivado, quizá por su furia o por la reacción del público, Aguayo ocasionó una trifulca el 10 de enero de 1933 en el Liberty Hall de El Paso, Texas, cuando, después de ser derrotado por Tug Wilson, atacó al réferi y posteriormente se enfrentó a varios espectadores y a la policía misma. Aquel escándalo pronto afectó a otros luchadores mexicanos, al grado que a mediados de 1933, el presidente de la Asociación Nacional de Lucha Libre, Harry Landri, lanzó un decreto mediante el cual vetó de los encordados estadunidenses a los gladiadores mexicanos, situación que obligó a los luchadores nacionales radicados en Estados Unidos, a buscar nuevos lugares donde trabajar.
Tras del decreto de suspensión de Landri, Aguayo se trasladó a la ciudad de México bajo el cobijo de Mike Corona y su recién formada empresa, donde se presentó con un nuevo personaje. Cactus Pete Brown quedaba atrás y daba paso al Charro Aguayo, un exrevolucionario que, tras haber combatido al lado de Francisco Villa, ahora se dedicaba a vapulear a todo aquel que osara subirse a un ring con él.
Podemos dilucidar que el cambio se llevó a cabo por dos razones: en primer lugar, desde sus luchas en Estados Unidos, Francisco frecuentemente se presentaba a sus encuentros ataviado de charro. En segundo término, su traje le permitió crear la historia de que él era un exrevolucionario que había sido parte de los dorados de Villa. Que esto último fuese así es poco probable, sin embargo, dentro del imaginario colectivo él era un exrevolucionario que tenía todo el derecho de enfrentar a los extranjeros que mancillaban los cuadriláteros nacionales. En palabras del autor Rafael Olivera: “en la lucha libre la fantasía adquiere características importantísimas, porque hace soñar a los aficionados y rodea de una aureola de misterios a quien inventa a un personaje”. En pocas palabras, Flying Cactus Pete Brown era un luchador fanfarrón proveniente de Estados Unidos, el Charro Aguayo un héroe del pancracio mexicano.
El Charro Aguayo debutó en la ciudad de México el 31 de marzo de 1934, frente a George Ligosky ,el Feroz Bolchevique. La recepción del público fue mala, según lo hace notar el periódico La Afición del 2 de abril: “La lucha sólo tuvo breves aspectos de tal, pues el resto se lo pasaron en hacer payasadas, y faramallas que el público no recibió de buen grado, pues Aguayo tomó a su contrincante por las barbas para zarandearlo [sic] de un lado a otro, haciendo otros chistes corrientes”.
Francisco volvería a presentarse en el Teatro Iris una semana más tarde, siendo su rival el domador de osos y “campeón canadiense” Mervin Barackman. A diferencia de su debut, esta lucha fue bien recibida y con aplausos.
A continuación el Charro recibió un reto por parte de Ligosky, quien quería una revancha en modalidad “súper libre”, es decir sin reglas. Aguayo protagonizó una de las primeras luchas en dicha categoría y con triunfo nuevamente sobre el Feroz Bolchevique en dos caídas al hilo.
La fama del Charro Aguayo alcanzó su punto más alto el 4 de mayo de 1934, cuando encarnizó una férrea rivalidad en contra del gladiador estadunidense Jack Morgan, conocido como El Tigre. Inicialmente se había programado que este enfrentara al luchador Paul Johnson, el 4 de mayo en la Arena México. No obstante, debido a diversos problemas externos, Salvador Lutteroth se vio obligado a modificar su programa contratando a Aguayo, quien derrotó a Morgan tras acertar una patada que lo llevó a caer en el piso de concreto de la arena. Morgan buscó la revancha. La lucha se llevó a cabo el jueves 31 de mayo. De nueva cuenta el Charro salió avante, pero en esta ocasión contó con un apoyo un tanto inesperado, como nos lo permite ver el diario La Afición:
Comprendemos perfectamente que el público pierda la cabeza al ver las barrabasadas [sic] del Tigre sobre el ring; pero no comprendemos que haya salvajes que incluso quieran matarlo. Hubo un espectador que sacó una navaja y se la hubiera enterrado en el cuerpo al pobre yanqui, si […] no lo hubieran detenido. Pero sin cuchillos le han dado una paliza al pobre yanqui […] Hasta una honorable dama le dio un bolsazo en plena cabeza […] La victoria se la apunta técnicamente Aguayo; pero los que verdaderamente vencieron al Tigre fueron los espectadores.
Ante sus constantes derrotas, Jack Morgan buscó zanjar sus diferencias con Aguayo en una tercera y definitiva lucha. El Tigre solicitó reglas especiales: luchar sin réferi. Ante tal petición, Salvador Lutteroth decidió colocarlo debajo del ring, para así evitar que Morgan maltratara al hombre encargado de impartir justicia sobre el cuadrilátero. La lucha quedó pactada para el día 14 de junio. En esta ocasión Aguayo no recibió ayuda inesperada y se enfrentó a la irá de un Tigre sediento de triunfo, pero a pesar de la rudeza del extranjero se llevó la victoria y los aplausos de la afición:
Al sonar el gongo, el Tigre se lanzó sobre el Charro […] se dedicó a darle una serie de golpes que noquearon al Charro el cual perdió esta caída en dos minutos. Todo ensangrentado, el Charro esperó en el segundo episodio, la arremetida del Tigre […] para recibirlo con golpes de antebrazo a la barba que surtieron sus efectos […] Este asalto lo ganó el Charro en cuatro minutos […]. La tercera caída, fue también del Charo, [sic] ensangrentado como si acabara de salir de un matadero, tuvo alientos para entregarse a un cambio de golpes formidable, en el que le tocó la mejor parte, toda vez que al final de los seis minutos que duró, se anotó la victoria, recibiendo una gran ovación.
La apabullante victoria de Aguayo contra Morgan lo convirtió en el favorito de la afición y le brindó la oportunidad de contender por el primer campeonato mundial de pesos pesados. En esta ocasión el rival a vencer no era un extranjero, sino un mexicano: Manuel Hernández, quién lo aventajaba en peso y edad. Quizá la mayor arma del Charro yacía en su amplia experiencia sobre los encordados. La lucha se llevó a cabo el 22 de junio. Nuestro protagonista fue el vencedor:
A los 9.40 de la tercera y decisiva caída, Hernández, que había venido manejando con soltura sus tijeras al cuerpo, dio una de ellas. El Charro lo esperaba y en el momento que lo enganchó por el frente Manuel, Aguayo se dejó ir para adelante, cayendo con todo su cuerpo sobre el adversario. Como cogió de sorpresa a Manuel, este no se pudo librar de poner las espaldas en la lona y perder ahí el match que llevaba aparejado el título mexicano de peso máximo, el cual desde hoy ostenta Aguayo.
Francisco Aguayo no sólo se había ganado el corazón del público al derrotar a Jack Morgan, ahora también ostentaba uno de los máximos galardones del pancracio nacional, pasando a la historia como el primer campeón de peso completo en México. Cabe mencionar que si bien perdió dicho campeonato en 1937 ante Yaqui Joe, logró recuperarlo al poco tiempo, consolidando aún más su legado dentro de los encordados mexicanos.
El Charro continuó luchando en la ciudad de México hasta el mes de agosto, venciendo a la mayoría de sus rivales, pero también perdiendo algunos encuentros. Quizá la más amarga derrota la sufrió en contra del estadunidense Jimmy Lott, el 16 de agosto. El coahuilense, queriendo limpiar su honor antes de regresar a Estados Unidos, pactó una revancha en contra de Lott. La lucha se llevó a cabo el jueves 23 de agosto, el vencedor ahora sí fue él.
Tras su victoria, Francisco Aguayo retornó a Estados Unidos, ávido de enfrentar a rivales de todas las nacionalidades. Derrotó a Duke Pettigrove, Frank Taylor, el griego Al Stecher y el japonés Uno Kiyoshi, entre otros, demostrando su rudeza y afianzando su reputación en el ámbito internacional. Naturalmente, regresó en varias ocasiones a México, donde siguió destacando por su personalidad y su fortaleza, siendo una de sus luchas más memorables la “batalla campal” del viernes 25 de diciembre de 1942 en la Arena México, en la que enfrentó y derrotó al entonces campeón de peso semicompleto Jesús Anaya.
El cine
Además de su carrera en el ring, Aguayo incursionó en el cine. Participó en varios largometrajes como La bestia negra, de 1939, y Con su amable permiso, de 1940. Sin embargo, quizá su trabajo cinematográfico más importante fue su debut como actor en Padre de más de cuatro, de 1938, dirigida por Robert Quigley. En esta comedia romántica, el actor de origen peruano, Leopoldo Chato Ortín, interpretó a Juan León, un caporal que se enamora de María Lupe, interpretada por Rosita González, un idilio que los lleva a involucrarse de forma accidental en la lucha libre.
Padre de más de cuatro fue la primera película en la que la lucha libre ocupó un papel central, marcando el inicio del cine de luchadores. De igual forma, Aguayo, junto con Firpo Segura y el Toro Hernández, destacó por ser uno de los primeros luchadores en aparecer en una producción cinematográfica.
Tras la muerte del Charro en 1963, el pancracio nacional se vistió de luto. Por fortuna, surgieron figuras que continuaron con su legado de hacer frente a los “invasores extranjeros”. Destaca Mil Máscaras quien además de sus constantes viajes a Japón, era conocido por su rivalidad con el estadunidense Dick Beyer, que combatía bajo el mote de The Destroyer. Otro fue Canek, quien pasó a la historia por haber enfrentado al enorme francés André el Gigante en el ya desaparecido Toreo de Cuatro Caminos.
PARA SABER MÁS.
- Martínez Martínez, Martín Josué, “Entre discriminación, sudor y sangre. El origen de la lucha libre en México”, BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 18, 2012, en https://goo.su/gWWXk
- Monroy Olvera, Hugo y Miguel Reducindo Zaldívar, 85 años de lucha libre. De la EMLL al CMLL, México, AM Editores, 2017.
- Olivera Figuerora, Rafael, Memorias de la lucha libre, México, Costa-Amic, 2007.
- Vigil, Arnulfo, comp., Sin límite de tiempo. Crónicas de la lucha libre, Nuevo León, Universidad Autónoma del Estado de Nuevo León, 2013.