Enriqueta Faber: cirujana, travesti, feminista

Enriqueta Faber: cirujana, travesti, feminista

Araceli Medina Chávez
Instituto Mora

En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 65 

Desde que se naturalizó mexicano, Andrés Clemente Vázquez Hernández fue encargado de negocios de México en Centroamérica y cónsul de México en La Habana. Puede decirse que ocupó esa estratégica posición durante toda su vida.

Fue el diplomático de origen cubano Andrés Clemente Vázquez quien escribió, en 1894, sobre la fascinante y desafortunada vida de esta mujer de origen suizo, que tras perder joven a su esposo, se graduó como médico cirujano en Francia, escondida en ropajes de hombre. Recaló en Cuba donde fue perseguida y hoy se la recuerda como ejemplo de los inicios del feminismo.

Una de las facetas poco conocidas del cónsul cubano-mexicano, Andrés Clemente Vázquez Hernández, fue la de haber sido –además de un destacado ajedrecista– poeta y escritor de novelas. Su ensayo de novela histórica, Enriqueta Faber, versa sobre temas que actualmente están de moda: el feminismo, la igualdad de derechos entre los hombres y las mujeres, así como el travestismo. El personaje principal de la novela es una mujer suiza que se hizo pasar por hombre para estudiar medicina y que después de haber trabajado como cirujano en el ejército de Napoleón Bonaparte, y quedado viuda, decidió partir hacia América y ejercer aquí su profesión. En Cuba, Enriqueta Faber se casó con una señorita perteneciente a la alta sociedad, pero al ser descubierto su verdadero género, fue procesada y encarcelada. El hecho causó conmoción sobre todo en el contexto de una sociedad hispana, católica y conservadora.

Huelga decir que a las mujeres les ha costado mucho trabajo abrirse camino en las sociedades patriarcales de Occidente, y más aún en los terrenos académicos y profesionales. Las primeras que osaron incursionar en esos ámbitos no encontraron otra opción más que disfrazarse de hombres, así lo hizo Concepción Arenal Ponte, quien estudió derecho en la Universidad Central de Madrid. En México, la primera médica que ingresó orgullosa de su género a la Escuela Nacional de Medicina, sin tener que acudir al disfraz, fue Matilde Montoya Lafragua, quien obtuvo su título en 1887.

Andrés Clemente Vázquez Hernández había nacido en la Villa de Güines, en 1844, hijo de Francisco Vázquez Ramos y Josefa Hernández Padrón. Realizó sus estudios de abogacía en la Universidad de La Habana y tras el inicio de la Guerra de los Diez Años, migró hacia la ciudad de México. Es muy probable, que desde principios de la década de 1860 estableciera lazos de amistad con distintos personajes que acompañaron a Benito Juárez durante su gobierno itinerante, quienes conspiraron desde Filadelfia y Nueva York, para buscar apoyo del gobierno de Estados Unidos y luchar en contra de la intervención francesa en México y del imperio de Maximiliano. Y que, al mismo tiempo, mantuviera relaciones con los disidentes que luchaban por la liberación cubana de España, por lo que contribuyó así, en gran medida y más tarde, a la independencia de su país promovida por los intereses estadunidenses en la llamada guerra hispano-estadunidense, hacia 1898.

Gracias a la relación que sostuvo con Pedro Santacilia logró introducirse en la esfera del poder e integrarse a las veladas literarias que se organizaban en casa de Ignacio Manuel Altamirano. Se mostró interesado porque México y Cuba estrecharan nexos en el terreno cultural, sobre todo por compartir un origen común. Escribió en el Diario Oficial y gracias al apoyo de sus benefactores, Ignacio Cumplido y Vicente García Torres, lo hizo en los periódicos más importantes de la ciudad de México: El Monitor Republicano y El Siglo XIX, siendo en este último diario autor de una columna titulada “La cuestión cubana”. Además, realizó distintos trabajos para la Secretaría de Relaciones Exteriores pues, desde que se naturalizó mexicano, fue encargado de negocios de México en Centroamérica y cónsul de México en La Habana. Puede decirse que ocupó esa estratégica posición durante toda su vida, mantuvo su cargo durante el gobierno de Porfirio Díaz y terminó ostentando la posición de exequátur. Su actuación como funcionario mexicano fue tan importante que se le reconoció como decano del cuerpo consular hasta el día de su fallecimiento el 21 de febrero de 1901. Luis Chávez Orozco compiló más tarde sus escritos en Bosquejo histórico de la agregación a México de Chiapas y Soconusco y de las negociaciones sobre límites entabladas por México con Centroamérica y Guatemala, publicado por la Secretaría de Relaciones Exteriores en 1932.

Vázquez dio a conocer los primeros capítulos de su novela en El Fígaro, periódico cubano que adoptó en español el mismo nombre que el hebdomadario galo, que nació en 1826 y hasta la fecha se publica. Allí, el cónsul, a través de sus líneas se proclamó como un liberal a favor de la defensa de los derechos de las mujeres y por la igualdad entre ambos sexos, dado que, según su decir, aún estaban frescos los recuerdos de los “afeminados” que fueron quemados vivos, en 1867, por orden del juez José María Céspedes, conforme a las leyes españolas. Comenzaba a sentirse convencido de que Cuba tenía que lograr la libertad que habían alcanzado ya otras naciones hispanoamericanas aunque, como México, tuviese en ese momento problemas para seguirla defendiendo. Por esa razón, habiendo renunciado a su cargo como fiscal de número y convencido de que podría trabajar más en pos de la independencia de Cuba desde el exterior, Andrés Clemente Vázquez decidió recurrir a un exilio voluntario y naturalizarse mexicano en 1871.

La trama de la novela

Andrés Clemente Vázquez consagró su novela histórica Enriqueta Faber a México, su patria de adopción, y, muy especialmente, a la memoria de su único hijo varón muerto, así como a sus tres hijas, a quienes consideró como los ángeles de su hogar. A través de sus líneas, se muestra orgulloso de haber escrito sobre un hecho verídico y con base en fuentes originales sobre la causa que le fue instruida a la mujer suiza en la isla, historia que logró exponer gracias al expediente formado por el jurisconsulto Miguel Rodríguez Ferrer. Cabe señalar que en 1898, cuatro años después de haber salido a la luz su novela en Cuba, el cónsul dedicó –de manera autógrafa– al director del periódico católico El Tiempo ilustrado, Victoriano Agüeros, el ejemplar que actualmente se encuentra en el acervo del Fondo Antiguo de la biblioteca “Ernesto de la Torre Villar” del Instituto Mora.

Hacia la segunda mitad del siglo xix se había gestado una nueva forma de escribir novela. La influencia de los autores ingleses se hacía palpable, sobre todo por el auge de los escritos biográficos y autobiográficos. La nueva manera de utilizar las notas a pie de página que hizo célebre Thomas de Quincey imprimió nuevas formas en la literatura hispanoamericana, siendo ejemplo de ello lo escrito por Vázquez, quien utilizó la herramienta para enriquecer su texto con noticias sobre la historia y la sociedad cubana.

Enriqueta era hija de Isabel Caven y Juan Faber, este último un aristocrático propietario de minas de hierro y zinc, así como de un establecimiento de aguas termales en Blumestein, en el cantón de Berna. Huérfana desde muy niña Enriqueta quedó bajo la custodia de su tío, Enrique, barón de Aviver, militar y casado con una mujer insufrible que se creía madame Pompadour. En vista de que Enriqueta no quería ser una carga para el tío, se casó joven con un oficial de cazadores de las tropas francesas al servicio de Napoleón, pero en la batalla de Wagram, en 1808, el marido fue herido de gravedad. Juan Bautista Renáud expiró en sus brazos el último aliento. Desde ese momento, según refirió Enriqueta, decidió vestirse como hombre e incluso lo hizo con la ropa del occiso y salió del campo de batalla escabulléndose. Al ver morir a tantos soldados en esa batalla por falta de médicos y sufrido del contagio de viruela que casi la mata, Enriqueta Faber decidió estudiar en la Escuela de Medicina de París y convertirse en médico cirujano. Había perdido un hijo, después al hombre que creía la protegería hasta su muerte, de tal manera que sola y libre, no deseó más que poder servir y curar. Habiendo sido una joven educada e ilustrada, sobre todo, atraída por los escritos de algunos de sus compatriotas como el romántico francés Chateaubriand, autor de Atala y Chactes, colocó al nuevo mundo en su perspectiva del futuro inmediato.

En Cuba

La joven se separó del tío, no sin antes haber tenido la oportunidad, como médico, de curarlo: le extrajo una bala con la que fue herido junto al mariscal Ney, cuando el ejército napoleónico se retiraba de Rusia. Hacia ese tiempo, Enriqueta sentía amor por su vocación de médico, pero ya no quería estar en medio de la guerra ni ser partícipe de ninguna “carnicería humana efectuada so pretexto de la ciencia”. Así que decidió partir y construir una nueva vida en América. En 10 de enero de 1819, Enrique Faves llegó a Santiago de Cuba. Andrés Clemente Vázquez –incluyo de entre sus notas la siguiente descripción que se hizo de él, cuatro años después, cuando descubrieron su secreto y lo sometieron a juicio–: “Enrique Faves, natural de Suiza, estatura cuatro pies y diez pulgadas, color blanco, ojos azules, frente chica, cabellos y cejas rubio, nariz abultada boca chica, barbilampiño, con muchas señales de viruelas, de edad 25 años, religión católica.” Vázquez se jactó de haber escrito sobre ese personaje tan poco ordinario con base en fuentes primarias y aclaró que, a pesar de que en algunos textos aparecía el apellido como Faves, él prefirió utilizar Faber porque así quedó consignado por Francisco Calcagno, en el Diccionario biográfico cubano. Asimismo, tomó en cuenta que existía otra mujer, Cecilia Böhl de Faber y Ruiz de Larrea, de origen suizo-español, quien, para escribir novela utilizó el seudónimo de Fernán Caballero. Cabe señalar, además, que en la revista La Administración (La Habana, 1860), publicada bajo la dirección de Laureano Fernández de Cuevas, secretario de la Real Universidad, se insertaron los documentos del proceso que le siguieron, así como las declaraciones que hizo ella sobre el asunto. De tal manera que Vázquez hacía acopio de la totalidad de las fuentes habidas sobre el tema y con ello rendía culto a la “verdad histórica”.

Así podía afirmar que, en un principio, nadie sospechó de la verdadera identidad de Enriqueta. Al año siguiente de haber ingresado a la isla, en 1820, la médico-mujer recibió la acreditación de su título y pudo ejercer su profesión gracias al permiso otorgado por don Juan Manuel Cagigal, capitán general de la isla, y a las cartas de recomendación que le extendieron el presbítero D. Félix Varela y Morales –reconocido personaje a quien se atribuyó la introducción de los estudios filosóficos en Cuba– y los doctores Nicolás del Valle y Lorenzo Hernández, ambos alcaldes mayores de las facultades médicas, que lo reconocieron como “cirujano romancista”. Asimismo, estableció relaciones con la comunidad extranjera que vivía en Cuba, como el Dr. Reveillè Parisi, quien después fue famoso, según se dijo, por haber escrito sobre las relaciones médicas durante el sitio de Puebla, en los albores de la intervención francesa en México.

Poco tiempo después, Enriqueta conoció a Juana de León y le pidió matrimonio, quizá tan sólo para guardar las apariencias. Ella era una mujer joven, enferma y huérfana a quien deseaba proteger e, incluso, fue sincera con su propuesta, con una intención más altruista que amorosa. A pesar de ser protestante, “la médico-mujer” se bautizó en la iglesia católica apostólica romana para casarse y juró fidelidad a Juana, lo cual después fue juzgado por la sociedad cubana como un sacrilegio. El licenciado José Ángel Garrido asentó, en Baracoa, su partida de casamiento en la foja 126 del “libro corriente de matrimonios de blancos”. Allí consta que Juana de León era hija legítima de Buenaventura de León y de María Manuela Hernández, ambos fallecidos.

Todo marchaba de maravilla hasta que se despertaron algunas sospechas. Garrido, que visitaba a Juana muy seguido, comenzó a sembrar dudas sobre la personalidad del galeno, que sí su voz era femenina, o que nunca lo había visto desnudo. Hasta que la lavandera que trabajaba para ambas mujeres fue indiscreta con su novio –un negro trabajador de una hacienda azucarera– y los rumores comenzaron a correr. El 6 de febrero de 1823 la detuvieron y encarcelaron. En el juicio que le siguieron, el médico confesó llamarse en realidad Henrietta Faber, ser natural de Suiza y viuda de un soldado francés que murió en el frente bajo las órdenes de Napoleón el Grande. Ocho meses después, el 4 de octubre, se dictó su sentencia en la Real Audiencia Territorial de Puerto Príncipe (actual Camagüey).

Enriqueta tenía 26 años cuando fue despojada de su título de médico cirujano y condenada a servir por cuatro años en el Hospital de Caridad de Mujeres de San Francisco de Paula, de La Habana. Al concluir debía salir desterrada para siempre del territorio español. Se dijo que desde entonces la obligaron a vestir “con propiedad de su sexo” y que pagó su condena en la Casa de Juan Nepomuceno de las Recogidas, porque estando en el Hospital de Caridad de Mujeres, se le echó a causa de su conducta, acusada de ser escandalosa y pendenciera, pues parece que bebía. Sufría de múltiples maltratos, mismos que la orillaron a querer quitarse la vida en varias ocasiones. La sociedad no comprendía que Enriqueta no había actuado con dolo.

Vázquez refiere que esa idea de transformarse en hombre y en médico no surgió de repente. A lo largo del proceso al que fue sometida la “médico-mujer”, recordó que desde niña abrigó el deseo de travestirse, actuar como hombre y realizar obras heroicas que le permitieran alcanzar el reconocimiento y la celebridad. Siendo una gran lectora de los “artículos histórico-novelescos” publicados en Le Courrier de París, conoció las vidas de mujeres osadas que, en su momento, también vistieron como hombres, como la mítica monja alférez vizcaína, Catalina de Erauzo y Pérez de Galarraga, quien destacó por sus acciones en las fuerzas españolas de conquista, recibiendo por ello, finalmente, el permiso por parte del Papa Urbano VIII para continuar vistiendo como hombre; o Jeanne Baret, ayudante de cámara de Philibert Commerson, naturalista francés quien disfrazada de hombre, acompañó por algún tiempo a su amante y a Louis Antoine de Bouganville en su viaje alrededor del mundo; o como el papa Juan VIII, quien resultó ser papisa y, según el mito, fue descubierta cuando dio a luz a un niño en plena procesión de Corpus Christi.

Andrés Clemente Vázquez ya no escudriñó más sobre el destino final de Enriqueta Faber (fue desterrada a Nueva Orléans donde habría muerto en 1846). Sin embargo, utilizó la posibilidad que tenía de escribir a pie de página para documentar y dar cuenta de su postura ideológica, discurrir sobre su historia reciente y exponer sus opiniones. Se declaró a favor de los derechos de las mujeres y manifestó repudiar la violencia ejercida contra ellas; creía que no tendrían la necesidad de vestirse como hombres si existiese la “igualdad de derechos entre ambos sexos”. Reflexionó también sobre la infidelidad masculina y sobre la ley de divorcio publicada en Francia en julio de 1884.

Memoria colectiva

Vázquez reconocía que los hombres gozaban de muchas ventajas y por ello destaca a las mujeres osadas que en su tiempo se hacían notar, como María Luisa Dolz y Arango, dueña del colegio habanero Isabel la Católica, a quien definió como una escritora feminista; María González Hermosillo, administradora de Correos, en Teocaltiche, Jalisco, quien era ejemplo de que las oportunidades para las mujeres mexicanas se habían acrecentado, e incluso proporciona con gusto noticias sobre una mujer excepcional en el periodismo francés, la reporter Mad Iver, que destacó por haber dado noticias sobre la ejecución del anarquista Emilio Henry.

Cabe señalar que al igual que Enrique José Varona y Pera, quien fuera redactor del periódico Patria, en Nueva York, órgano del Partido Revolucionario Cubano, Andrés Clemente Vázquez sembró las semillas para que se gestase un movimiento feminista en Cuba. Ambos eran “liberales” y agentes de José Martí. A través de su novela Vázquez promovió y alentó a otros autores para escribir sobre el tema de la violencia contra la mujer, como hizo, según afirma, Carlos Vieyra de Abreu, quien escribió sobre María Coronel, esposa de D. Juan de la Cerda, quien fue ultrajada por orden de Pedro I de España que, despechado por su rechazo, mandó le abrasaran la cara con aceite hirviendo. Además, incluyó un capítulo dedicado al travestismo donde dejó en claro que esa práctica era muy antigua y por ello resultaba difícil ubicarla en el tiempo, pero que habría de recodarse que en la historia de Occidente podía hablarse de que los bailes de máscaras que trascendieron barreras y que en el teatro era práctica común que los hombres se vistieran de mujeres o viceversa. De hecho, apunta que en España se había dictado una ley en 1767, que prohibía cambiar los vestidos de los sexos.

Es preciso mencionar que Enriqueta Faves o Faber es un personaje que nutre aún la memoria colectiva de los cubanos. En febrero de 2023 se develó en la Alameda de Paula en La Habana, en Guantánamo y en distintas partes de la isla (porque se hicieron varias réplicas) una estatua de tamaño natural sobre “Enriqueta Faber” que realizó el escultor Gabriel Cisneros, junto con José Villa Soberón quien se hizo acreedor del premio Nacional de Artes Plásticas en 2008, y logró el financiamiento para este proyecto de la embajada de Suiza. La pieza escultural representa, según afirman, a la primera mujer que ejerció la medicina en América y su principal destino fue, finalmente, el centro histórico de Baracoa. De igual forma, se sumó a esta serie de festejos y conmemoraciones, la producción de la película “Insumisas” de Fernando Pérez y Laura Cazador (2018), quienes se ocupan del mismo tema y ha sido presentada en varios festivales de cine europeos.

PARA SABER MÁS:

  • Espinosa Blas, María Margarita, “La anexión de Cuba a México: la propuesta de El Nacional, en Laura Muñoz (coord.), México y Cuba: una relación histórica, México, Instituto Mora, 1998, pp. 45-47.
  • Muñoz, Laura, Centinelas de la frontera: los representantes diplomáticos de México en el Caribe, 1838-1960, México, Instituto Mora, 2010.
  • _________ (coord.), México y Cuba: una relación histórica, México, Instituto Mora, 1998.
  • Pulido Llano, Gabriela, Perspectiva de Andrés Clemente Vázquez, Cuba en el pensamiento político mexicano de fines del siglo XIX”, en Laura Muñoz (coord.), México y Cuba: una relación histórica, México, Instituto Mora, 1998, pp. 33-35.