El universo católico de Maximino Pozos

El universo católico de Maximino Pozos

Eduardo Camacho Mercado
Universidad de Guadalajara – Centro Universitario de los Lagos

En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 64.

La confrontación Estado-Iglesia posterior a la revolución, tuvo en este sacerdote de los Altos de Jalisco un férreo defensor de los ideales católicos. Fue un seminarista que encontró en la poesía la manera de expresar alegrías y frustraciones en el contexto de aquellos combates, aceptó con reticencias el llamado a la pacificación de sus superiores y al cabo de esa vida de definiciones francas recibió el reconocimiento de los suyos en Zaplotanejo.

“Abajo los curas” Manifestación en contra de la religión católica, 1929, inv. 45727, SINAFO-FN. Secretaría de Cultura-INAH-MÉX.

El sacerdote jalisciense Maximino Pozos Hernández (Tepatitlán 1892, Zapotlanejo 1966), pertenece a una generación marcada por su formación en la intransigencia y el catolicismo social. Una generación que vivió la revolución, el conflicto de la Iglesia con el Estado que derivó en la rebelión cristera, la difícil adecuación y entendimiento después de los llamados Arreglos, y el posterior periodo de conciliación al final del gobierno de Lázaro Cárdenas.

Desde su biografía, podemos estudiar el cambio de las relaciones Iglesia-Estado en México, en la primera mitad del siglo xx. A través de diversos documentos y la poesía de Maximino Pozos, recreamos su infancia, su formación en los Seminarios de Guadalajara y de Castroville, Texas, y constatamos cómo estas experiencias marcaron su visión de mundo y su actuar en su ministerio sacerdotal y su relación con la jerarquía eclesiástica, con la feligresía y con el Estado.

Del seminario al exilio

Maximino Pozos Hernández nació el 9 de junio de 1892, en el seno de una familia campesina en Tepatitlán, en la región de los Altos de Jalisco. Fue el segundo de cuatro hijos, dos hombres y dos mujeres. Nos encontramos frente a un personaje que vivió, siempre, en el seno materno de la Iglesia. De una familia campesina devota, que le proveyó una formación cristiana en la casa y en la escuela parroquial, pasó muy joven, todavía adolescente, al seminario. Podemos afirmar, por lo tanto, que vivió en un “universo católico” del que no salió nunca, y desde el cual interpretó y se enfrentó al mundo.

Comenzó muy joven a escribir poesía, vocación inculcada por su padre. En sus primeros versos escritos a los 12 años, ya se aprecian algunas ideas que persistirán a lo largo de su obra poética y en su comunicación epistolar: el hombre proscrito que se enfrenta a un mundo sin fe, en combate constante contra el enemigo. Su obra poética refleja también la triada identitaria del nacionalismo católico: religión, patria y familia. Al momento de publicar sus poesías completas en 1964, mencionó que lo hacía para “dar gloria a Dios […] dar honra a la bella perla de los Altos de Jalisco [Tepatitlán] y honrar la memoria de nuestros humildes progenitores”.

Fue en el seminario donde Pozos experimentó aquellos elementos vitales que definieron su forma de pensar: además de su educación en el sacerdocio, se formó como poeta, aprendió la sociología cristiana del catolicismo social y sufrió la persecución de la facción revolucionaria carrancista, lo que fortaleció su convicción de que pertenecía a una Iglesia perseguida y mártir. Ingresó a la Academia Literaria del Seminario y al Círculo de Estudios Sociales León XIII. Contó, además, con la presencia cercana de los Operarios Guadalupanos (la élite intelectual del catolicismo social y el Partido Católico Nacional en Jalisco), que sesionaban en el seminario y “colaboraban con la enseñanza”.

Enfrentado ante una identidad personal escindida de sacerdote y poeta, se decanta por la primera: Levita que ora como Moisés y lucha como Josué: “No vengo ahora soñador poeta; / de numen celestial iluminado, / vengo de parte del Señor, profeta: / y esto dice el Señor: ‘En la pelea / do tu presencia urge, / tú vencerás la hueste filistea.’ / Obedece al Señor y dile ‘¡Sea!’”. Con la toma de Guadalajara por las tropas constitucionalistas de Obregón el 8 de julio de 1914, el seminario fue clausurado y desde Mazamitla, en el sur de Jalisco, Pozos escribió: “Hoy vengo a ti del buitre perseguido / a buscar un refugio que me albergue. […] Hoy vengo a ti proscrito, desolado, / siguiendo mi camino”.

Las dificultades que enfrentaban los seminarios en México por la persecución carrancista, impulsaron a los obispos a abrir un seminario en Castroville, pequeña población texana cercana a San Antonio, para que los seminaristas de todo el país concluyeran su formación. Pozos fue uno de los que partió a Castroville. Sólo estuvo allí cinco meses; llegó el 10 de agosto de 1916, se ordenó sacerdote el 1° de enero de 1917 y regresó a México el 10 del mismo mes. Su poesía durante ese breve período refleja el sentimiento de persecución y de lucha por la defensa de la fe: “Yo vengo de la lucha. / Yo estuve en el combate / en donde todo es ruina y caos y confusión; / allí donde la muerte sus negras alas bate / volando victoriosa; donde el cañón abate / la choza y el alcázar, el templo y el bastión. […]”.

Primeros años de sacerdocio

A su regreso a México, estuvo por breve tiempo en sus primeros destinos: San Juan Bautista del Teúl (sur de Zacatecas), Totatiche (norte de Jalisco) y Jocotepec (ribera de Chapala). Durante ese periodo de tres años, combinó su ministerio con la poesía. Además, estuvo preso algunos días en la comandancia militar de Guadalajara en agosto de 1917.

Al menos hasta 1925 prestó su pluma y vena literaria a la causa. Publicó poemas en La Época y estuvo por un tiempo a cargo de la sección literaria del diario católico-social Restauración. Publicó trabajos como la “Monografía de la caja rural de Zapotlanejo S.C. de R.I.”, “El sindicato agrícola y las cajas rurales”, y varios artículos en El Obrero. Tiempo después, en la introducción a sus obras completas en 1964, lamentó el abandono de la poesía: “Después, me hundí… o me hundieron en la tumba del olvido, [abandonado] en míseros villorrios, en donde fue un milagro que no embruteciera”.

Su traslado a Zapotlanejo, en 1920, coincidió con la época dorada de la organización católico social en Jalisco. Creó y consolidó la Caja de préstamos y ahorros de Santa Fe, convertida al poco tiempo en Sindicato de Labradores Católicos. Después de la suspensión del culto ordenado por la Iglesia en protesta por la entrada en vigor de la Ley Calles (1° de agosto de 1926), no hay noticias de Maximino, salvo la carta fechada en Guadalajara el 7 de julio de 1927, donde solicita apoyo económico. Lo más probable es que haya pasado los tres años del conflicto cristero en la capital tapatía.

Rebeldía y conflictos

Cuando la rebelión cristera terminó y se restableció el culto, el padre Maximino Pozos se trasladó, en junio de 1929, a Tlacuitapa, perteneciente al municipio de Unión de San Antonio y a la parroquia de Lagos de Moreno, en los Altos de Jalisco. Se encontró con una feligresía empobrecida que recién regresaba a sus casas al terminar la reconcentración forzada de la población rural. La siguiente década sería difícil para los católicos: se limitó el número de sacerdotes con permiso para ejercer su ministerio, se persiguió a las escuelas católicas y se incluyó en los programas educativos la educación sexual y socialista. Estaba también el problema del agrarismo, que, si bien la Iglesia reconocía la necesidad de un reparto de tierras, no aceptaba la forma en la que el Estado lo quería resolver a través de la formación de ejidos. Y al interior de la Iglesia, los obispos trataban de controlar a los católicos radicales que exigían formas de resistencia más extremas, entre ellas, levantarse de nuevo en armas.

Los problemas tardarían poco en llegar: en 1931 se le acusó de convertir “el púlpito en tribuna de política”. Pozos fue reconvenido y contestó así al arzobispo: “Lo que se me imputa es absolutamente falso […]. Si se refiere la acusación al asunto de las dificultades de la Iglesia Mejicana con el Estado, […] he sido sumamente moderado […]; y si ha habido, aun entre el V. Clero, quien se haya excedido en las apreciaciones respecto a la solución del conflicto religioso de 1929, no he sido yo”.

Si le creemos a Pozos, que no utilizaba el púlpito para hablar de política ni para criticar los acuerdos de 1929, un poema fechado el 8 de septiembre de 1931, deja dudas al respecto:

[…] ¿Por qué, Madre bendita, si en no lejano día / el humillante grillo pudimos destrozar; / por qué a tu Pueblo oprime aún la tiranía / que se disfraza ahora con vil hipocresía? / Ansioso te pregunto: ¿vamos a soportar? […]. ¡Tan sólo, Madre, di, / di, Reina soberana, y aquellas tus legiones / se lanzarán al campo: tu voluntad es ley. / ¡Di, Reina, y a la muerte irán los escuadrones / famélicos, desnudos, sin carros ni cañones, / pero gritando altivos “¡que viva Cristo Rey!”.

En 1933 los conflictos se agravaron. Un grupo de campesinos solicitaron tierras, algunos de ellos eran “norteños” que habían regresado de trabajar en Estados Unidos y se convirtieron en los peores enemigos del vicario. El 24 de marzo, el arzobispo solicitó al cura de Lagos que investigara sobre una supuesta agresión a Maximino Pozos, noticia que confirmó el párroco: “el Sr. Pbro. Pozos estaba muy golpeado, aunque él afirma que fue la caída de un caballo, se suponen los informantes que fue agredido o cayó en alguna celada”. Había, además, otro grupo con el que estaba enemistado, liderado por el exdiputado Trinidad de la Torre, que lo denunció ante las autoridades por ejercer su ministerio sin permiso. La ley que limitaba el número de ministros del culto se tornó cada vez más estricta: en 1929, podían ejercer cinco sacerdotes en la parroquia de Lagos de Moreno; en 1932 se redujo a dos para los municipios de Lagos de Moreno, Unión de San Antonio y San Diego de Alejandría; y, para 1935, sólo el párroco tenía permiso.

No tardaría en presentarse otro problema, esta vez con el hacendado Gonzalo Serrano. Este conflicto es relevante, porque patentiza al menos dos asuntos importantes: la autoridad moral que ejercían (o pretendían ejercer) los sacerdotes en esos pueblos, y los potenciales usos del altercado como un asunto de lucha de clases en el contexto de la reforma agraria. Pozos fue invitado a celebrar en una festividad religiosa en la hacienda Las Cajas, y al llegar encontró un baile que la Iglesia prohibía: “Mi presencia bastó para que dejaran de valsar […] pero al retirarme, D. Gonzalo los invitó a que bailaran”. Días después, el padre Pozos envió una carta al hacendado:

[…] Ud. es mi súbdito: mi feligrés, con todo y su dinero. Pruebo: Ud. es católico: negarlo sería una apostasía y negar la fe de sus padres. En aquel momento caía bajo mi jurisdicción y estaba obligado a observar las disposiciones emanadas de su legítimo Superior; luego Ud. no podría dar permiso para una cosa prohibida legítimamente prohibida por quien puede prohibirlo […]. Luego su falta es, primero, de rebelión y de usurpación de poderes. Es también de impiedad, por la forma altanera en que me habló; y fue una enorme falta de educación y un pésimo ejemplo a la gente de abajo. […]. De todo lo hecho […], deducirá tres cosas: 1, el incontrastable poder moral que rodea al Sacerdote; 2, que no siempre el dinero eleva el nivel moral de quien lo posee; y 3, […] ¿No cree Ud. muy imprudente su conducta en vísperas de la revolución social, ante el hecho del agrarismo, contenido hoy por hoy a las puertas de su finca, […] por mi labor moralizadora, y ante el hecho del Salario mínimo, que Ud. ha burlado, cuando la Comisión Nacional ha enviado numerosos agentes para vigilar su cumplimiento?

Por último, una nueva acusación en agosto de 1934, por conducta “poco edificante con su ministerio [que los firmantes se abstenían de detallar] en virtud de que son verdaderamente denigrantes para el Señor Pozos”, terminó por convencer al arzobispo de retirarlo de Tlacuitapa.

En diciembre de 1934 se le nombra capellán de Santa María Transpontina, a medio camino entre San Juan de los Lagos y Encarnación de Díaz, no muy lejos de su anterior destino, pero sí lo suficiente para alejarlo de los problemas, que pronto se agravarían: en 1935, Tlacuitapa (específicamente el famoso cerro cercano de la Mesa Redonda), fue el epicentro de un grupo rebelde de la “segunda” cristera.

El roble trasplantado

Zapotlanejo en los 40’s

En enero de 1940, el arzobispo le preguntó si estaría dispuesto a aceptar un curato por primera vez. Pozos respondió que sí estaba dispuesto: por “mi carácter y mi criterio moral como sacerdote, moderado últimamente en la práctica por los golpes de la experiencia”. Al mes siguiente, tomó posesión como párroco de San Marcos, al este de Guadalajara. Su moderación coincidió también con un cambio en las relaciones Iglesia-Estado, para llegar a un real modus vivendi, después de los tumultuosos años de la década de 1930. Lázaro Cárdenas ya había expresado algunos años antes que no era el propósito del gobierno atacar ninguna creencia religiosa y apostó por la reforma social. La Iglesia respaldó al presidente en el decreto de expropiación petrolera y años después Estado e Iglesia coincidirían en su lucha contra el comunismo. Los conflictos no cesaron, pero sí disminuyeron y se expresaron por canales menos violentos.

Como se le ordenó, Pozos prestó especial atención a la acción católica, a la moralización y al culto. Pero su relación con su feligresía le provocó resistencias desde el inicio. No se sentía bien fuera de Los Altos, y su percepción era que estaba ante una sociedad más alejada de Dios. Poco importa que en Tlacuitapa haya sufrido agresiones que le hicieron salir prácticamente huyendo por su vida. Para él, la gente de los Altos era más cristiana que la de otros lugares. Se sentía, como lo dijo en un informe, un “exótico roble trasplantado al inmundo bajío que en los Altos nunca supo lo que es la corrupción espantosa de costumbres y de la fe casi extinguida de esta región”.

Lo cierto es que la efervescencia política y la presencia de un agrarismo fuerte, le representaron retos importantes. Pero encontró la manera de convivir con las autoridades civiles, los agraristas y el grupo de masones del pueblo. Celebró, por ejemplo, matrimonios mixtos entre mujeres católicas y hombres masones, seguro de que se trataba de personas “que por conveniencias políticas se afilian a la Masonería; pero han dado pruebas que no son herejes formales.” Los agraristas también habían reconciliado su catolicismo con su adhesión al gobierno, o bien, Estado e Iglesia ya no les exigían la definición de bando: “Muchos asisten ya al templo. Todos mandan a sus hijos al catequismo. Algunos son de la Adoración Nocturna. Algunos pagan sus diezmos. Todos estaban retirados; ahora todos son muy atentos conmigo personalmente y nadie obstruye mi labor. […] No tengo propiamente ningún enemigo. Ahora nadie se muestra sectario”.

Acción social y transigencia

En enero de 1944 regresó a Zapotlanejo, ahora como párroco. De vuelta a Los Altos, pudo realizar proyectos más ambiciosos, siendo el más destacado, la Escuela Agrícola Regional, que sostuvo durante ocho años. La escuela, a pesar de su modestia, tuvo logros innegables: educó a los jóvenes en técnicas modernas de labranza y en el conocimiento de los tipos de suelos, semillas, pesticidas y abonos, además de prestar servicios a los agricultores, como el análisis de suelos, que realizaban en el laboratorio de la escuela. Pero más allá de esos logros, la importancia radica también en lo que revela de la nueva etapa de relaciones Iglesia-Estado. En 1953 Pozos recurrió a “algunas instituciones católicas” para conseguir recursos para la edición de su “Epítome de Agricultura” y no encontró la ayuda solicitada:

En cambio, dependencias oficiales del Gobierno se muestran interesadas en ayudarme, hasta el grado de adoptarlo como texto en las Escuelas Primarias; […] ha sido objeto de estudio de parte del Gobierno Federal y se propone hacer una edición por su cuenta de 200 000 ejemplares para ser distribuidos entre los 80 000 maestros de la República, Comisariados ejidales y ‘Curas Párrocos’ para su divulgación.

Al final de su vida, tuvo dos homenajes: publicó sus obras completas, y fue reconocido por el Ayuntamiento como “Hijo predilecto de Zapotlanejo y bienhechor ilustre e insigne del municipio”. El primer homenaje reconcilió al poeta con el sacerdote. El segundo fue la mejor señal del entendimiento de la Iglesia con el Estado. Así, el niño alteño “hijo de la Iglesia”, el seminarista proscrito por su fe, el poeta olvidado en míseros villorrios, el roble trasplantado en tierras de tibio catolicismo transitó su vida por todos los conflictos entre la Iglesia y el Estado, para regresar a la calma de sus queridos e idealizados Altos de Jalisco.

La vida de personajes como Maximino Pozos son importantes, no por lo extraordinario de ellas, sino porque representa el pensamiento, experiencias y acciones de un sector del clero tapatío, y permite abordar las relaciones Iglesia-Estado en clave de biografía.

PARA SABER MÁS

  • Aspe Armella, María, La formación social y política de los católicos mexicanos. La Acción Católica Mexicana y la Unión Nacional de Estudiantes Católicos, 1929–1958, México, Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana/Universidad Iberoamericana, 2008.
  • Guerra Manzo, Enrique, Del fuego sagrado a la acción cívica. Los católicos frente al Estado en Michoacán (1920-1940), México, El Colegio de Michoacán/Universidad Autónoma Metropolitana/Itaca, 2015.
  • Padilla Rangel, Yolanda, Después de la tempestad. La reorganización católica en Aguascalientes, 1929-1950, Zamora, El Colegio de Michoacán/Universidad Autónoma de Aguascalientes, 2001.
  • Pozos Hernández, Maximino, Poesías completas, Guadalajara, Ágata, 1994.

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