Edgar Sáenz López
En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 63.
Sin hombres que se interesaran por la causa, faltos de pertrechos militares y sin un liderazgo claro, los generales villistas sumados al alzamiento de Adolfo de la Huerta sucumbieron con facilidad en poco más de un año ante las fuerzas locales y federales de Álvaro Obregón.
Para el villismo, 1923 resulto ser un año crucial. Su principal sostén, el general Francisco Villa, cayó muerto en Parral el 20 de julio. El acontecimiento cimbró de manera devastadora a los restos de sus simpatizantes que se encontraban en Durango y Chihuahua.
Después del asesinato, llegaron meses de incertidumbre para los colonos de la hacienda duranguense de Canutillo y sus alrededores, donde los villistas se asentaron junto a su jefe luego del pacto de cese de hostilidades, durante el gobierno provisional de Adolfo de la Huerta en 1920, y no sabían bien a bien que sucedería con ellos, temían que en algún momento las autoridades desconocieran los privilegios concedidos y se los quitaran de golpe.
En las inmediaciones de Canutillo habitaban importantes generales villistas: Nicolás Fernández que mantuvo bajo su custodia la hacienda de San Isidro en el estado de Chihuahua, propiedad que en otros tiempos había sido de la familia Terrazas; Lorenzo Ávalos y su gente se instalaron en la hacienda San Salvador, en Durango; por su parte, al general Albino Aranda lo hizo en El Pueblito, en Iturbide, Chihuahua.
La segunda mitad de 1923 fue un periodo de turbulencia política, en la que se definiría la sucesión presidencial de 1924. En la contienda estaba, por un lado, el general Plutarco Elías Calles, quien era el favorito del presidente Álvaro Obregón; y por el otro Adolfo de la Huerta, quien consideraba que tenía que regresar a la primera magistratura después de su breve interinato de 1920.
La tensión política no pudo resolverse de manera pacífica y con ello llegó la rebelión, que estalló en los primeros días de diciembre de 1923. Adolfo de la Huerta, apoyado por un importante número de militares se levantó en armas y busco apoyo en todas las regiones del país, una de estas sería Durango.
Ante el peligro que se avecinaba, el presidente Obregón intentó en un primer momento mantener las lealtades de los villistas. Se dirigió a Hipólito, hermano de Francisco Villa, a quién le garantizó que conservarían todos los beneficios conseguidos tras los Tratados de Sabinas de 1920:
[…] quiero dirigirme a usted para que hable a todos en mi nombre con objeto de que no se dejen sorprender con los embusteros que tratan de arrastrarlos a secundar su aventura. […] Sería una aventura injustificada que se levantaran contra un gobierno que está llevando a cabo sus compromisos para garantizarles su bienestar. El Ejecutivo de mi cargo confía, en la cordura de ustedes y tiene confianza que se negaran a secundar la azonada [sic].
Afectuosamente
Presidente de la República
La preocupación del sonorense por mantener a los villistas de Durango fuera del conflicto estaba justificada por la reciente defección del general Manuel Chao, quien en Chihuahua se había declarado partidario de Adolfo de la Huerta. Lo anterior encendió las alarmas del gobierno, ya que resultaba lógico que Chao buscara el apoyo de los villistas, quienes podrían tener motivaciones para unirse al movimiento, pues era muy sonada la participación del gobierno en el asesinato de Francisco Villa. Esto podría ser una motivación importante para participar en la rebelión.
Los villistas se mantuvieron leales al gobierno por un breve tiempo. Desde el comienzo de la rebelión, en diciembre de 1923, hasta finales del mes de enero de 1924, momento en que decidieron apoyar al hombre que había logrado la pacificación del general Villa: Adolfo de la Huerta.
Las razones por las que Hipólito Villa, Nicolás Fernández y demás hombres avecindados en Canutillo se lanzaran al movimiento armado pueden obedecer a varios motivos. El primero es que pensaran que con el triunfo de Calles este podría retirar los beneficios obtenidos en Sabinas y quedar de alguna forma desprotegidos; la otra razón es que vislumbraran que el movimiento de Adolfo de la Huerta tenía mayores posibilidades de éxito y que al triunfar esta asonada podrían conservar sus privilegios. Una última razón, buscar venganza por el asesinato de Villa. Se culpaba a Obregón y Calles como los responsables intelectuales del crimen.
La decisión fue tomada y desde los últimos días de enero los villistas se sumaron a la bandera rebelde delahuertista. Los temores del gobierno federal se cumplieron.
La rebelión
Manuel Chao llegó a Durango, proveniente de Chihuahua, donde no tuvo buenos resultados en la organización de la rebelión delahuertista. Intentó que con la unión de los villistas de Durango el alzamiento se extendiera, pero hubo escaso arrastre popular, la gente no se levantó y con ello quedó demostrado que ni Hipólito Villa ni los demás generales villistas tenían el carisma ni la popularidad del centauro del norte. El gobierno federal encontró que en la zona villista no hubo simpatía hacia el delahuertismo y por ello evitó enviar grandes contingentes militares a aquella zona y fortalecer las tropas de combate en zonas donde la rebelión había surgido con fuerza.
El gobierno federal encomendó a los gobiernos locales que combatieran a los rebeldes. En Chihuahua, Ignacio C. Enríquez auxiliado por fuerzas locales y apoyado por las Ligas de Comunidades Agrarias se encargó de perseguir y arrojar a los infidentes del estado, quienes se fueron desplazando al vecino estado de Durango. En esta localidad el gobernador era el general Jesús Agustín Castro, quien dio persecución a los rebeldes de Canutillo y a otros personajes como el general Juan Galindo que se levantó en armas al mismo tiempo para enarbolar la causa de Adolfo de la Huerta.
A diferencia de otras regiones del país, en Durango los brotes revolucionarios fueron mínimos. Escasos de hombres levantados en armas y de pertrechos para la guerra, sus acciones se limitaron a atacar a pequeñas guarniciones y en tratar de obtener recursos mediante ataques a vías de comunicaciones y préstamos forzosos.
En esencia y, de acuerdo con el plan inicial de la rebelión, Manuel Chao sería el líder en el norte villista. Sin embargo, los colonos de Canutillo no respondieron en un primer momento al llamado de la insurrección. Poco tiempo después unirían esfuerzos con otros rebeldes como Domingo Arrieta. Por la región también operó, sin muchas conexiones con los villistas, Juan Galindo, quien le causó varios dolores de cabeza a las autoridades.
El ejército no tuvo demasiada participación en la persecución de los sublevados, fueron en mayor medida las fuerzas locales las que se encargaron de perseguir y batir a los infidentes. La gente en la región estaba cansada de la guerra y no tuvo mayor motivación para unirse a ella. La muerte de Francisco Villa también influyó en un posible reclutamiento masivo.
El alzamiento en Durango comenzó en la primera quincena de enero, de la mano de un jefe policial llamado Trinidad Juárez, que en la localidad de Nombre de Dios se proclamó seguidor del delahuertismo. Liberó presos y saqueó la oficina de correos, imponiendo préstamos forzosos al comercio. Sin embargo, este primer grupo fue derrotado por los propios vecinos del lugar, impidiendo que la rebelión avanzara en diciembre de 1923.
Los siguientes brotes de violencia surgieron hasta finalizar el mes de enero del siguiente año. Juan Galindo se encargó de ocupar diferentes poblaciones en las que obtuvo recursos mediante la obtención de préstamos forzosos. En Santiago Papasquiaro se internó el día 29 de enero, semanas después se adentró en Guatimapé, Peñón Blanco y San Salvador y para finales de febrero atacó Otinapa. El movimiento de Galindo fue breve, obtuvo algunos triunfos contra las fuerzas del gobierno, sin embargo, su aventura sería truncada en los primeros días de marzo, cuando las fuerzas del general Jesús Agustín Castro le dieron un golpe certero que le impidió continuar en la lucha.
Otro grupo de suma importancia que se rebeló en Durango fue el de los villistas avecindados en Canutillo y sus alrededores. Encabezados por Hipólito Villa y Nicolás Fernández, se levantaron casi a finales de enero. El gobierno se sorprendió de la defección, pues estos habían jurado lealtad al régimen. El número de elementos con que contaban llegó a oscilar entre 300 y 500 hombres, y sus acciones, en realidad, no lograron poner en predicamento a las autoridades. Fueron pocas sus acciones guerrilleras, la mayoría realizadas en los meses de febrero y marzo, pues no tuvieron apoyo popular y en cambio fueron perseguidos por fuerzas voluntarias de la región. En este periodo atacaron poblaciones como El Oro (donde obtuvieron un triunfo contra los federales); en Pánuco de Avino, Peñón Blanco, San Salvador y San Juan del Río.
Sus principales acciones se centraron en ataques a vías de comunicación, algunos ferrocarriles de donde pudieran obtener algún botín del cual abastecerse económicamente, ya que desde el momento de su adhesión al delahuertismo, la hacienda de Canutillo, su principal centro de abastecimiento, fue intervenida por el gobierno.
Durante el mes de marzo sus ataques se hicieron cada vez más esporádicos y poco a poco aceptaron su derrota. Petronilo Hernández, quien antes de unirse a los villistas había iniciado el movimiento en Indé y El Oro, se rindió ante las autoridades. Posteriormente, y ante la capitulación inminente, dejaron de operar Nicolás Fernández y Sóstenes Garza.
En la lucha, quedaron solamente Manuel Chao e Hipólito Villa. El primero venía de Chihuahua donde no logró consolidar el movimiento rebelde, entonces se internó en Durango, ahí operó por breve tiempo en el estado, posteriormente fue capturado y fusilado en los últimos días de junio de 1924. El último de los villistas en sostener las armas en favor del delahuertismo fue Hipólito Villa, quien se mantuvo a salto de mata hasta el mes de octubre. No le quedaba ninguna esperanza de triunfo, intentó negociar su salida del conflicto con algunos beneficios, pero dadas sus desventajas lo único que logró fue salvar la vida.
El último de los hombres que operó en Durango en favor del delahuertismo, fue el general Domingo Arrieta León. Su rebelión tenía un trasfondo de descontento político en la región. Arrieta había sido gobernador del estado en 1917 y en 1920 se negó a reconocer el Plan de Agua Prieta. Tras el triunfo de los sonorenses, Arrieta fue desplazado del gobierno estatal. Con la rebelión delahuertista encontró un motivo para enfrentar a Obregón y a su enemigo local, el general Jesús Agustín Castro. Sin embargo sus tropas –estimadas en 300 hombres– eran muy reducidas y sus acciones no lograron poner en peligro a las autoridades. En marzo destruyeron vías en diferentes lugares de Durango y tomaron Santiago Papasquiaro junto a las fuerzas de Hipólito Villa, pero en mayo de 1924 Arrieta depuso las armas y allí acabó su aventura.
Alzamiento extinguido
Ninguno de los grupos rebeldes que operaron en Durango tuvo verdaderas posibilidades de éxito. No existió un líder que los organizara ni simpatizantes interesados en alzarse en armas, lo cual los llevó a la derrota. La ausencia de Francisco Villa fue fundamental. No existió un caudillo con arrastre popular que fomentara el espíritu de rebeldía, inclusive muchos de los habitantes de las diferentes regiones de Durango decidieron combatirlos.
La estocada final al movimiento fue infringida por el Ejército Nacional. Jefes militares como Miguel V. Laveaga, Alejandro Mange, Eulogio Ortiz, Jesús Agustín Castro y Marcelo Caraveo llevaron a cabo la persecución final a los infidentes, pues entre más rápido acabara el brote, más rápido tendrían el dominio de las zonas con mayor concentración rebelde. En Durango la situación fue controlada desde un principio por fuerzas locales, voluntarios y miembros de las Ligas Agrarias. La llegada de contingentes del ejército fue únicamente para acabar el movimiento de manera rápida. La fracasada rebelión delahuertista en Durango es el reflejo de lo que se vio en muchos frentes de otros estados, donde no hubo comunicación entre los jefes y los personalismos facilitaron el triunfo del gobierno sin mayor esfuerzo. Ni Juan Galindo, ni Hipólito Villa, Manuel Chao, Nicolás Fernández o Domingo Arrieta intentaron aglomerar un movimiento homogéneo que pusiera en dificultades a las fuerzas del orden, y esto llevó a una pronta y contundente derrota.
PARA SABER MÁS
- Capetillo, Alonso, La rebelión sin cabeza: génesis y desarrollo del movimiento delahuertista, México, Botas, 1925.
- Dulles, John W.F., Ayer en México: una crónica de la revolución 1919-1936, México, fce, 1989.
- Monroy Durán, Luis, El último caudillo: apuntes para la historia de México, acerca del movimiento armado de 1923, en contra del gobierno constituido, México, J.S. Rodríguez, 1924.
- Urióstegui Miranda, Píndaro, Testimonios del proceso revolucionario de México, México, INEHRM, 1987.