Editorial #41

Editorial #41

En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 41.

La actualidad está marcada por inquietudes persistentes y debates inconclusos que nos hablan de mecanismos y disposiciones de corte económico y financiero para otorgar un futuro promisorio, por el momento truncado, para los adultos mayores. El problema no es nada nuevo ni exclusivo de México. Se advierte un acicate mundial en este sentido, para los trabajadores y las finanzas públicas. La esperanza de vida crece, en tanto decae el número de quienes aportan al financiamiento. Los Estados, se dice, muestran que su capacidad para subsidiar el sistema de seguridad social llega a estar desbordada.

¿Qué fue de esto en el pasado? ¿Un derecho ganado en el siglo XX, quizá, hallazgo del estado de bienestar?

Una primera aproximación la encontramos hacia la mitad del siglo XIX.

Sí, ya durante el régimen de Maximiliano de Habsburgo hubo que remediar la situación de las viudas de escasos recursos económicos. Cuando las mujeres perdían a sus maridos, principal sustento del hogar, debían salir adelante con un alto número de hijos en un mundo laboral que sólo las consideraba para tareas de escasos ingresos.

El Estado ya tenía antecedentes de apoyar a las viudas con pensiones, pero únicamente aquellas cuyos maridos habían fallecido siendo integrantes del ejército o empleados de gobierno, lo cual facilitaba las cosas a quienes pertenecían a los sectores medios o más acomodados. Por eso, muchas mujeres, la mayoría de las cuales se encontraban en la pobreza, recurrieron a cartas y asistieron a las audiencias públicas del emperador para hacer sus reclamos. Algo obtuvieron: por un lado, que se ampliara el alcance de las leyes que pensionaban a viudas de militares y empleados públicos y en segundo lugar subvenciones directas.

El rezago de la mujer, cabeza de familia, con escasos ingresos, multiplicidad de hijos, sin trabajos bien remunerados, marginada de apoyos oficiales, también lo era por aquellos años, un poco antes del segundo imperio, en el acceso a la educación. Si acaso quienes comenzaron a disfrutar una apertura a la instrucción fueron aquellas que pertenecían al sector más alto de la escala social, cuestión similar al caso de las viudas.

El primer instrumento educativo fue la lectura, pero ya no se concentraba únicamente en el catecismo y la formación moral, sino sobre lo que por entonces se consideraba “ciencia” y estaba relacionado con el entorno de la mujer: los calendarios con información de los eclipses, las fases de la luna, la temporada de lluvias, calor o vientos, y todo aquello que las involucrara con la naturaleza (botánica, medicina, zoología, geografía, mineralogía, ornitología). Como nos dice la autora del texto, Laura Suárez de la Torre, el acercamiento de las mujeres a la instrucción hacia 1850 fue, de alguna manera, un parteaguas. Aun y cuando estaban bajo la mirada atenta de los hombres, que al fin y al cabo decidían sus intereses, “sin proponérselo les abrieron nuevos horizontes intelectuales, espacios que, a la larga, les permitirían estar al lado de ellos, con capacidad para pensar, reflexionar o dirigir”.

El progreso y el espacio ganado por la mujer en términos de igualdad y equidad de género ha sido acelerado en las últimas décadas, aunque insuficiente. Ejemplos de esa perseverancia están presentes en cada una de nuestras ediciones. Hemos tomado, para este número 41, la historia de vida de Mariana Yampolsky, apenas una universitaria de 19 años, que llegó de Chicago para estudiar artes en México en 1945 y aquí labraría una carrera vanguardista, basada en su fascinación por viajar por el país y retratar el arte popular con la fotografía. Esa vinculación íntima con la olvidada y desdeñada población rural, su cultura, su cotidianidad, su religiosidad, quedó registrada a lo largo de su carrera profesional en más de un centenar de muestras individuales y colectivas de fotografías, libros y premios. Una selección de ellas puede apreciarse en estas páginas.

La fotografía social, esa que retrata el día a día, en este caso en Yucatán y durante ocho décadas, también está para su descubrimiento en nuestras páginas, así como el cine experimental de Rubén Gámez, un director con una mirada profunda y de severa crítica para su época, los años sesenta del siglo pasado.

BiCentenario, abierto a los tiempos y sus épocas, se adentra a relatar en primera persona las experiencias de un soldado de Francisco Villa en momentos en que sólo importaba la sobrevivencia personal; la cruda lucha por escapar de “la gripe española” que diezmaba poblaciones en 1918; el caso del príncipe austriaco que cuidaba a Maximiliano y se hizo amigo de Porfirio Díaz; o cómo fue que se escribió La serpiente emplumada, la novela que dio a conocer al mundo el México prehispánico. Temas abundan para encontrarlos aquí. Hasta la próxima edición.

 

Darío Fritz