En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 66
Tres décadas en el poder requieren de una figura carismática, compleja y avasallante, y muchas otras dispuestas a sostenerla y resguardarla. Abundantes argumentos explican la permanencia de Porfirio Díaz por tanto tiempo rigiendo los destinos mexicanos entre fines del siglo XIX y principios del XX. Uno de ellos se llamó Rafael Chousal y Rivera Melo. Quien fuera su secretario particular, lo acompañó desde que gobernó Oaxaca hasta la caída en 1911. En él se sintetizan la confianza, la eficiencia y la lealtad con el dictador. Chousal llevaba la correspondencia y los telegramas, la agenda de actividades, quiénes accedían al presidente o nunca llegaban hasta él, los consejos así como las mediaciones con gobernadores, legisladores o jefes militares. Fue el operador de lo que Díaz ordenaba, el que llevaba la voz para resolver conflictos locales en los estados, el que movía los hilos presidenciales en las elecciones. Nunca se sumaría a las corrientes que frecuentaron durante el régimen, aunque influía en las decisiones tomadas en el despacho de la presidencia. Sus actividades en todos esos años no se limitaron a ser voz y oído del presidente. También ocupó el cargo de diputado federal en varias ocasiones hasta el final del régimen, claro que a pedido de Díaz y con la dirección que este le imponía. Su posición cercana a la figura presidencial la aprovechó en los negocios. Tuvo la concesión del abastecimiento de aguas en la ciudad de México, fue miembro de consejos administrativos de empresas y accionista en actividades mineras. Las condecoraciones internacionales recibidas explican el lugar clave que ocupaba. En la historia de los secretarios presidenciales ‒imprescindibles, grises o influyentes‒, Chousal fue quien mejor entendió aquello del hombre en las sombras del poder. Un personaje fascinante que aquí te contamos.
Entre los hombres que la memoria del país arropa, volvemos sobre la figura siempre inquietante de José Vasconcelos. Llegamos hasta el padre de la modernización educativa mexicana desde la óptica de su médico personal. El doctor Carlos Véjar Lacave, quien lo atendió en los últimos 20 años de su vida, relata en estas páginas de BiCentenario sobre el paciente testarudo, pero también acerca de ese amigo único, del que supo ser confidente, observador de sus pensamientos y emociones, testigo de su entorno familiar y afectivo. El médico dejó todas esas vivencias en un libro olvidado, publicado en 1976, donde se ocupa de “las frustraciones del genio” por sus derrotas políticas, ahonda en las “reflexiones sentimentales” y “la pasión otoñal”, destacando todo el tiempo “su gran capacidad de amar”.
Otras dos historias de vida apasionantes que abordamos en esta edición son las de Charles Augustus Lindbergh, el héroe de la aviación mundial de los años veinte de hace un siglo, y las de un contemporáneo suyo mexicano, Francisco El Charro Aguayo, un personaje que, como el estadunidense, también se supo abrir paso en el mundo a base de coraje y entrega, en este caso en la lucha libre. De Lindbergh ahondamos en su llegada a México como parte de una jugada política del entonces embajador estadounidense que, con el pretexto de su presencia, aprobada por el gobierno de Plutarco Elías Calles, intentaba recomponer las tensas relaciones diplomáticas entre ambos países. El piloto se ganó la admiración de la gente y las autoridades, disfrutó de atenciones únicas y también encontró aquí a quien sería su próxima esposa. En el caso de El Charro Aguayo, retratamos la vida de un hombre legendario para la lucha libre: fue de los primeros que se ganaron el corazón de los asistentes a su espectáculo, pero también quien halló en el cine una manera de popularizar aún más el entretenimiento que luego extenderían otras figuras como El Santo, Blue Demon o Black Shadow.
Incorporamos en esta edición de la revista historias sobre el derecho, tan apasionantes como sugestivas. Por un lado, la compleja realidad del incesto, en un mundo tortuoso para las mujeres que han sido víctimas, calladas por sus familiares y desprotegidas por décadas por leyes excluyentes. También nos sumergimos en una disputa legal tan antigua como nuestro país, la de los herederos del emperador Moctezuma II contra el Estado por el pago de unas retribuciones económicas más propias del surrealismo que del derecho.
Te contamos mucho más de este número 66. Del relato del general Mariano Escobedo sobre la supuesta traición del coronel Miguel López y la caída de Querétaro en 1867, de cómo los villistas se hicieron de armas en Estados Unidos para combatir a las tropas gubernamentales, del estado que guarda la salud mental en México y los desaciertos de las políticas públicas.
Lo dejamos para tu descubrimiento, junto a otros artículos apasionantes.
Hasta la próxima.