Darío Fritz
En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 38.
He aquí un corte de mil usos. Un símil de aquello de escribir textos al limón. Varias tijeras rabiosas despedazan en cualquier dirección unos cabellos que horas antes fueron ubicados y organizados sobre la cabeza con cuidada armonía, pasados sobre un bálsamo de champú y cera, con pretensión de gustar y reflejar la seguridad del que feliz asiste a su propia fiesta, el evento del año, de su joven vida. Cabellos acicalados en correspondencia con corbata, camisa y saco. Cabellos que algunos días antes, manos delicadas de peluquero le dieron forma y orden, prestancia y sobriedad de hombre a punto ya de entrar en otro mundo que lo aleja definitivamente de los tiempos de la formación, para entrar en el de las responsabilidades del trabajo, de llevar las cuentas de una familia, de llegar a la adultez. Y todo resumido en un simbólico fin de carrera universitaria. Es el día de la graduación, de aquella última materia o de la tesis defendida que le transformará en diploma cinco o seis años de sacrificios. El corte furioso y con saña de amigos y compañeros dibujan en el rostro de la víctima una preocupación y tortura que no parecen más que mental, de caras a un futuro de adultez aún inmaduro quizá, o el simple temor a que aquellas tijeras bajen luego sobre ese cuerpo paralizado e indefenso y ataquen las ropas para también hacerlas añicos y terminar en la cajuela de un auto, de acuerdo con la tradición, recorriendo algunas calles de la ciudad para propio escarnio de quien a partir del día siguiente se incorporará a las filas de los que buscan abrirse paso por un lugar en el mercado laboral. La tensión recorre unos ojos que miran fijos el horizonte, concentrado en penurias que el cerebro quiere descifrar, una boca que parece abrir camino al llanto y una mente que procesa la humillación como momentos impiadosos que es mejor soportar. Control, control. Su hidalguía es resistir, la dignidad pasa por aceptar, sabe que mañana, en cualquier momento, la “novatada” por ser graduado tendrá sabrosa venganza sobre aquellos que ahora portan esas tijeras. Paciencia, que no tardan en acabar. De allí podrá levantarse con el orgullo de que la vejación no lo intimida, caminará hasta la primera peluquería que encuentre y ya sentado en el trono de los desfigurados soltará la frase evidente y obligatoria: “un corte al rape, por favor”.