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Norberto Nava Bonilla Instituto Mora En revista BiCentenario, el ayer y hoy de México, núm. 69. Durante varias décadas, la escuela granja Francisco I. Madero albergó a niños de la calle con el propósito de enseñarles oficios y, sobre todo, alejarlos de la delincuencia. Testimonios tomados de diversas entrevistas nos permiten adentrarnos en lo que fue aquel desafío educativo. La película Los olvidados (1950), de Luis Buñuel, muestra a un México urbano de la primera mitad del siglo xx que pocos querían ver en la pantalla grande, donde en un entorno crudo, triste y violento las infancias debían sobrevivir y en el cual no siempre había finales felices. Su narrativa, poco optimista, encontró una fuerte oposición en aquellos que deseaban seguir viendo en el cine mexicano la idealización del campo y de sus habitantes. Al final de la película, el niño Pedro es enviado a una escuela granja para “enderezar” su

Darío Fritz En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 64. La infancia es única y extraordinaria. La de todos los niños, los de hoy, los que fuimos. Lo dice Anna Ajmátova. A los once años, la escritora rusa escribía poemas que su padre tachaba de “poeta decadente”. Así que cada uno pasa por un tamiz inigualable, en unas edades a la cuales la reflexión sobre felicidad o dicha incompleta sólo queda para los tiempos de la madurez, porque por entonces –dice– no se tienen puntos de comparación para llegar a conclusiones tan severas. ¿Ese, esa, fui yo?, podemos preguntarnos al paso del tiempo. Sobre aquel niño que acariciaba a sus compañeros y hoy no quisiera reencontrarse con ellos, el que probaba la reacción de una paloma ahogando su cabeza en un cubo de agua, la niña que peinaba la muñeca imitando a su madre, pero en los arrebatos

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