José Angel Beristáin Cardoso
Instituto Mora
En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 67.
El compositor asumió en 1936 la dirección de la Orquesta en su nuevo carácter de Sinfónica Nacional. Reforzó algunos atriles y así fue como realizó una temporada de conciertos, con notable éxito, en el Palacio de las Bellas Artes.
El músico Simón Tapia Colman (1906-1993) fue un violinista prodigioso desde los once años y célebre compositor oriundo de la Villa Aragonesa de Aguarón, provincia de Zaragoza en España. Triunfó como violín concertino en el Teatro Apolo de Madrid y obtuvo una beca en París para estudios de composición con Vicent d’Indy. Más tarde fundaría el cuarteto y orquesta Colman. Tras la derrota de la República, durante la guerra civil española, llegó a México el 7 de julio de 1939, y aquí sería el impulsor de la zarzuela y la música coral, además de catedrático de historia de la música y de organología en el Conservatorio Nacional de Música.
Colman se encontraba el 5 de octubre de 1940 en el Palacio de Bellas Artes de la ciudad de México, tras el atril, durante el estreno de “El renacuajo paseador”, cuando recibió la terrible noticia de que Silvestre Revueltas (1899-1940), el autor de este pequeño ballet sinfónico para niños había fallecido. La noticia lo llevó a señalar en sus apuntes biográficos que la labor creativa de Revueltas podía considerarse “prodigiosa” durante los “nueve o diez años” que abarcaba solamente su carrera como “compositor”, lo cual es compartido por los músicos y musicólogos contemporáneos y, sobre todo, por los jóvenes estudiantes de música que gustan de escuchar su repertorio o interpretar algunas de sus partituras.
Revueltas, nacido en Santiago Papasquiaro, Durango, fue el hijo mayor de Romana Sánchez y Silvestre Revueltas, una pareja de condición social modesta, que pese a estar alejados del ámbito artístico y cultural del cual se regodeaban las elites y las crecientes clases medias burguesas, lograron proporcionar los cuidados y recursos a Silvestre y sus hermanos (Fermín, Emilia, José y Rosaura) para integrar el “arte” en su educación. Silvestre comenzó a estudiar el violín desde los cinco años en Colima, y entre 1913 y 1916 se incorporó a las aulas del Conservatorio Nacional de Música en la ciudad de México, para posteriormente, a los 16 años, ser enviado al colegio jesuita de St. Edward’s, en Austin, Texas (hoy St. Edward’s University). Por recomendación de sus maestros logró inscribirse en el Chicago Musical College para recibir las mejores lecciones de composición.
La actriz Rosaura Revueltas recuerda en la biografía familiar (2021), una carta fechada el 1º de mayo de 1919 en la cual su padre –comisionista por venta de mercancías– le expresaba muy contento y emotivo por haberle enviado “600 dólares” para que comprara o rentara un “buen violín”, de manera que el joven Silvestre no quedara fuera de ningún concurso y cumpliera con su deseo de contar con un instrumento en óptimas condiciones. Los enormes esfuerzos de sus padres dieron frutos y el primogénito se convirtió en voz de propios y extraños en uno de los mejores compositores del México del siglo XX.
A su regreso al país, Silvestre Revueltas trajo a cuestas no sólo las lecciones aprendidas en las academias estadunidenses, sino también una gran experiencia de vida –como señalan las investigaciones de Jesús del Toro y Robert Parker– durante sus estancias en San Antonio, Texas y en Mobile, Alabama, entre la primavera de 1926 y el invierno de 1928. Fungió como músico de la orquesta del Teatro Aztec en San Antonio y dirigiendo la orquesta del Teatro Saenger en Mobile, durante múltiples funciones de películas mudas. Qué decir, además, de sus actuaciones en el hotel St. Anthony (1926), ejecutando magistralmente obras de Paganini, Schubert y otros célebres compositores, con un violín “Guarnerius” de 1684, probablemente prestado por algún potentado de Chicago, según los reportes de prensa de la época.
Revueltas atendió el llamado que el maestro Carlos Chávez (1899-1978) le hiciera a través de una carta el 18 de diciembre de 1928, para impartir clases de violín en el Conservatorio Nacional de Música, dirigir la orquesta de estudiantes de la propia institución y colaborar con él en la Orquesta Sinfónica de México (OSM) que acababa de reorganizar. Revueltas desarrolló en este retorno una corta pero fascinante tarea creativa en la composición, dejando un brillante legado en el campo artístico de los músicos.
Con relación a su vasto repertorio, y de acuerdo con el catálogo compilado por Roberto Kolb Neuhaus (1998), el maestro Revueltas compuso por “género musical” canciones para voz y piano, canciones para voz y conjunto instrumental, música de cámara, música para pequeña orquesta, música para orquesta sinfónica, música para cine, así como algunos arreglos, canciones de juventud y manuscritos de música militante. Por razones de espacio en este artículo sólo podremos mencionar algunas obras como “El afilador” (1929); “Cuarteto No. 1” (1930); “Cuauhnáhuac” y “Esquinas” (1931); “El Tecolote” y “Colorines” (1932); “El renacuajo paseador” y “Janitzio” (1933); “Pescados” –mejor conocida como “Redes, primera versión”–, “Danza Geométrica” (1934); “Redes, segunda versión” (1935); “Homenaje a Federico García Lorca” (1936); “Sensemayá” (1937); “Canto de una muchacha negra” y “Música para charlar” (1938); “La noche de los mayas” (1939); y “La Coronela” (1940).
La Orquesta del Conservatorio
En 1866 el presbítero Agustín Caballero inauguró y dirigió el Conservatorio de la Sociedad Filarmónica Mexicana (Hoy Conservatorio Nacional de Música), con el apoyo de las elites. No será sino hasta 1882 cuando el Conservatorio logró contar con su propia “orquesta” integrada por alumnos y maestros, durante la gestión de Alfredo Bablot, de origen francés, establecido en México desde 1849, quien, además, había participado en la fundación de la Sociedad Filarmónica. La Orquesta del Conservatorio vivió sus mejores momentos a partir de 1902, cuando la batuta fue tomada por el prestigiado músico Carlos J. Meneses (1865-1929) bajo los auspicios de Justo Sierra, ministro de Instrucción Pública, así como del aprovechamiento de las “redes de relaciones” (tertulias musicales) que se tendieron entre políticos melómanos como José Ives Limantour (brazo financiero del gobierno de Díaz) y músicos, como el propio Meneses. Se presentaron conciertos ese año, con un coro a 100 voces, de piezas como el oratorio “La virgen”, de Massenet, contando con la presencia oficial de Porfirio Díaz; y para 1903, se replicaría el éxito de esta agrupación con el estreno de los dramas líricos, también de Massenet, de “María Magdalena” y “Eva”, así como de un breve ciclo de ocho conciertos de obras de Wagner, Charpienter, Liszt y Vieuxtemps.
Para 1917, en pleno México revolucionario, la Orquesta del Conservatorio adquirió el carácter de “Sinfónica Nacional” y se integró al Departamento Universitario y de Bellas Artes. La orquesta del Conservatorio como “sinfónica nacional” tuvo corta duración (1917-1924), y para describir esta etapa varios investigadores han basado sus datos en los artículos periodísticos que redactó el músico Carlos Chávez. El maestro Meneses fue sustituido por Jesús Acuña; posteriormente Manuel M. Ponce tomaría la batuta por un periodo muy corto y, finalmente, el maestro Julián Carrillo asumiría el mando cuando José Vasconcelos estuvo a cargo de la Secretaría de Educación Pública (SEP).
Durante este periodo, los músicos de la orquesta contaron con un sueldo fijo y con el carácter de “empleados públicos”. Lo de “Sinfónica Nacional” se perdió en 1924, pero la orquesta continuó sus labores dentro del Conservatorio en el seno de la Universidad Nacional, por lo cual fue también el Conservatorio Universitario y visto como una “orquesta de alumnos”, hasta 1929, año del conflicto universitario para la “autonomía”, que es cuando se reintegró a la sep y los músicos disidentes a los objetivos del maestro Chávez, como Estanislao Mejía, Alba Herrera y Ogazón, entre otros también de importancia, pugnaron por la creación de la Facultad de Música en la Universidad (Hoy Escuela Nacional de Música).
Revueltas al rescate
Si retomamos conceptos como “campo” y “destinatarios titulares” de la producción del sociólogo francés Pierre Bourdieu (1930-2002), puede plantearse un enfoque de análisis de los músicos del Conservatorio como destinatarios titulares en su acercamiento a la “alta cultura” para bajarla a las capas populares, en pleno contexto del nacionalismo revolucionario, formando parte de un campo artístico con propiedades específicas, como un espacio social de interacciones y disputa entre los músicos que detentan el “capital común” –conocimientos, habilidades, creencias, etc.– y aquellos otros, que, aspiran a poseerlo. De un espacio permeado por la pugna entre aquellos que dejaron un legado, y los nuevos talentos que buscaron la discontinuidad, la ruptura o la diferencia. En este último caso, podemos colocar al maestro Silvestre Revueltas, no solamente por su genio creativo como brillante compositor, sino por uno de sus momentos nodales –poco analizados en su historiografía– como director en 1936 de la Orquesta del Conservatorio en su nuevo carácter de Sinfónica Nacional.
Para recuperar el prestigio de la Orquesta del Conservatorio, Revueltas logró reforzar algunos atriles de esta agrupación con músicos de la Orquesta Sinfónica de México (OSM) de Carlos Chávez, en la cual, cabe recordar llegó a participar como solista. Con esta combinación y con el nombre de Orquesta Sinfónica Nacional realizó una temporada de conciertos en el Palacio de las Bellas Artes, en donde se ejecutaron obras como: la “Sinfonía No. 6”, de Haydn; “El sombrero de tres picos”, de Falla; “Las fuentes de Roma”, de Respighi; el “Tercer concierto de Branderburgo”, de Bach; la “Scheherezada”, de Ravel; “La fiesta de un fauno”, de Debussy; así como por primera vez en nuestro país “Los cuadros de una exposición”, de Mussorgsky, entre otras.
La crítica especializada puso el vigor y la calidad de Revueltas por encima de las carencias técnicas de los músicos de la agrupación, de tal forma que su talento opacó a la orquesta que dirigía. Los críticos no vacilaron en agradecer a Revueltas el loable esfuerzo, así como también por dar a conocer e impulsar obras de tinte nacionalista como: “Paisaje”, de Daniel Ayala; “Guelaguetza”, de Juan León Mariscal; el “Poema sinfónico de la revolución”, de Arnulfo Miramontes; y las suyas como “Redes”, “Janitzio” y “Caminos”.
Un año antes, la relación de Revueltas con el maestro Carlos Chávez sufrió una fuerte ruptura a raíz de la sorpresiva designación para que el primero musicalizara la película Redes –originalmente Pescados– pese a la activa campaña del segundo para conseguirla. De este episodio el lector puede conocer más a detalle consultando una de las mejores y más completas biografías del maestro Silvestre Revueltas: Canto roto (2023), de Julio Estrada. Y también puede revisarse la carta que el fotógrafo Paul Strand (1890-1976) dirigió el 28 de febrero de 1935 a Ignacio García Téllez, secretario de Educación Pública, en donde relata los pormenores, dificultades y malestares para la realización del proyecto del filme en el Epistolario selecto de Carlos Chávez (1989), compilado por su biógrafa Gloria Carmona.
Pese al rompimiento, Carlos Chávez alguna vez llegó a confesar en su correspondencia –noviembre de 1940– a su amigo Goddard Lieberson –compositor y director de Columbia Records–, que ver grandes carteles en las calles de la ciudad de México anunciando a Revueltas como director de la Orquesta Sinfónica Nacional le causó “gran satisfacción”, puesto que uno de los verdaderos propósitos de la educación era producir hombres de las más altas calificaciones, así como “verlos funcionando a toda capacidad”. En la misma misiva, destacó su aliento –a fines de 1928 y principios de 1929– que dio al joven Revueltas como solista en su Orquesta Sinfónica de México, como maestro de violín en el Conservatorio Nacional de Música –inserto en ese entonces dentro de la universidad nacional–, y como un director musical en “potencia”, asignándole la batuta de la orquesta de estudiantes del propio recinto.
Como señala el historiador Ricardo Pérez Montfort, en uno de sus ensayos (2000) con relación a los “avatares del nacionalismo cultural”, en nuestro país la figura de Silvestre Revueltas fue in crescendo a lo largo de los años 30, intentando convertirse en personaje único del mundo cultural de la “precosmopolita” ciudad de México, generando rumores en su entorno tras su conocida primero alianza y posterior pugna con Chávez, destacando con éxito en España y en la musicalización de películas de cine y obras para ballet. También en cuanto a su activismo político en la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios (LEAR), pues primero formó parte de la Federación de Escritores y Artistas Proletarios (FEAP), organizada desde el Departamento de Bellas Artes de la Secretaría de Educación Pública (SEP), abandonando finalmente sus filas para ingresar a la LEAR–junto con Pablo Moncayo, Blas Galindo y más artistas–, una asociación que entre sus principios pugnó por reunir “todas las fuerzas intelectuales, verdaderamente revolucionarias para oponerlas a las instituciones y corrientes corruptoras de las artes y ciencias burguesas”.
Revueltas sirvió como presidente de la LEAR durante el periodo de mayo de 1936 a enero de 1937, y tuvo una plausible participación en la “brigada cultural” celebrada por este organismo en la ciudad de Guadalajara. En esta brigada se desarrollaron una serie de pláticas en las instalaciones de la Universidad de Guadalajara y en el Teatro Degollado, encabezadas por personajes como Gabriel Fernández Ledesma, Ermilo Abreu Gómez, Carlos Leduc, Jesús Mastache, Juan Marinello, Luis Sandi, entre otros; y se proyectaron películas soviéticas como el Guerrillero Rojo y Camino a la vida –esta última de corte educativo–, acompañadas de sus respectivas conferencias. Sin embargo, de los eventos más esperados y aplaudidos podemos destacar sus conciertos dirigiendo a la Orquesta Sinfónica de Guadalajara, de lo cual el diario El Informador reseñó en su publicación del jueves 10 de diciembre de 1936:
[…] Efectivamente, su trilogía sobre la muerte de García Lorca, escuchada hace pocos días en pequeña orquesta; y sus dos obras puestas anoche por la Sinfónica, ‘Caminos’ y ‘Janitzio’, constituyeron una conquista definitiva en los dominios de la polifonía, del modernismo y de la impresión. Las respectivas estructuras de esos poemas de Revueltas denuncian fuerte comprensión de los arranques estéticos, inspirados en leyendas heroicas y evocadoras del mito, de la lucha y del ensueño.
Revueltas viajó a Europa en 1937, en un viaje que él mismo consideró de “investigación musical”, mientras que el director suizo Ernest Ansermet, como invitado de honor, se hacía cargo de sacar adelante la temporada de la Sinfónica Nacional. El poeta español Rafael Alberti, quien llegó a describirlo como un “hombre ancho, grueso, de cara y ojos bonachones, despechugado y sin corbata”, agradeció ese año al Revueltas “mexicano, hombre y artista”, desde el diario madrileño La Voz, puesto que en medio de “tremenda lucha” que enfrentaban les dejaba una “profunda estela de optimismo, de potencia, de genio”. Revueltas impregnó esa misma estela en “La coronela”, música para ballet que le había encargado la coreógrafa estadunidense Waldeen von Falkestein para estrenarse en 1940, y que la muerte le impidió concluir en su cuarta y última parte. Parafraseando a Octavio Paz, Revueltas era “como el sabor del pueblo, cuando el pueblo es pueblo y no multitud”.
PARA SABER MÁS
- Beristain Cardoso, José Ángel, “La Orquesta del Conservatorio en el seno de la Universidad Nacional (1917-1929)”, Revista Iberoamericana de Educación Superior (RIES), 2019, en https://goo.su/oraF
- Estrada, Julio, Canto roto: Silvestre Revueltas, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Fondo de Cultura Económica, 2023.
- Revueltas, Rosaura, Los Revueltas. Biografía de una familia, México, Fondo de Cultura Económica, 2021.
- “REDES de Silvestre Revueltas”, en https://goo.su/Ywf8Zk