José J. Vásquez Torres
Escritor, dramaturgo, poeta, administrador de teatros y docente
En revista BiCentenario, el ayer y hoy de México, núm. 69.
¿Qué hace que un artista destacado de pronto se esfume del relato histórico de la música mexicana? ¿Eso debería ocurrir con un autor de dos centenares de partituras y 73 obras vocales entre óperas, misas, cantatas y lieder? Como dice el autor de este artículo, el arte es capaz de sobrevivir al olvido, solamente si se le antepone un pronombre posesivo.

El olvido es el peso muerto de los hechos humanos; un lastre que se cohesiona con la ignorancia maquillada; la peor cuando se exhibe como la ñoña exquisitez de la predilección de lo extranjero. Contra eso sólo queda el poder de la investigación, porque hay dos formas de ver la vida, con miedo o con curiosidad.
Como el hijo sobreviviente de uno de los grandes fantasmas de la música clásica mexicana, la única herencia que tengo de él es su palabra en la mía, su ideario vital en el mío, su historia en mi mano, su olvido en mi recuerdo en aquel niño que fui, cuando vivieron sus batallas en favor de la cultura, sus ejemplos más simples, sus logros incuestionables, sus empeños y su filosofía, y su inexplicable derrota frente al olvido institucional que ha venido resistiendo hasta hoy, su paso por la vida. Porque José F. Vásquez, es parte de la larga lista de músicos mexicanos en el olvido, habiendo sido además un actor distinguido de la historia cultural del país.
Hace tiempo que me gusta la naturaleza de la excepción y de ahí la existencia de mis preguntas que casi cuatro décadas después, en buena parte siguen vigentes.
¿Es posible desconocer la existencia de un corpus musical vasto y diverso, integrado por casi 200 partituras, y una trayectoria tan larga y exitosa? Es posible; todo indica que la historia del arte en México y su estudio, se han gravado de inacción y negligencia; y que la mano de sus escribanos ha propalado verdades parceladas bajo la criba del poder, suprimiendo su nombre del relato histórico de la música mexicana.
Además, su música se extravió al morir mi madre, tres años después que él; efecto de un expolio total de mi herencia cometido a rajatabla. A eso siguió el arrumbamiento y la carencia de todo cuidado profesional por largo tiempo, hasta que una a una las encontré.
A la luz de mi resultado en pos de este músico fantasma, parece revelarse una exigüidad investigativa y la disgregación del criterio académico que estudia a ciertos compositores sólo en posgrados; como rara avis, acaso por desinterés, costumbre, desidia o desconocimiento, y en algún caso incluso por desprecio de quien administra y decide, anteponiendo su pereza limítrofe y su complacencia con criterios ajenos al respeto por el arte y a la historia de las propias instituciones que representa.
Visto desde mi perspectiva literaria, el tema encarna un apetitoso poema sinfónico de carácter detectivesco, un rompecabezas absoluto y fragmentado pero turbador, dada mi relación filial, por eso al inicio mi actividad fue permeada por la naturaleza del dolor vivido en primera fila; porque la orfandad precoz es como la vida misma: enseña, pero no explica.
Los efectos de la investigación, aún marginales, han logrado desenterrarlo del olvido absoluto, sin contar con recursos de instituciones como las que el mismo Vásquez fundó, abriendo aulas, orquestas y fuentes de trabajo que hoy siguen vigentes, donde tal parece que el déficit no ha sido presupuestario, como me han dicho, sino de voluntad.
Algo podría estar variando debido a la postura de algunos funcionarios actuales, pero en especial debido al empuje de la nueva generación de profesionales que aman la cultura desde toda posición, y que no se conforman con un menú tan reiterativo. Porque cuando hay voluntad, siempre hay un camino.
Por tanto, a partir de la localización y rescate alcanzados hasta la fecha, de al menos 192 partituras, la custodia, preservación y vital difusión de la obra, debiera ser una prioridad institucional y no sólo un empeño familiar yendo a cuestas, apoyado por un reducido grupo de amigos y de una red de complicidades solidarias tejidas a lo largo del camino, cuya primera meta fue la apertura de la web joséfvasquez.com, como su mejor ejemplo.
Este empeño de 39 años de rescate de obras de tianguis y de un bazar de la Lagunilla, no puede cederse al vacío o rendirse por carecer de apoyo oficial; ya sobran apatías coligadas a la dejadez e ineptitud funcional en el país, donde el parasitismo de conciencia ignora dos deberes primigenios: ser feliz pero también ser útil.
Poco Allegro, pero andante
¿Por qué la trayectoria de mi padre es un relato inexistente dentro de la historia de la música de México?
Aquí persiste un silencio en la partitura; si bien el relato de su rescate bien puede acabar siendo una parábola muy provechosa, y no sólo desde un enfoque musical. Siempre que la moraleja no vuelvan a escribirla los mismos.
¿Por qué mi reseña es breve pero no frágil frente a lo típico narrado, donde falta un sentido historicista y ecuánime que impida marginar informaciones y hechos de modo recurrente, indolente, acaso miope, de una cara oculta colmada por creadores valiosos, en agravio del conocimiento de la totalidad de nuestros valores musicales?
¿Será posible la revisión de programas educativos en las escuelas de música?
¿Sería fructuoso abordar las asignaturas desde un diseño con mayor alcance de miras; ¿más sano, incluyendo el estudio amplio de toda nuestra música? Porque nada justifica oír a jóvenes egresados de las facultades, escuelas y conservatorios, quienes al menos a mí me han dicho, repetidamente, que han podido conocer quién fue y qué hizo este señor Vásquez, de apellido exóticamente escrito, sólo por la persistencia de este proyecto, o gracias a su inquietud personal para descubrir su obra, su labor fundacional, docente o como funcionario cultural, como director de orquesta internacional, o por su tenaz defensa y promoción de la ópera mexicana.
¿Será posible corregir esto en su favor?, y no sólo hablo de él, por supuesto, porque el conocimiento es su derecho como artistas y como mexicanos.
¿Dónde deberían haber hallado estos jóvenes la respuesta a tanta pregunta aún vigente?
¿Dónde debieron conocer y estudiar la obra de este compositor, así como la de tantos valiosos fantasmas nuestros?
¿Dónde se aprende que en México han existido mucho más de los 6 o 7 autores importantes, a los que, por cierto, y sólo gracias al furor patrio, las orquestas tocan obras repetidas y mayormente en septiembre?
¿Será posible implantar cambios para que la luz siga comiendo sombra hacia un México distinto? ¿O renunciaremos a esto y que la próxima generación se arregle como pueda?
Porque tengo la impresión de que por nuestra raza no han hablado aún todos los espíritus y que en esta partitura sobran silencios. Pero si un cambio es la pugna entre necesidad y resistencia; ¿qué pesa más?
Sobre el anonimato y demérito de JFV dentro y fuera de la UNAM, me hago preguntas, tomando el riesgo propio de quien hurga en la gratitud ajena:
¿Existe alguna escuela oficial o universitaria que lleve su nombre? No.
¿Existe una orquesta oficial o universitaria llamada José F. Vásquez? No.
¿Existe alguna sala o recinto, al menos un aula universitaria donde con su nombre se le recuerde con gratitud por sus casi 40 años al servicio de organismos musicales dentro de la unam? No.
¿Hay alguna agrupación orquestal de cámara, un coro o ensamble con su nombre? No.
¿Hay algún premio de dirección orquestal, composición o docencia, dentro de la unam, que conmemore su labor? No.
En su calidad de fundador y universitario ilustre, ¿se programa con regularidad alguna de sus casi 200 partituras, dentro de alguna de las agrupaciones universitarias? No.
¿Hay interés en realizarlo, al menos por curiosidad o por fidelidad universitaria? No; todo indica que no.
¿Se le reconoce como primer Jefe del Departamento de Radio de la universidad? No.
¿No serán demasiados noes?
¿Se merece algo de esto, o es una exageración filial?
Cómo rige la máxima de que únicamente somos lo que hacemos o dejamos de hacer, el único sí; el único memorial a los fundadores de la hoy OFUNAM, amén de un párrafo del programa de mano actual, fue la colocación en 1996 de una placa alusiva en el vestíbulo de la Sala Nezahualcóyotl, efecto de mi perseverancia. El resto de mis peticiones sigue formando parte de la inacción que puebla la realidad de los noes, como leitmotiv de su relación con las instituciones que fundó o dirigió dentro de la unam, y en las que invirtió casi toda su vida laboral.
Troppo largo assai
¿Cómo inició todo esto? Me lo preguntan siempre. Y como casi todo lo útil en la vida, fue con una duda que de inmediato se volvió esperanza.
¿Verdad papá que mi abuelo está en la enciclopedia?
Así fue la génesis; con la pregunta de un niño de ocho años cargando un gran libro en mitad de su fiesta infantil, de cara a la incredulidad de sus amiguitos. El niño fue Omar; mi hijo, por quien hoy además disfruto de la feliz abuelidad con Gabriel, mi inspiración.
En aquel instante surgió la lenta y profunda asimilación que cambió mi vida, pues hasta ahí, ese joven padre y trotamundos que fui entonces, al ser preguntado sobre su pasado musical y el olvido de su padre, respondía aún en un tempo doloroso, pero en el fondo con la utópica idea de que: el tiempo habría de poner las cosas en su lugar. Una falacia total contraria a los dictados de mi orfandad precoz, pero que hasta ese día surgió como una prioridad antepuesta incluso a la vida que hasta entonces yo llevaba.
Con todo por hacer creé cambios y remodelé mi vida, mi tiempo y mi profesión; había descubierto un nuevo continente, pero en trozos y con remembranzas acalladas en la partitura; era levantar un proyecto de migajas aptas como material para ensamblar un personaje muy cercano, entrañable, añorado, pero terriblemente desconocido. Porque diez años de vida común entre aquel niño que fui, y su padre, habían impuesto una clausura de palabras y de vivencias truncas, de modo irremediable.
Así explico que mi trabajo inscrito en la sección Memorial dentro de la web, sea guiado por los ojos caleidoscópicos del niño que fui. Con trazos de memoria repuesta en modo de rompecabezas filtrado por la oralidad de sus contemporáneos entrevistados en los años de búsqueda de partituras. También, nutrido en fuentes informativas heterogéneas de la época; artículos, entrevistas, programas de mano, convocatorias, fotos, carteles, declaraciones y reportajes hechos al personaje del mundo cultural de primera mitad del siglo xx. Testimonios avalando aquella máxima de la dramaturgia, de que al personaje se le conoce no por lo que él dice de sí mismo, sino por lo que los otros dicen de él.
Así paso a paso, curiosidad y pasión fueron ganando terreno a la nostalgia, cual eclipse benévolo avanzando con la luz inherente al conocimiento. Pese a ello, cada hallazgo creó letras en la página en blanco, y con la emoción in crescendo fui colmado de asombros, pues cada uno de esos instantes editó células renacidas y trozos recobrados del expolio, encima, eran toda una revelación que me hacía cavilar con incredulidad.
¿Cómo era posible? Y así llegué a los días de los “cómo a contrapunto”.
Grave
¿Cómo era posible que José F. Vásquez, ya no mi padre, haya desaparecido, expulsado de la historia cultural mexicana?
¿Cómo se comprende la pérdida de fragmentos sustanciales en la historia de la música en México, como los vividos y gestados por este hombre?
¿Cómo es que se hayan velado sin explicación, sus batallas en favor de la cultura, sus ejemplos más simples, sus logros incuestionables, sus empeños inquebrantables, su éxito a pesar de todo, sus triunfos en el extranjero, o la generosidad de su filosofía y la modernidad de su labor docente?
¿Cómo pueden soslayar los frutos de sus largos años de labor, quienes han resultado ser sus propios beneficiarios en un atril, en un podio, en un aula, o en un escritorio lujoso?
¿Cómo pudo borrarse su prolongado conflicto contra la ignorancia?
¿Cómo que ni siquiera por error se toque algo de una obra semejante?
En otro contexto quizá sería menos explicable, pero en México, por todo lo antes dicho, y por una conexión de factores oscuros y azarosos, hay en gran medida respuesta, amarga, pero al fin respuesta a preguntas de tal calado.
Empero, luego de los “cómo” vinieron los “¿por qué?”. Hasta que de modo progresivo la edad fue curtiendo la perspectiva de mi andadura en pos de un padre y su obra; esto giró mi visión como efecto natural de mi cambio cronográfico de vida frente al tiempo restante, y como resultado de la merma natural de la energía y hasta de la salud, lo que me llevó a centrar cualquier idea sólo en trabajar; y reitero mi gratitud a mis amigos, a mis cómplices imprescindibles, a la generosa contribución de donantes, algunos anónimos o apenas conocidos a través de la red, que hicieron posible la apertura de la web; gracias a tal fuerza, la luz sigue comiendo sombra. Aunque con la conciencia de lo que somos, del medio en derredor, y de la circunstancia que como realidad hemos creado todos con lo hecho, pero también y sobre todo en casos como el de José F. Vásquez, con lo que como contemporáneos hemos dejado de hacer.
¿Algún día seremos testigos de un medio favorable o al menos que no sea hostil, omiso, negligente, y a veces despectivo con la cultura en México?
Pues según noticias venidas por el túnel del tiempo tantas veces cruzado en pos de réplicas, tal pregunta fue respondida hace años por este músico a quien decidí no dejar en el olvido, advertido por su respuesta que trascendió a base de sueños de éxito traídos al presente, en el cimiento de los edificios de instituciones aquejadas de alomnesia… Como no saber lo que deberías saber, para saber lo que eres por lo que antes de ti ocurrió; los años del prólogo tan en contra que les tocó vivir a los fantasmas de la cultura, como mi padre.
De él podría agregar anécdotas inéditas de todo tipo. Que en 1941 dio un concierto solidario para dos autores polacos de la Varsovia ocupada entonces por los nazis, o que un día bajó del coche a defender a un hombrecillo golpeado por otro mayor.
Que en 1913, con 17 años, dirigiera la protesta que puso a salvo de la fosa común los restos de Ernesto Elorduy. O que, en 1945, en Bellas Artes, dirigiese las seis sinfonías de Tchaikovsky en una semana simbólica, con el ejército rojo a las puertas de Berlín.
Podría citar su clarividencia colaborando estrechamente en la creación de la Orquesta Sinfónica de Yucatán, o su apoyo total a la Orquesta Típica de la Ciudad de México, y su protección a las bandas de Marina y de Defensa. Que fue jefe de la sección de música del Gobierno del D. F., que es hijo predilecto de un estado que no lo recuerda. Que junto a José Rocabruna da ejemplo de 22 años de longevidad sobre un podio compartido. Quizá no sea récord pero sí un rasgo de carácter de ambos. Y sin duda pocos saben que a los 14 años compuso su primera obra y un año después una opereta. Las anécdotas suyas que he ido recopilando durante 39 años nos darían para otro texto.
Pero quiero citar la magia encerrada en todo esto, con una muestra:
El 13 de octubre de 1987 no pudo ser más perfecto para recobrar la partitura de la “Pequeña suite para piano”, dedicada de su puño y letra: Para mi hijo José Jesús, 13 de octubre de 1959. Una sincronicidad, diría Jung, emergida cual señal del buen camino. Sin embargo, será mejor encaminar los hechos hacia la ópera; una de sus grandes pasiones. A la que entregó la mitad de su vida. De hecho, escribió 73 obras vocales entre óperas, misas, cantatas y lieder.
Para esto elegí una entrevista suya enlazada con la ópera mexicana, una prioridad no sólo como compositor de seis, más una opereta, sino además como promotor, empresario e impulsor del género en favor de la obra de otros autores nacionales y no sólo de la suya. Es una entrevista de 1934 que evidencia su papel como gran promotor del género nacional, menospreciado entonces tanto como hoy, y esto nos da la medida del conflicto encarado con tal de hacer oír la obra mexicana. ¿Un asunto recurrente y actual?
Al principio mi padre explica el método implantado en la Escuela Libre de Música que él mismo había fundado en 1920, gracias a un préstamo bancario y al trabajo solidario inicial entre amigos. Habla de la independencia en su funcionamiento, subordinado solamente al pago de cuotas del alumnado, y desmenuza el método que creó e implantó, podría decirse: personalizado y aún vigente, basado en las diversas capacidades artísticas de cada aspirante, abatiendo así esquemas educativos antiguos, y pensando que ni el tiempo ni el trabajo deben ser factores reguladores del aprendizaje, sino lo que por razón natural lo determina: la capacidad artística de cada individuo.
La segunda parte del diálogo discurrió hacia la organización, en 1928, de la compañía de ópera en cuyo repertorio sólo había autores mexicanos. “El decorado y los vestuarios fueron costeados exclusivamente por esta Escuela”, aclaró el entrevistado, y compartió una lista de óperas presentadas; la mayoría, ya se sabe, jamás han vuelto a recuperar su vida en el escenario.
En aquel año, con sus alumnos, JFV presentó en el Teatro Nacional, hoy Palacio de Bellas Artes, seis años antes de su inauguración oficial: “Atzimba” de Ricardo Castro, “Due amori” de Rafael J. Tello en el Teatro Arbeu y en teatros de los estados. Así como “Citlali”, “El Rajáh” y “El Mandarín” de su propia autoría. Y agregó: Tenemos montadas “La Leyenda de Rudel”, también de Castro y Nicolás Bravo del maestro Tello. Y señaló que en los conciertos de la escuela se ponían obras mexicanas de autores consagrados y de nuevos valores. Y si esto fue dos años antes de la fundación de la hoy ofunam, ya se puede imaginar su necesidad por tener una orquesta sinfónica básicamente enfocada en la difusión de obras con énfasis mexicanista. Un cometido cumplido cabalmente en cada temporada durante sus cinco lustros como director titular de la sinfónica universitaria; tema que daría para otro texto.
Hacia el final, Vásquez recuerda que su labor escolar finalizó aquel año, organizando un ciclo de homenajes-conferencias sobre Nuestros grandes desaparecidos.
Y subrayo que me encanta el adjetivo posesivo que usó entonces al evocar la figura de los músicos mexicanos muertos, en riesgo (yo supongo) ante los biombos mentales y la burocracia siempre activa en contra de la memoria histórica, más aún la de artistas no populares, y más todavía si el caso atañe a creadores ajenos al poder establecido.
No puedo saber si en ese renglón de la charla, José F. Vásquez pudo presentir algo, es difícil aventurarlo, pero no deja de ser ingrato que las instituciones que él erigió y las orquestas que él fundó, no le concedan los adjetivos posesivos que tanto bien hacen a la dignidad de estas, y a la preservación de la verdad de los hechos que nos explican mejor, por qué somos lo que hoy somos.
Por cierto, aquellas conferencias fueron ilustradas por la obra de los recordados y presididas por sus familiares. Una manifestación de respeto a los herederos que por desgracia no siempre se consuma. Asimismo, el hecho de que la Secretaría de Relaciones Exteriores de entonces, usara después los textos de cada evento en la propaganda cultural extra-fronteras, también bosqueja todo un perfil de la época.
Dos años después de su entrevista se fundó la hoy ofunam como parte del magno proyecto cultural de la unam. Una agrupación que con muy pocos recursos y sueldos muy bajos vio la luz. Ahí se inventaron concursos de composición, piano, violín; conciertos didácticos, conciertos gratuitos en los primeros tres años de la osu, ciclos de conciertos al aire libre o en foros populares, los primeros en el Alcázar de Chapultepec en 1952, todas iniciativas en pro de la música y en pos del público juvenil. Mención aparte merece su peregrinaje para conseguir patrocinios privados que varias veces salvaron la vida de la orquesta frente a la permanente fragilidad presupuestaria. ¿Un Sísifo desde el podio?
En 1937 y nombrado por el rector Gustavo Baz, encabezó los brotes verdes de una radiodifusora cultural dentro de la universidad: Radio unam, a la que como su jefe dirigió con independencia y bajo la misma premisa cultural, popular; orientada en esencia a captar al público juvenil tan próximo al Anfiteatro Bolívar, primera sede de la orquesta, un recinto frecuentemente atiborrado de jóvenes emocionados, sentados hasta en las escalinatas. “Un panorama inspirador hacia el futuro”, dijo algún periodista.
Ante los hechos hoy palpables y pese al relato oficial que no le concede ese pronombre posesivo que le corresponde, resultado de la historia institucional, por su espíritu habla su labor que aún fluye. Porque no es igual decir en los programas: “En su fundación, la Orquesta de la Universidad estuvo a cargo de José F. Vásquez y de José Rocabruna. Qué decir: Nuestros fundadores los maestros: José F. Vásquez y José Rocabruna”. Pues, así como están plasmados los 25 años del intrincado inicio institucional, acaban discretamente marginados en una mención menor de 33 palabras en un solo párrafo, de dos empleados que estuvieron a cargo. Donde toda labor creativa, artística y promotora es borrada de un plumazo, incluido el título de maestros, ganado a fuerza de vida.
Uno de esos casos donde la importancia de 25 años es mínima. De ahí que yo crea que corregir esto sería un chispazo de conciencia que impregnaría la realidad presente de un sentido responsable, inclusivo e historicista del que carece; donde el olvido sería de todos, pero la memoria también.
–¿Podría decirnos, maestro, qué proyectos tiene para el futuro?
Esa fue la última pregunta, y la respuesta se disipó tras la resurrección a manos del escáner. Por eso en mi calidad de su heredero me atrevo a especular con su respuesta, con la ventaja de conocer hoy las luces de su aventura humana oculta detrás del biombo mental burocrático de la omisión, y de la marginación selectiva.
Quizá aquel hombre, por entonces en plena floración creativa, por un momento pensara en el inevitable crepúsculo vital que se avecinaría tarde que temprano, habrá dicho:
–Ustedes, quienes un día me han de espiar desde el futuro, tengan a bien incluir mi nombre, mi corpus musical, y mi lucha universitaria dentro de sus pronombres posesivos, porque la totalidad de mis frutos les han de pertenecer algún día como parte de esta familia de arte y oficio. Y al hacerlo por favor háganlo sin un renglón de más, sin adjetivos pomposos, pero sin cicaterías; como si hicieran la fotografía de un edificio, de un podio, y nada más.
89 años después de aquel entonces, mis puntos suspensivos anteceden mis preguntas. Y lo hago sostenido por la razón y optimista en que la nobleza obligue. Y porque al final el arte es capaz de sobrevivir al olvido, solamente si se le antepone un pronombre posesivo, respetuoso y plural, capaz de incluirlo y defenderlo, como a nuestra vida.
