Ana Rosa Suárez Argüello
Instituto Mora
En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 68.
La mirada positiva que hacían en Washington sobre el gobierno liberal del oaxaqueño tuvo su peso en el reconocimiento político. Pero también influyó con determinación el empresario y excongresista estadunidense, Émile La Sère, conocido de Juárez durante su exilio en Nueva Orleans. Los estadunidenses jugaban con una carta especial: obtener a cambio un tratado para transitar por el istmo de Tehuantepec.

La guerra de Reforma llevaba apenas unos meses, cuando John Forsyth, el enviado extraordinario y ministro plenipotenciario de Estados Unidos en México, rompió con Félix Zuloaga, el presidente conservador. El gobierno de James Buchanan aprobó su decisión y el 15 de julio de 1858 le ordenó cerrar la legación, dispuesto a aprovechar la ocasión para revisar las relaciones con México; valoraba ya la posibilidad de entrar en tratos con el gobierno liberal encabezado por Benito Juárez, quien después de huir de la ciudad de México y recorrer penosamente media república, se embarcó en Manzanillo hacia Veracruz, a dónde había llegado el 4 de mayo, luego de atravesar el istmo de Panamá y detenerse frente a Cuba y Nueva Orleans. Lo sabía desesperado por conseguir tanto fondos para la guerra como el reconocimiento diplomático.
Buchanan seguía con atención los sucesos en México. En su mensaje anual al Congreso, el siguiente 6 de diciembre de 1858, hizo ver que existían motivos suficientes para llegar a un conflicto armado con el gobierno conservador –como la inseguridad en la frontera norte– y que, si este triunfaba, desaparecería toda posibilidad de un arreglo pacífico. En cambio, si ganaba el gobierno liberal, “había razones para esperar que estuviera animado de un espíritu menos hostil […]”. Apuntó a la “importancia incalculable” de la ruta del istmo de Tehuantepec, así como para la comunicación y el comercio interoceánicos e intimó a no permitir que se detuviera el tránsito por “guerras civiles o estallidos revolucionarios”. Por último, anunció que esa ruta acababa de ser abierta a la circulación “bajo los auspicios más favorables” y que urgía regular los derechos de tránsito de que Estados Unidos gozaba desde el Tratado de la Mesilla.
En efecto, el 11 de julio de 1857 había surgido una empresa con el nombre de Louisiana Tehuantepec Company (LTC). Pretendía construir la vía ístmica, “con sus medios, esfuerzos e industria”. Tan pronto como el gobierno de Ignacio Comonfort le otorgó la concesión para ello en el mes de septiembre, la LTCse puso a trabajar. Así, se habilitó una ruta que vinculó Nueva Orleans con Minatitlán mediante un barco de vapor, de allí se dirigía en carruaje hacia el río Coatzacoalcos, el cual se surcaba en un vapor pequeño, y luego, de nuevo por tierra, seguía de Suchil a Ventosa, con los pasajeros y la carga en carruajes y carromatos. Una vez en Ventosa, un vapor recogía todo, lo depositaba en Acapulco, donde otro vapor de la línea de Panamá –con la cual se llegó a un acuerdo– lo transportaba a San Francisco. Con el apoyo de un subsidio de correos, la ruta operaba con regularidad desde el 1º de noviembre de 1858.
Ahora bien, ocupado en la cuestión esclavista, los aranceles y las disputas entre partidos y dentro de ellos, temeroso además de que una intervención y/o protectorado sobre México ahondase las divisiones internas, el Congreso se rehusó a acceder a estas propuestas y para conseguirlas Buchanan debió utilizar otra estrategia. El 27 de diciembre envió a México a William B. Churchwell como agente confidencial, con la misión de sondear a qué gobierno debía respaldar, si al conservador de Zuloaga, que parecía dueño de la capital y de parte importante del país, o al liberal de Juárez, el cual dominaba Veracruz y Tampico, además del norte y sur de la república, cuya “sincera simpatía” tenía y que estaba dispuesto a darle el reconocimiento.
A Churchwell le faltaba experiencia diplomática, pero el presidente debió inclinarlo a favor del régimen liberal. Así, a las pocas semanas de haber desembarcado en Veracruz, se pronunció a favor del gobierno de Juárez y contra el gobierno de Miguel Miramón, que recién sucedía a Zuloaga. A su juicio, si probaba a los liberales que Estados Unidos no deseaba aprovecharse de la relación, lo adoptarían como “Protector”. Advertía que ya era momento de firmar un tratado en el que México cediera el paso perpetuo por Tehuantepec, además de Baja California y varios tránsitos por el norte. De manera que el 22 de febrero de 1859 suscribió con Melchor Ocampo, el secretario de Relaciones, el llamado Protocolo Churchwell-Ocampo, que planteaba varios puntos por negociarse, entre otros y respecto al istmo, el derecho perenne de vía, el ingreso libre de mercancías y medios para el amparo y la defensa del tránsito.
Dos personajes
Buchanan decidió entonces otorgar el reconocimiento al gobierno de Juárez, aunque exigiría un precio muy alto por él. Al poco de volver Churchwell a Washington, pidió a Robert M. McLane que viajara a México como enviado extraordinario y ministro plenipotenciario. Su tarea no sería fácil pues iba a tener que decidir cuál de los partidos en pugna gozaba de más autoridad y posibilidades para sostenerse y, por ende, reconocerlo. Ante lo que podía ser una desviación de la política tradicional de acordar trato diplomático sólo a aquel gobierno que fuese dueño de la capital, se le dijo que no se trataba de una “cuestión de derecho, sino de hecho” y, en todo caso, dependería en mucho de su sentido común. Si la decisión le resultaba difícil –se le aclaró–, debería aguardar en Veracruz por nuevas instrucciones.
McLane reunía, a los 43 años, credenciales apropiadas como diplomático y político demócrata. En todo caso, aceptó y se dirigió a Nueva Orleans en el barco de pasajeros Tennessee, el cual sufrió un desperfecto que lo dejó ahí varado. La ltc le hizo entonces el favor –y se lo hizo a sí misma– de poner a su disposición el vapor de la empresa: el Quaker City, que para recogerlo se desvió a Veracruz cuando se dirigía a Minatitlán. Sus órdenes, suscritas el 7 de marzo por Lewis Cass, el secretario de Estado, le decían que su gobierno simpatizaba con el grupo de Juárez por ser de opiniones más liberales y tener “sentimientos amistosos hacia Estados Unidos”, pero que él podría decidir a cuál gobierno convenía dar el reconocimiento. Eso sí, tan pronto lo hiciera, debía negociar un tratado que asegurase a su país, entre otras ventajas, el tránsito por el istmo de Tehuantepec. Por él y otros tránsitos, así como por la venta de la península de Baja California, estaba autorizado a ofrecer la suma de hasta diez millones de dólares, de los cuales se retendrían dos para indemnizar a sus conciudadanos.
El diplomático llegó a Veracruz el 1º de abril. La situación que encontró era distinta a la dejada por Churchwell pues, en ese momento, el general presidente Miramón sitiaba la plaza. Varios motivos lo decidieron entonces a reconocer a Juárez: el enojo de los liberales porque la Casa Blanca aún no recibía a José María Mata, su propio enviado, cuando ellos sí habían recibido a su predecesor, así como el temor a que pensaran que el Protocolo carecía ya de validez, así como de que los conservadores ganaran y con ellos perdiese toda capacidad de negociación.
Sin duda también influyó el reencuentro en Veracruz con Émile La Sère, con quien compartió banca y sesiones en el Capitolio y que, como él, apoyó la postulación presidencial de Buchanan. La Sére estaba ahora de plácemes por el nombramiento diplomático de McLane como porque su amigo Juárez hubiera ratificado y, de modo muy favorable, el privilegio de la ltc. Y es que este empresario-político-editor de Nueva Orleans había dado gran apoyo a Juárez, cuando este vivía en la miseria en Nueva Orleans, exiliado por la dictadura de Santa Anna, lo cual se tradujo en una buena amistad y en buenos negocios y sus consecuentes viajes por el país vecino del sur.
Contaba el abate Charles Brasseur de Bourbourg, un viajero francés que a la sazón recorría el istmo de Tehuantepec que, deseoso de seguir siendo presidente de la empresa –lo que le daba “gran influencia en Nueva Orleans”– y, de paso, asegurarse otra representación legislativa –“función que da gran influencia en Nueva Orleans”–, La Sère logró persuadir a McLane, “con zalamerías y mimos”, de la legitimidad de Juárez y de que no había nadie más resuelto a “hacer los más grandes sacrificios a favor de los ciudadanos de la Unión”. Lo sedujo también “con la gloria que caerá sobre su persona si logra obtener nuevas concesiones en Tehuantepec y asegurar, mediante un nuevo tratado, la preponderancia de Estados Unidos en estas regiones”.
De tal manera, se evidencia cómo, más allá de que a Washington le conviniera reconocer a Juárez, la cuestión de Tehuantepec y la relación de McLane y La Sère, ambos delegados, respectivamente, de los intereses públicos y privados de Estados Unidos, coadyuvaron a tal determinación. Lo ratifica otra historia registrada por Brasseur de Bourbour, que pudiera ser un mero rumor, pero que, de cualquier modo, indica la cercanía entre ambos. Relata el abate que, al poco del arribo del diplomático al puerto de Veracruz, el louisianés llevó a buen fin su estrategia persuasiva en la cena que le ofreció en el Quaker City y a la que invitó también a Juárez, sus ministros y algunos amigos. Dejémoslo hablar:
El champaña corre a raudales. McLane sentado entre Juárez y La Sère, festejado, mimado, ebrio de elogios y cumplimientos que se le prodigan con los brindis, exclama imprudentemente al elevar su copa: “Estoy entre dos presidentes; bebo a la salud del presidente constitucional de México”. El paso estaba dado, ya no había manera de echarse atrás. Pocos días después, quizá a disgusto, McLane presentaba oficialmente sus cartas credenciales al señor Juárez y lo reconocía, en nombre de Estados Unidos, como el verdadero y legítimo presidente de la confederación mexicana.
No de balde La Sère había escrito a Buchanan: “Una cosa es cierta […] y es que en tanto que el partido de Juárez se encuentre en el poder, encontraremos para nuestra empresa todo el apoyo que pudiéramos desear”.
Reconocimiento
McLane se reunió con Ocampo el 2 de abril de 1859. Le comunicó el deseo del gobierno estadunidense de comprobar que su gobierno lo fuese de facto, que estuviera dispuesto a resolver los asuntos bilaterales, al igual que respetar el Protocolo de Churchwell y que, de ser así, podría “abrir las relaciones políticas”. El ministro de Relaciones describió una situación propicia a la causa liberal y dejó ver el “gran deseo” de recibir el reconocimiento.
Los días siguientes fueron de estire y afloje. McLane resolvió finalmente otorgarlo, luego de la sesión del 5 de abril, en la que Ocampo se mostró renuente a una cesión de territorio, pero más dúctil en otros puntos, y él acabó por concluir que el régimen liberal ofrecía más opciones de estabilidad y oportunidades comerciales que el de Miramón y, además, dominaba el istmo de Tehuantepec, donde sus conciudadanos habían “consolidado un gran interés comercial y político, por el que nuestros correos y gente pasan dos veces al mes hacia y desde los estados atlánticos y pacíficos de la Unión”.
Se evidencia así el peso de la cuestión de Tehuantepec y de la mancuerna McLane-La Sère en el reconocimiento del gobierno de Benito Juárez. En la ceremonia verificada el 6 de abril en el Palacio de Gobierno de Veracruz, el ministro McLane entregó sus credenciales. Lo acompañaban varios estadunidenses –entre otros un satisfecho La Sère–, además de funcionarios, empleados civiles y militares y residentes extranjeros. Después de sendos discursos por parte del “rubio anglosajón” y el “moreno tolteca” –según señaló el corresponsal del New York Times–, “el fuego de cañones, la música marcial, los tañidos de las campanas y los alegres gritos de la población” señalaron la reanudación de relaciones.
Contento el gobierno liberal con un reconocimiento que aumentaba su fuerza moral, podía asegurarle un apoyo bélico así como las posibilidades de obtener recursos, Ocampo se apresuró a informar a los gobernadores y jefes militares, así como a José María Mata, a quien instruyó para que a su vez se acreditara como el enviado de México en Washington, “cuidando de negociar de preferencia un tratado sobre el istmo de Tehuantepec, y paso o pasos por el norte, pidiendo por tales tránsitos una indemnización”. Se le ordenó además entenderse con La Sère, a quien se pidió apoyo para nombrar agentes financieros en Nueva Orleans y Nueva York y para conseguir un crédito. Por su parte, el presidente Buchanan recibió a Mata el 28 de abril en la Casa Blanca. Quedaba así restablecido plenamente el vínculo bilateral.
La primera favorecida fue la LTC cuando gracias a la “influencia y esfuerzo” que había puesto, La Sère obtuvo un préstamo de su cuñado Jean Martial Lapeyre, presidente del Louisiana State Bank y socio de la casa financiera Pike, Lapeyre and Brother. Tal vez se debió a la relación familiar, pero fue casi la excepción pues, a pesar del trato diplomático, “no aflojan los yankees la mosca –comentó Mata– con la misma facilidad que se prometen los que intentan hacer una especulación sin fondos o darse importancia de otro género”. Era este el último buen momento de la empresa. A partir del mes de mayo, los problemas se precipitarían, iniciándose el rápido fin de una aventura a la que faltaron los recursos materiales y humanos para triunfar.
Por su parte, McLane reanudó las negociaciones con Melchor Ocampo el 13 de abril. Descubriría a continuación que se había jugado de balde su mejor carta: el reconocimiento y que ahora debía enfrentar la estrategia de los liberales de darle largas, resistiendo a sus demandas y defendiendo la soberanía y la integridad territorial acosadas por la vecina república del norte. Ahora parecía no importarles los planes del presidente Buchanan.
PARA SABER MÁS
- Brasseur de Bourbourg, Charles, Viaje por el istmo de Tehuantepec, México, Fondo de Cultura Económica, 1983.
- Fuentes Mares, José, Juárez: los Estados Unidos y Europa, México, Grijalbo, 1981.
- Suárez Argüello, Ana Rosa, El camino de Tehuantepec. De la visión a la quiebra (1854-1861), México, Instituto Mora, 2013.