Brayan Aníbal Peña Gómez
Facultad de Filosofía y Letras – UNAM
En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 67.
La Guerra de Reforma en Jalisco tiene su punto de inicio con el cuartelazo de Antonio Landa y el intento de los conservadores de encarcelar en el Palacio de Gobierno de Guadalajara a Benito Juárez y los integrantes de su gabinete.
La cotidianidad de Guadalajara fue abruptamente interrumpida en 1858 por una breve guerra civil originada desde el interior de su palacio de gobierno. La rebelión de Antonio Landa, miembro del 5º Batallón de Línea, que en rigor debía proteger al gabinete presidencial, provocó que los cuerpos de guardia nacional de la ciudad se movilizaran con rapidez para intentar liberar a Benito Juárez y sus colaboradores. Los pocos días de combates urbanos y su resultado fueron el inicio formal de la Guerra de Reforma en Jalisco, estado cuya participación fue determinante en el desarrollo de los eventos bélicos donde se enfrentaron liberales y conservadores en defensa de la Constitución y de la “religión y fueros”, respectivamente.
El desconocimiento de la Constitución liberal por parte del presidente Ignacio Comonfort y el pronunciamiento del cuartel de Tacubaya, en diciembre de 1857, habían provocado el inicio de una guerra civil entre los partidarios de “la religión y los fueros” y los defensores de la Carta Magna. Por ello, en su carácter de presidente constitucional interino, y ante la persecución del general Luis Gonzaga Osollo, quien encabezaba el llamado Ejército Restaurador de las Garantías, Benito Juárez viajó a Guanajuato y luego hasta Jalisco para establecer su gobierno bajo la protección de la coalición constitucionalista de gobernadores convocada por Julio Anastasio Parrodi, gobernador de Jalisco.
El ambiente, pese a la lealtad de las autoridades locales a la Constitución federal, no era favorable para el gabinete presidencial. Durante los meses anteriores, el escenario político y militar del occidente del país sufrió una serie de trastornos que fueron mermando, poco a poco, la estabilidad del estado. Para empezar, el 29 de marzo el general Parrodi promulgó la Constitución federal y se desató una serie de rebeliones en diversos cantones de la entidad. Ante los levantamientos provocados por el rechazo a la jura de la Constitución, las autoridades locales reaccionaron de distintas maneras: hubo jefes políticos que acaudillaron a los rebeldes al grito de “religión y fueros”, como el coronel Remigio Tovar, en Mascota; y otros que padecieron los levantamientos de algunos sectores de la población, como fueron los casos de Toribio Esquivel y Domingo Reyes, jefes políticos de San Juan de los Lagos y Lagos, respectivamente.
Tiempo después, el 24 de julio se pronunció el 7º Batallón de Línea del cuartel de San Francisco. Aunque las fuerzas de los generales José Silverio Núñez y Juan Nepomuceno Rocha sofocaron la rebelión, el batallón en su totalidad desertó. El mes siguiente, el día 26 de agosto, el gobernador de Colima, general Manuel Álvarez, fue asesinado por la guarnición local que se amotinó. Desde Jalisco se enviaron tropas para restaurar el orden. Posteriormente, a inicios de septiembre, fue descubierta la conspiración conservadora del teniente coronel Sóstenes Garavito, miembro del extinto 7º Batallón, y del médico Joaquín Martínez, a quienes encarcelaron. A finales del mismo mes, el caudillo indígena Manuel Lozada se pronunció en Tepic, que por entonces era la capital del 7º Cantón de Jalisco, y, por último, el coronel José María Blancarte, que se encontraba en Baja California como comandante militar, abandonó su puesto y volvió a Guadalajara para iniciar una revuelta. Sin embargo, pronto fue aprehendido y enviado preso a la ciudad de México.
Ante todo este panorama y tras la proclamación del Plan de Tacubaya, el gobernador Parrodi emitió un decreto el 21 de diciembre de 1857 con el que Jalisco reasumía su soberanía para defender las instituciones liberales y, además, ofreció asilo al gobierno constitucional para establecer los poderes de la Unión dentro de su territorio. Pocos días después, el 27 de diciembre, mediante un nuevo decreto invitó a otros estados a formar una coalición militar para resistir y derrotar al ejército conservador.
Benito Juárez, presidente de la Suprema Corte de Justicia, que había sido aprehendido el 17 de diciembre de 1857 en Palacio Nacional por el hasta entonces presidente e impulsor del Plan de Tacubaya, Ignacio Comonfort, fue liberado por el mismo Comonfort el 11 de enero de 1858. Ya como presidente interino de la República, Juárez se dirigió a Guanajuato, donde llegó el 19 del mismo mes, y posteriormente viajó hacia Guadalajara, donde se instaló el 14 de febrero con su gabinete en el Palacio de Gobierno.
Mientras Guadalajara fue el refugio de Juárez y sus colaboradores, el gobernador Parrodi organizó la coalición constitucionalista y, a principios de marzo, marchó hacia Salamanca, donde se enfrentó al Ejército Restaurador de las Garantías, pero tuvo que retirarse por la pérdida de toda la caballería apenas comenzada la batalla. Para desgracia del gabinete presidencial, cuando Parrodi y sus fuerzas marchaban en retirada hacia Guadalajara, el coronel Antonio Landa, que debía proteger la capital de Jalisco, se rebeló y tomó el Palacio de Gobierno, encarcelando a todos los funcionarios que se encontraban en él, incluyendo al gabinete presidencial.
La traición ocurrió la mañana del 13 de marzo mientras se realizaba un cambio de guardia. Entre los altos funcionarios de gobierno capturados destacaban: Melchor Ocampo, que se desempeñaba como titular del Ministerio de Guerra y Marina, Relaciones Interiores y Exteriores. También ocupaba temporalmente el puesto de ministro de Gobernación, en ausencia de Santos Degollado, que se encontraba acompañando al general Parrodi en Salamanca; León Guzmán, ministro de Colonización, Industria y Fomento; Manuel Ruiz, del Ministerio de Justicia, Negocios Eclesiásticos y Hacienda; y Guillermo Prieto, de Crédito Público. También figuraban los oficiales mayores de dichos ministerios y algunos diputados.
En un intento por recuperar el palacio de gobierno y la libertad del gabinete, se dieron enfrentamientos en los que algunos vecinos de la ciudad ofrecieron sus servicios para alguna de las dos causas, la tacubayista o la constitucionalista. Por ejemplo, “el comerciante Eugenio Villanueva” acudió al cuartel de la guardia nacional de San Agustín y “exponiéndose a los disparos recorrió los barrios del Santuario y de San Diego; impuso préstamos de dinero y víveres; recogió algunas municiones, y volvió a San Agustín, llevando en un coche sus provisiones” con lo que se apoyó a la “tropa hambrienta que peleó a pecho descubierto todo el día”.
En auxilio del gobierno acudieron las fuerzas del Batallón Hidalgo, dirigidas por el jefe político Miguel Contreras Medellín, que se colocaron en la azotea del templo de San Agustín y abrieron fuego contra los amotinados en el palacio de gobierno. Además estaban el Batallón Prisciliano Sánchez, comandado por el teniente coronel Miguel Cruz Aedo, y el Guerrero, bajo el mando del comandante Antonio Molina; todos se apresuraron a combatir a los rebeldes. Sus cuarteles se ubicaban en los conventos de San Agustín, San Francisco y del Carmen, a pocas calles del palacio. Los tres batallones se movilizaron con el objetivo de presionar a Landa a una rendición o, en su defecto, a un acuerdo para liberar a las cerca de 60 personas prisioneras.
Además de la guardia nacional, otras fuerzas se agruparon con el fin de recuperar el palacio. Entre ellas se encontraba una sección del 1º Batallón de Caballería permanente establecido en el templo de Santa María Gracia, dirigido por el coronel Antonio Álvarez y el cuerpo de policía de seguridad que, cuando inició el conflicto salió de los cuarteles: “las cornetas, tocando llamada por las calles, y jefes, oficiales y soldados, acudieron a las armas sin demora, reuniéndose bien pronto en número considerable”. Ante tal situación, Landa ordenó liberar a los presos de la cárcel para sumarlos a sus tropas y los colocó en las alturas del palacio y la catedral para hostilizar a los hombres de la guardia nacional.
Durante el día 14 continuó el tiroteo. Sin embargo, los batallones de la guardia nacional aumentaron su número por el regreso de la mitad ausente del Batallón Prisciliano Sánchez. Esta presión y la noticia de que Parrodi volvía con sus fuerzas a Guadalajara hicieron que Landa aceptara negociar para abandonar la ciudad y evitar combatir contra las fuerzas liberales que le superaban en número.
Los representantes para llegar a un acuerdo fueron el teniente coronel Pantaleón Moret y el general José Silverio Núñez, aún en calidad de prisionero, quienes se entrevistaron con el entonces gobernador interino Jesús Camarena. Pese a las intenciones de tregua de ambos bandos, las negociaciones se suspendieron porque el teniente coronel Miguel Cruz Aedo y el comandante Antonio Molina, que no se enteraron del alto al fuego, marcharon rápidamente al frente de “una columna de 160 hombres”, dividida en cuatro secciones, para intentar tomar el palacio, provocando que se desataran de nuevo los tiroteos. Este intento de rescate puso en peligro al presidente Juárez que, a punto de ser fusilado, salvó la vida gracias a la intervención de Guillermo Prieto. Según el historiador Joaquín Romo, las palabras de Prieto fueron: “Vais a derramar sangre inocente. No hemos sido juzgados, mal se nos puede castigar. Dejad vuestras armas para defender los derechos sagrados del pueblo, no para cometer con ellas un crimen terrible. Yo siempre he visto valientes a los soldados del 5º, no asesinos”.
Tras este episodio, los sublevados fueron obligados otra vez a negociar, liberar a los prisioneros y huir con sus pertrechos de guerra ante el inminente regreso de Parrodi. El artículo 1º de los acuerdos entre Landa y el gobernador Camarena establecía que las tropas que “ocupan el palacio” saldrían de la capital a una distancia mínima “de diez leguas”, llevando “su armamento, parques y dos piezas de artillería a su elección” y devolviendo los “fusiles y demás piezas de artillería”. El 3º declaraba que se garantizaba el respeto y la vida de “todas las personas que directa o indirectamente hayan prestado su cooperación a la causa que defienden las fuerzas que salen de la plaza”. En un principio Landa no quiso aceptar y exigió a Camarena modificar la propuesta. Sin embargo, este se negó, obligando a Landa a ceder. De esta manera, el presidente y su gabinete se trasladaron a la casa del cónsul francés la noche del 15 de marzo y los rebeldes abandonaron la capital tapatía el siguiente día.
Por otro lado, tras su retirada de la Batalla de Salamanca del 10 y 11 de marzo, los restos del ejército de la coalición, que llegó a contar con cerca de 7 300 hombres, se trasladaron hacia Irapuato, donde el general Manuel Doblado, gobernador de Guanajuato, comunicó a los conservadores que deseaba capitular. En efecto, a través de sus comisionados, avisó que se detendría en Romita y que en Silao se estipularían las condiciones de su rendición. Al mismo tiempo, el general conservador Feliciano Liceaga, “con 700 hombres y dos obuses”, ocupó la capital de ese estado. Poco después, las tropas derrotadas, “en número de 800 hombres y catorce piezas”, fueron conducidas a la ciudad de León, “para ser refundidos en los cuerpos del ejército, debiendo marchar a la capital de la República los jefes y oficiales”. Doblado y el general Osollo firmaron un documento en el que el primero entregó tanto el mando de las tropas del estado como armas y municiones. El general Manero asumió la dirección de la Brigada de Guanajuato y el resto del ejército conservador continuó la persecución de Parrodi hacia la capital de Jalisco.
El 17 de marzo el general Parrodi encargó “la fortificación de la ciudad” y esa misma tarde arribó a Guadalajara el resto de las tropas procedente de Salamanca. Posteriormente, el veterano de la guerra contra Estados Unidos informó a los jefes y oficiales bajo su mando sobre la situación de Guadalajara, declarando que no quedaba otra opción que rendirla, con el objetivo de evitar más derramamiento de sangre entre la población civil. En contra de esta postura, los coroneles Contreras Medellín y Cruz Aedo pidieron a Parrodi “que se retirara con todas las tropas al sur” para reorganizar el ejército. Sin embargo, este se negó y declaró que “no sabía hacer la guerra de bandidos”, como él consideraba a las guerrillas. Pese a todo, el hecho de que se retirara a la vida privada evitó que muchos civiles continuaran sufriendo los horrores de la guerra dentro de la ciudad, por al menos algunos meses.
Ante la retirada y posterior capitulación de las fuerzas de la coalición constitucionalista, las fuerzas liberales se replegaron en el sur de Jalisco. También obligó a que Juárez saliera en compañía de sus ministros hacia Colima, escoltado por el coronel Francisco Iniestra, el general José Guadalupe Montenegro y su hijo José María Montenegro hasta Manzanillo. Asimismo, Juárez dio la responsabilidad de dirigir y reorganizar las tropas leales al gobierno liberal a Santos Degollado.
De tal manera, para marzo de 1858 el ejército tacubayista ocupó la ciudad de Guadalajara mientras que las fuerzas federales se establecieron, bajo el mando de Degollado y del gobernador interino de Jalisco, Pedro Luis Ogazón, en el sur del estado para reorganizar, reclutar y entrenar tropas con el fin de recuperar la ciudad del gobierno conservador y devolverla a la administración liberal.
Una de las primeras medidas de Ogazón fue solicitar al coronel Domingo Reyes que mantuviera sus tropas en Sayula, mientras que el general Juan Nepomuceno Rocha se ocupaba de trasladar el cargamento de armas y municiones, que había comprado en el extranjero el gobierno liberal, para evitar que cayera en manos de Landa. A Rocha también se le encargó perseguir y derrotar a esos rebeldes. Estas acciones implicaron establecer una frontera segura para reorganizar la resistencia liberal en el occidente del país.
Una vez en Ciudad Guzmán, el gobernador pidió a los jefes políticos de los cantones aún leales que cada uno creara un escuadrón de infantería o artillería, y por lo pronto, formó el batallón “Libres de Jalisco” con 62 enlistados. Al mismo tiempo, autorizó a Antonio Rojas, José Pineda, José Contreras y al coronel José Villaseñor levantar gavillas en Sayula, Zapotlán y Autlán. Poco después, el comandante en jefe del Ejército Federal, Santos Degollado, ordenó que las dos brigadas de la 1ª División del Ejército Federal, a cargo de los generales Juan Nepomuceno Rocha y Francisco Iniestra, hostilizaran los alrededores de Guadalajara y que las tropas de Miguel Contreras Medellín y Fulgencio Hinojosa quedaran bajo las órdenes directas de Ogazón.
La batalla de Guadalajara, ocasionada por el cuartelazo de Antonio Landa tuvo consecuencias inmediatas en el desarrollo de la guerra. Para empezar, los batallones de guardia nacional de Guadalajara hicieron acto de presencia en la defensa de las instituciones liberales representadas por el gabinete juarista. No sólo fueron los primeros en acudir al auxilio de los funcionarios capturados en palacio, sino que sus jefes rechazaron rotundamente la propuesta de rendición de Parrodi y se apresuraron a organizar la resistencia en el sur de Jalisco, con el claro objetivo de recuperar Guadalajara. En segundo lugar, y no menos importante, sustituyó el alto mando entre las fuerzas liberales, hecho que implicó un nuevo impulso a la resistencia ya que, aunque Santos Degollado no poseía experiencia militar para una guerra formal, como sí la tuvo Parrodi por haber enfrentado al ejército de Estados Unidos, es evidente que sí la tenía como guerrillero y veterano de la revolución de Ayutla y de las conquistas de algunas poblaciones durante la lucha contra Santa Anna. Más aún, había sido gobernador de Jalisco por lo que conocía muy bien a los jefes y oficiales de su tropa. También fue gobernador interino de Michoacán y guardaba estrechos vínculos con importantes liberales en ese estado, por lo que sabía que podían apoyarse mutuamente y colaborar en acciones militares como efectivamente ocurrió en los meses y años que duró la Guerra de Reforma
Por último, hay que destacar que la población civil sufrió en esos pocos días la que sería una pequeña muestra de la destrucción de los meses venideros. Probablemente, la esperanza de evitar más destrozos y amenazas a sus vidas fue lo que motivó sus habitantes a desarrollar una relación cordial con las autoridades conservadoras, encabezadas por el general Francisco García Casanova, que sería nombrado comandante general de Jalisco a finales de marzo. Ese mismo año, los liberales asediaron la ciudad en dos ocasiones y lograron ocuparla brevemente, hasta ser desalojados de ella por las tropas mandadas por Miguel Miramón, mediante batallas que merecen ser contadas en otra ocasión.
PARA SABER MÁS
- Fowler, Will, La Guerra de Tres Años, México, Crítica, 2020.
- Galindo y Galindo, Miguel, La Gran Década Nacional 1857-1867. Tomo 1 1857-1860 La Guerra de Reforma, Edición Facsimilar en formato electrónico, México, INEHRM, 2020.
- Palacio, Celia del, No me alcanzará la vida, México, Planeta, 2022.
- Soberanes Fernández, José Luis, Miguel ángel García Olivo, Emmanuel Rodríguez Baca, Aníbal Peña y Sebastián Ojeda Bravo (coords.), Derecho, Guerra de Reforma, intervención francesa y segundo imperio. A 160 años de las Leyes de Reforma, México, UNAM-Instituto de Investigaciones Jurídicas, 2020.
- Soberanes Fernández, José Luis, Miguel ángel García Olivo, Emmanuel Rodríguez Baca, Aníbal Peña y Sebastián Ojeda Bravo (coords.), Derecho, Guerra de Reforma, Intervención francesa y Segundo imperio. Personajes e instituciones, México, UNAM-Instituto de Investigaciones Jurídicas/ Universidad Autónoma de Tlaxcala, 2022.