Laura Suárez de la Torre
Instituto Mora
En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 68.
La memoria acumulada en documentos y testimonios nos revela lo que fue la cabecera de la prefectura de Tacubaya. De su zona de huertos y jardines, casas de campo amplias, gente sencilla, de trabajo. Que no fue ajena a las consecuencias de los desastres naturales y los conflictos políticos, como tampoco al desarrollo urbano que la despojó de su traza rural y las costumbres pueblerinas.

Mixcoac, por su posición geográfica,
la belleza de su clima, y la inmediación
a la capital y a Tacubaya, era digna de protección.Agustín Rivera Cambas
La mayor parte de nuestra vida transcurre dentro de un área determinada de la gran ciudad; es allí donde habitamos o en donde acudimos a nuestra escuela o trabajo o quizás en donde desarrollamos a alguna actividad recreativa. Caminamos muchas veces por las calles sin siquiera conocer sus nombres o su pasado, porque, a final de cuentas, nuestro quehacer diario es rutinario. Conocemos sólo un poco de la ciudad y algunas veces registramos que existen barrios y otrora pueblos que tienen un encanto especial. Entre estos podemos contar al Mixcoac de un largo siglo xix.
En Santo Domingo Mixcoac, “pueblo cabecera de la prefectura de Tacubaya, […] con 1 550 habitantes contando la población de los barrios […] por su amenidad y principalmente de su barrio Atepuxco, es uno de los sitios de recreo de los habitantes de la capital. Sus huertos y jardines producen excelentes frutas y variadas flores”, dejó escrito Antonio García Cubas en su Diccionario geográfico, histórico y biográfico.
Ilustres personajes vivieron allí, en pequeñas casas o en grandes mansiones se asentaron o llegaban a él para pasar largas temporadas en este pueblo de tradición agrícola y en donde los árboles frutales y los sembradíos de maíz le hacían atractivo para descansar en los veranos, para disipar las dolencias de los enfermos, para alejarse de los problemas políticos que se daban en la capital.
José Joaquín Fernández de Lizardi, Valentín Gómez Farías, José Joaquín de Herrera, Ireneo Paz, Julio Limantour y otros más, políticos, literatos, periodistas y extranjeros recorrieron sus calles y disfrutaron del encanto del pueblo. Muchos alemanes sentaron sus reales en esta población, sin olvidar que los foráneos llegaron atraídos por las posibilidades que el nuevo país independiente ofrecía para instalar negocios y comercios. Pero la gran mayoría que habitaba ahí era gente común que trabajaba las tierras de haciendas y ranchos o en las grandes casonas en sus jardines; en los espacios públicos y privados; en el colegio parroquial, más tarde Colegio Teresiano; en las tiendas de víveres, en la empresa del ferrocarril, en el obraje o en las ladrilleras, haciendo que ese territorio tuviera una dinámica propia que daba identidad a sus pobladores.
Rivera Cambas señala que “posee Mixcoac preciosas casa de campo y habitaciones sólidas y espaciosas […] la del Sr. Fernández Monjardin y la del Lic. Molinos del Campo [… nos dice que ese pueblo] carece de agua suficiente y aunque varias ocasiones se ha tratado de llevarla de Tacubaya, no se ha logrado; sin embargo, crecen allí con notable lozanía los fresnos y los chopos, hay lugares verdaderamente deliciosos…” De esto tenemos noticia al saber que entre 1903-1904 se plantaron 522 sauces.
Mixcoac se enorgullecía de sus iglesias San Juan y la Virgen de Guadalupe y Santo Domingo con su convento y su hermosa capilla del Rosario, o la pequeña de San Lorenzo, en Tlacoquemécatl, entre otras que se ubican en sus linderos. Ellas convocaban a fiesta con motivo del santo patrono. En esos días las procesiones con el santo o la virgen a solemnizar recorrían las calles, y los vecinos, detrás de las andas que llevaban la imagen religiosa, caminaban pausadamente hasta llegar a la iglesia. Muy temprano el repique de campanas anunciaba la fiesta. Los fieles entraban al templo para seguir la misa y una vez terminada la ceremonia religiosa, como nos dice García Cubas, la diversión estaba afuera con los puestos de comida, con la quema de castillos que todos disfrutaban, pese al estruendo del estallido. Las luces de colores, las figuras que dibujaban, el humo y las posibles quemaduras no incomodaban al público ni a los perros que estaban ahí para gozar de un día distinto, lleno de vida. Las casas se engalanaban, los balcones se vestían con telas de colores e iluminación para la noche, los puestos de comida y de diversión eran un atractivo más para los habitantes que con ello rompían la rutina diaria.
Ese territorio al sur-oeste de la ciudad de México, según nos revela el Diccionario Universal de Historia y de Geografía de 1853, albergó los barrios de San Juan Maninaltongo, Santa Cruz Tlacoquemeca, La Candelaria, Tecoyotitla, Atepusco, Actipan; la hacienda de San Borja (que para 1852 incluía 32 ranchos, según señala en su tesis el Arq. Francisco Morales Vargas, como el Nápoles y el de La Castañeda) y los ranchos Santa Cruz, San José, Tarango San Carlos, Santa Rita y Los Amores, así como los molinos La Barranca, el Olivar del Conde y el nuevo Olivar. Los nombres que poseen esos barrios nos revelan muy claramente el pasado prehispánico y colonial, la fusión de dos culturas que conforman nuestro México.
La zona arqueológica de Mixcoac que se encuentra en la actual calle Pirámide, a pocas cuadras del Metro San Antonio, es un resabio de las antiguas construcciones prehispánicas que habían permanecido desconocidas, hasta inicios del siglo xx, como nos relata Alberto Barranco en “Mixcoac de los mil ecos”. El arqueólogo Eduardo Noguera que diariamente tomaba el tranvía del Zócalo a San Ángel intuyó, y más tarde comprobó, que no eran simples altozanos naturales, sino que resguardaban un pasado que había que desenterrar.
Mixcoac estaba en el medio, entre la ciudad de México y San Ángel, y se beneficiaba de esa ubicación. Así, sabemos que en 1857 podía llegarse a ese pueblo en tranvía. Tenemos noticia de que Jorge Luis Hammeken obtuvo la primera concesión para introducir “los tranvías del Zócalo a San Ángel y que comunicarían a Mixcoac con Tacubaya y que el trayecto entre Tacubaya y Mixcoac se hacía en diez minutos. El costo del pasaje era de 1 ½ reales de Mixcoac a Tacubaya, y de Tacubaya a La Castañeda de ½ real, como nos narra el libro de la Delegación Benito Juárez de 1987.
Justo en ese trayecto, entre La Piedad y Mixcoac, tuvo lugar uno de los grandes crímenes del siglo xix, el del Dr. Matías Beístegui. “El crimen fue perpetrado en las cercanías de la hacienda Nalvarte [sic], el 2 de marzo de 1852 a las 7 y ½ de la noche, constituyéndolo el robo en cuadrilla, con asalto, homicidio y heridos. Fue asesinado ferozmente el doctor […] quien acompañado de su señora esposa, había ido al pueblo de Coyoacán para visitar a un enfermo […] Una piedra brutalmente lanzada, hundió el cráneo del Sr, Beístegui […] Los ladrones robaron todo…”, según narra Rivera Cambas en México pintoresco, artístico y monumental.
Entre 1903 y 1904 se llevó a cabo el primer estudio de traza de calzada para unir Tacubaya y San Ángel, aprovechando la calzada nueva que unía a Mixcoac y San Pedro de los Pinos. Para ello la Secretaría de Hacienda promovió la expropiación de diversos terrenos como el que se encontraba al poniente del jardín de Propagación, unas casas en Tacubaya “para continuar el camino de Mixcoac a dicha ciudad, en la parte comprendida entre la Alameda y el tramo que sigue”, según se lee en la Memoria de Consejo Superior de Gobierno del Distrito Federal.
Rivera Cambas relata también que el 24 de agosto de 1853, Mixcoac sufrió una gran inundación:
a consecuencia de una manga de agua que reventó en los montes que lo dominan: Tan espantosa y grande fue la avenida, que en poco tiempo rebasó el agua sobre los bordes del río [Mixcoac] Jáuregui, derribándolo en varios puntos, y se extendió violentamente por toda la población, arrasando casas, huertas y sementeras y hubo no pocas pérdidas de vidas. Los pobres que cifraban sus esperanzas en los productos de sus terrenos, quedaron reducidos a la mendicidad […]. El agua se precipitó por un callejón en que está la casa llamada del Lic. Monjardín, en donde subió a más de dos varas y derribó las tapias que estorbaban la corriente, la escuela fue invadida por puertas y ventanas, y, la avenida derribó esa vez parte de las bardas del cementerio y casa parroquial.
Este pueblo, como se lee, no fue ajeno a los desastres naturales y a los conflictos políticos que azotaban a la población y que cobraban muchas vidas de ancianos, jóvenes y niños. Las enfermedades como pulmonías, el cólera o la viruela y los continuos enfrentamientos militares contribuyeron a dar nuevos parroquianos a los camposantos; asimismo, fueron responsables de las escenas de tristeza y de dolor de los que acompañaban al ataúd hasta la iglesia para el servicio religioso y después para el entierro en terrenos que se encontraban, en un principio, en los atrios de las iglesias hasta que, por medidas de higiene, se decretó la prohibición de sepultar en ellos. Las iglesias de San Juan Evangelista o Santo Domingo o La Asunción Nonoalco acogieron a muchos de sus fieles en sus propiedades, aunque algunos no pudieron reposar ahí, como fue el caso de Valentín Gómez Farías quien por su pensamiento liberal le fue negada la sepultura en la iglesia de San Juan que se encontraba justo enfrente de su casa.
La guerra con Estados Unidos fue un factor de inquietud para los habitantes. El depósito general de carros, municiones y artillería, se hallaba en Mixcoac. Los efectos de la guerra los padecieron en carne propia los vecinos, como lo dejaron ver Valentín Gómez Farías y su esposa Isabel, al señalar que habían arreglado la casa, la que ahora alberga al reconocido centro de investigaciones y docencia, el Instituto Mora. Vivieron en esa casona y habían invertido recursos para acondicionarla con todo lo necesario y, tras la guerra, se quejaron de que sólo habían quedado algunos cuadros y un sartén sin mango.
Fue durante la invasión de Estados Unidos que en el periódico El Siglo Diez y Nueve, del 18 de abril de 1848, se reclamó el robo de un caballo de esta manera: “Si la persona que cogió un caballo colorado ensillado y enfrenado cerca de la plaza, lo devuelve al señor Louis Slocum, en el Hotel de París o al que suscribe, se le dará una gratificación de 10 pesos. J. S. Barker, Capitán y Comandante en Mixcoac”.
Pero, más allá de esas lamentables noticias, a Mixcoac se le identificaba como un pueblo apacible en donde, quizás, Fernández de Lizardi escribió su Periquillo Sarmiento en su casa frente a la Plaza Jáuregui. Allí también tenía su morada el presidente José Joaquín Herrera, en la calle de Campana 33; en otra de sus calles se encontraba la casa del antiguo obraje de paños del siglo xviii que hoy alberga las instalaciones de la Universidad Panamericana; fue ahí donde se erigió el antiguo Palacio Municipal que hoy funge como casa de la cultura de la alcaldía Benito Juárez. Son representativas las casonas de Valentín Gómez Farías, hoy sede del Instituto Mora; la de Ireneo Paz en la Plaza Valentín Gómez Farías, hoy convento de monjas dominicas y la de Julio Limantour, sede del Colegio Williams, así como el otrora Colegio Teresiano, hoy Secundaria Pública Número 10, entre otras.
Este pueblo incorporó paulatinamente la modernidad, como cuando llegó la iluminación de la plaza de Mixcoac con trementina. Mucho del mejoramiento se debió a D. Antonio Daza y Argüelles, miembro del Ayuntamiento, quien en 1852 estableció el alumbrado público y también “se formó una buena sala para que sirviera de escuela municipal con todo lo necesario para mejorar la educación, principalmente de los indígenas; se hicieron plantíos de chopos y sauces desde la entrada del pueblo hasta la plaza grande y en la calzada, costeando todo por suscripciones pues el Ayuntamiento carecía de fondos…” relata García Cubas. Con los años Mixcoac contaba con una población de 2 914 habitantes y tres escuelas; para 1885, tenía dos de niños, una de las cuales estaba en Tlacoquemecatl, y una para niñas, según quedó asentado en la Memoria de ese año.
Las tierras de Mixcoac, además de haber producido frutas y verduras mostraron, a fines del xix, un ensanche hacia el poniente y el sur. Sus terrenos fueron responsables de proporcionar los ladrillos que se requerían para la construcción de casas y edificios en sus linderos y en la capital. Sabemos por Francisco Morales Vargas que:
las principales ladrilleras ubicadas dentro de la municipalidad de Mixcoac para los primeros años del siglo xx, eran “La Barcelonesa”, “Noche Buena”, “La Compañía Ladrillera de Mixcoac” y la “Guadalupana”; seguidas por algunas de menor renombre como son: la “Fábrica de Ladrillos de José Martén”, “Los Hornos de José Carrasco” y “El Seboruco”. Además, a las afueras de Mixcoac y correspondientes a la municipalidad vecina, Tacubaya, podemos destacar los “Hornos del Sauz” y “El Águila”, propiedad de Ignacio Ceballos, la “Ladrillera de Marcos Esparza”, la “Ladrillera de Schola (Xola)” y “Dos Ríos”, estas dos últimas en la actual colonia Escandón.
De la Ladrillera Nochebuena queda como vestigio el Parque Hundido y la colonia que lleva ese nombre. El parque debe su forma a la extracción de arcilla para la elaboración de esos ladrillos y tabiques, así como la Plaza México y el Estadio otrora Azul.
Algunos nombres de sus calles nos remontan al siglo xix. La calle de La Empresa hace alusión a la Empresa del Ferrocarril. Y la Plaza Agustín Jáuregui a un vecino de este pueblo que apoyó a los liberales. Los nombres de las calles del pueblo de Tlacoquemecatl recuerdan a los frutos que daban las huertas que se hallaban en su territorio (huertas, moras, tejocotes, uvas, fresas) y las colonias y algunas calles aluden a los ranchos y haciendas que se encontraban dentro de lo que era Mixcoac: Nápoles, Narvarte, Pilares, San Borja, Portales.
Por cierto, la empresa del ferrocarril fue muy criticada en 1879 cuando, por mal mantenimiento de las vías, se descarriló un vagón entre Mixcoac y Tacubaya y “…entre varias desgracias, figura en primera línea la muerte del señor D. Agustín Piquero, persona muy querida y considerada en nuestra sociedad; dicen que su familia, que queda en la pobreza, ha pedido, y con sobrada justicia, una indemnización a la empresa…”, según lo refieren las páginas de El Combate del 5 de enero de 1879.
No obstante esos tropiezos, se decía que la vida se disfrutaba mucho en ese terruño. Se hablaba del paseo de las flores en Mixcoac, de esa “poética costumbre de la exposición de las flores” como la denominó ese mismo diario en su edición del 1 de junio y en donde había a más de las flores, piezas de música, discursos, poesía, diversiones populares, iluminación, fuegos artificiales y, lo más esperado, los premios a los mejores floristas.
A fines del siglo xix se hacía alusión a La Castañeda como “una hermosa finca de recreo, propiedad del Sr. Carrera Lardizábal en cuyo domicilio en la metrópoli, San Ildefonso núm. 7, se adquirían por 0.25 los boletos para concurrir a la hacienda y disfrutar de sus diversiones, columpios, salón de baile, tienda y cantina, extensas glorietas y algunas ascensiones aerostáticas que efectuaba un tal Mr. Baldwin, según relata José María Álvarez en sus Añoranzas.
Sabemos por Daniel Cosío Villegas que:
a partir de 1880 empezó a hacerse muy popular […] por sus hermosos jardines, su amplísima glorieta totalmente cubierta de vegetación, kioscos y salones de baile; casi diariamente en ella había tamaladas, bodas, onomásticos, banquetes, etc. En 1897 se anunció su próxima demolición porque el terreno iba a destinarse a un manicomio. Aunque a ella asistían personas de todos los grupos sociales, ´cada clase se divertía con su clase´, si bien predominaban los dependientes pobres, honrados artesanos, ´decentes costureras´, pequeños comerciantes, sastres, domésticos de familias ricas y fuereños modestos. Por su baratura y decencia todos lamentaron su desaparición.
Lo que era un espacio de recreo se destinó al Manicomio General de La Castañeda, que inauguró en 1910 Porfirio Díaz, como una de las obras emblemáticas para celebrar el centenario de la Independencia de México. Ese espacio destinado a los enfermos funcionó hasta 1968, cuando los terrenos que albergaban esa emblemática institución se destinarían a la construcción de la unidad habitacional llamada Plateros en donde al día de hoy habitan muchas familias, quienes también disfrutan de unos bien cuidados jardines.
El apacible Mixcoac del siglo xix fue absorbido por la gran ciudad y en sus otrora sembradíos y parcelas se levantaron casas y edificios. En la actualidad sus límites son más acotados, pero su ubicación le hace ser una de las zonas atractivas para vivir. En sus calles todavía quedan vestigios de su pasado decimonónico como la zona arqueológica, las iglesias y capillas, algunas casonas, incluso las vías del tranvía, vestigios todos que debemos respetar y preservar como parte de su patrimonio cultural.
PARA SABER MÁS
- Celorio, Gonzálo, El velorio de mi casa, Bogotá, Ediciones Brevedad, 2001.
- Morales Vargas, Francisco, “El papel de las ladrilleras en la consolidación de un barrio”, Tesis de Maestría en Arquitectura, unam, 2016, en https://goo.su/iUEBH
- Rivera Cambas, Manuel, México pintoresco, artístico y monumental., Biblioteca Digital Universidad Autónoma de Nuevo León, en https://cutt.ly/BrjEgml6