Esplendor y declive de la Orden de María Reparadora

Esplendor y declive de la Orden de María Reparadora

Araceli Medina Chávez
Instituto Mora

En revista BiCentenario, el ayer y hoy de México, núm. 69.

La vida de esta orden católica en el país, desde que en 1895 comenzó las gestiones para instalarse, ha pasado por diversas vicisitudes, en especial en tiempo de la guerra cristera. Persisten sus labores de catequización y de servicio social para los más necesitados y las comunidades indígenas, aunque sin el despliegue que se le conoció, como en ciudad de México.

Interior de la sala de lectura Ana Buriano de la biblioteca Ernesto de la Torre Villar, 2021. Fotografía de Norberto Nava.

¿Sabías que el edificio de la sede Poussin del Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora fue otrora un convento de monjas de la Orden de María Reparadora? A continuación, algunas noticias históricas al respecto de la fundación de la congregación y su establecimiento en México.

Fue el 17 de diciembre del año de 1857 cuando Emilia d’Oultremont d’Hooghvorst (1818-1878), dama perteneciente a la alta nobleza belga e hija del ministro plenipotenciario permanente por parte de Bélgica ante la Santa Sede, recibió la autorización del obispo de Estrasburgo, Francia, Monseñor André Raess, para fundar la Orden de María Reparadora.

Emilia d’Oultremont de Wégimont y de Warfusée, condesa d’Oultremont nació en Lieja, Bélgica, el 11 de octubre de 1818. Sus padres fueron Émile Charles Desiré d’Oultremont, conde d’Oultremont y de Marie Charlotte Lierneux de Presles, baronesa de Lierneux y condesa d’Oultremont, ambos representantes de la más antigua y poderosa aristocracia belga. Según refirió Emilia en sus Memorias, desde que era niña sintió una gran admiración por San Ignacio de Loyola, no sólo porque su padre trabajó arduamente por lograr el restablecimiento de la Compañía de Jesús en el continente europeo y en el orbe entero, sino porque, a su decir, recibió revelaciones del “más allá” y abrigó deseos que no desaparecieron nunca.

Sin embargo, cuando contaba con 19 años, Emilia se casó con Víctor Joseph van der Linden, barón d’Hooghvorst, quien se mudó a vivir en el Castillo de Warfusée, su hogar, dado que trabajaba en el centro diplomático del Vaticano junto con su padre Émile. Ninguno de ellos imaginó que su vida marital sería corta. Víctor, quien era aficionado a las cacerías, un día llegó enfermo y tras un año de enfermedad y agonía, murió en agosto de 1847.

Con 29 años, Emilia d’Oultremont d’Hooghvorst quedó viuda y decidió mandar a Francia a sus dos hijos varones, Adrien y Edmond, a estudiar en escuelas jesuitas, mientras que ella marchó con su padre y dos hijas, Olympe y Marguerite, a vivir en Roma. Emilia se refugió entonces en sus rezos y meditaciones hasta que, según refiere en sus Memorias, se sintió llamada a la vida religiosa después de experimentar una revelación de la virgen María el día en el que el Papa Pío IX promulgó el dogma de la Inmaculada Concepción. Decidida a formar una congregación, Emilia regresó a Estrasburgo a comprar una casa y con ayuda de su confesor, Adolfo Petit S.J., dio vida a la Congregación de María Reparadora, en 1857.

Madre María de Jesús. Fundadora de la Congregación de María reparadora, ca. 1960. Colección particular.

El principal propósito de las miembros de la congregación, además de su propia santificación, fue “reparar, de alguna manera, por la oración ante el Santísimo Sacramento, y otras obras de penitencia y caridad, las injurias que los hombres blasfemos se atreven a proferir en contra de Dios y de nuestro Señor Jesucristo”. Asimismo, difundir y extender mediante la catequesis y los ejercicios espirituales, el conocimiento de la existencia de Dios y de la fe católica, entre los que todavía se mantienen “bajo el yugo de Satanás”. Para conseguir este propósito, se realizarían continuos actos de fe, de adoración y de gratitud a los pies del Santísimo Sacramento, que permanecería expuesto todos los días durante doce horas y todo se haría con la intención de reparar las almas.

El primer grupo de reparadoras estuvo formado por doce mujeres, entre ellas, tres de nacionalidad inglesa, quienes profesaron bajo los tres votos acostumbrados de pobreza, obediencia y castidad. Emilia tomó el hábito, al igual que lo hicieron sus hijas más tarde, y adoptó el nombre de María de Jesús. Inspirada en las Reglas de la Compañía de Jesús, Emilia escribió las Constituciones de la Orden y trabajó afanosamente por hacer crecer la Congregación. Hacia 1863, las madres reparadoras tenían presencia ya en varios países de Europa, África e India; poseían casas en Bélgica, Francia, Inglaterra, Italia, así como en las islas Reunión y Mauricio. A mediados del año siguiente, el Papa Pío IX aprobó el nombre de la Congregación y nombró a la condesa, Emilia d’Hooghvorst d’Oultremont, superiora vitalicia.

Como religiosa, la madre María de Jesús tuvo una vida muy difícil y dolorosa. Sus dos hijas murieron jóvenes a consecuencia de enfermedades contraídas durante su labor social y espiritual; Marguerite en 1867, de tuberculosis cuando tenía 22 años y Olympe, en 1872, a los 27, de un mal contraído en la médula espinal. Poco después de estas desgracias, otro de sus hijos, Edmond, sufrió un ataque cerebral y también murió. Estas circunstancias la sumieron en una fuerte depresión. Además, en España surgieron conflictos con las religiosas de Nuestra Señora del Sagrado Corazón y con las autoridades eclesiásticas locales. De modo que, pronto, aquella mujer osada, que logró exitosamente hacer crecer a su comunidad y extenderse por el mundo, enfermó del alma y de angina de pecho. Murió el 22 de febrero de 1878 a los 59 años en casa de Adrien, el único hijo que la sobrevivió.

Es preciso mencionar que Emilia d’0ultremont d’Hooghvorst fue declarada venerable y se comenzó un proceso apostólico para lograr su beatificación a raíz del descubrimiento de su cuerpo incorrupto en el Cementerio de Campo Verano, en Roma, en 1943. Hasta que, al cumplirse el centenario de su muerte, en 1978, el cardenal Maximiliano de Furstenberg –descendiente del linaje d’Oultremont, en línea directa por parte de su hermano Théodore– logró el asentimiento del Papa para beatificarla. Fue Juan Pablo II, quien después de haber visitado por primera vez México, durante el gobierno de José López Portillo, la beatificó el 12 de octubre del año de 1979. Hacia 1988, trasladaron su cuerpo a una nueva sepultura en la Iglesia de la Santa Cruz y San Buenaventura de los Lucchesi, en la casa generalicia.

Emilia dejó sembradas las semillas de la caridad y de la labor social entre las mujeres de su comunidad. En 1933, el Papa Pío XI otorgó el estatuto oficial a la Congregación de la Orden de María Reparadora. Llegarían a Estados Unidos y se extendieron por diversos países de Hispanoamérica. Las madres Reparadoras han tendido lo que ellas designan como un “Puente Latinoamericano” formado por sus centros establecidos en Colombia, Guatemala, Panamá, Perú y México. Dado el crecimiento que registró la orden, las Constituciones y las ordenanzas por las que se rigen, y que sólo se leían en francés, tuvieron que ser traducidas en varios idiomas. Actualmente, tienen presencia en 23 países de tres continentes: África, América y Europa; la sede del Consejo General de la Congregación reside en España y controla la mayoría de las provincias.

La Orden en México

Hacia los inicios del siglo xx en Europa, las reparadoras comenzaron a tener conflictos. Los partidos de izquierda clamaban transformaciones y el clima del anticlericalismo comenzó a extenderse por el orbe, a consecuencia de tal situación fueron expulsadas de Lisboa por conflictos políticos. Las nueve casas que tenían en Francia debieron cerrar y las monjas despojarse de sus hábitos. Tras el asesinato de Sissi, la reina Isabel de Hungría y las damas de la nobleza construyeron una Iglesia y una casa para adoración del Santísimo, allí continuaron sus labores de catequesis hasta que estalló la Primera Guerra Mundial y algunas casas conventuales se transformaron en hospitales para atender a los heridos, tanto franceses como alemanes, se llamaban “ambulancias” y dependían de la Cruz Roja. Funcionaron en Budapest y Estrasburgo. Sin embargo, muchas se dispersaron y un grupo se desplazó hacia América: a Canadá, Estados Unidos y otras a Cuba y México. Más tarde se creó la provincia de Estados Unidos y otra que agrupó a México, Cuba y Colombia.

Antiguo altar de la capilla de María Reparadora ya como sala de lectura Ana Buriano de la biblioteca Ernesto de la Torre Villar, 2021. Fotografía de Norberto Nava.

Fue en 1895 cuando la mexicana María de Jesús Cortina Icaza, hija de Ignacio Cortina Chávez, Caballero de la Orden de Carlos III y Ramona Icaza Iturbe, solicitó a la Arquidiócesis de México permiso para la introducción de la Orden de María Reparadora al país. Su marido, el conde de Rivadedeva, Manuel Ibáñez y Posada, hijo de Francisco Ibáñez Noriega y Teresa Posada Caso, y reconocido benefactor del municipio de Asturias, logró que los trámites aceleraran su curso y llegaran a buen puerto.

Así, en 1898, arribaron a Veracruz seis madres reparadoras que salieron de Barcelona para fundar la casa de Nuestra Señora de Guadalupe, en México. Mientras tanto, allí se dedicaron a la adoración del santísimo sacramento, catequizaron, organizaron retiros, primeras comuniones y bautizos para sostenerse. Dos años después, erigieron la casa de Nuestra señora de la Soledad, en Puebla de los Ángeles y más tarde, otra en Guadalajara.

Sin embargo, no fue sino hasta el 19 de abril de 1906, que recibieron la autorización formal para instalarse en la ciudad de México, gracias a las gestiones realizadas por el arzobispo Próspero María Alarcón y Sánchez de la Barquera (1828-1908). En un primer momento, las monjas se instalaron en un edificio arrendado en la calle de Buenavista núm. 13, frente a la estación del ferrocarril México-Veracruz, donde erigieron un improvisado oratorio. Tres años más tarde adquirieron un predio cercano y comenzaron la edificación de la capilla de la Orden de María Reparadora para velar al Santísimo Sacramento.

El arquitecto Francisco Javier Navarro Jiménez, quien realizó su tesis doctoral sobre la arquitectura religiosa neomedieval de la ciudad de México, refiere que el templo erigido en Av. Ribera de San Cosme núm. 9, colonia Santa María la Ribera, hoy Alcaldía Cuauhtémoc, es un inmueble de propiedad federal destinado al culto católico y lugar donde se encuentra actualmente la rectoría de la Orden. Su construcción debió haber sido hecha por etapas y con camino accidentado dadas las circunstancias políticas y sociales de ese tiempo, ya que estuvo marcado tanto por el estallido revolucionario de 1910 y los acontecimientos que conformaron la llamada “guerra cristera”, de 1926 a 1929. Según Navarro Jiménez, el edificio quedó terminado hacia los primeros años de la cuarta década del siglo xx y posiblemente se hizo bajo la dirección del arquitecto Francisco Cortina García.

Cabe señalar que la capilla es uno de los pocos ejemplos de la arquitectura neomedieval que sobrevive en la ciudad de México, su estilo es considerado como neogótico por sus características arquitectónicas. La nave está construida sobre una planta de cruz latina con la cabecera orientada hacia el norte y cuya bóveda se sostiene por columnas adosadas de orden corintio sobre muros en forma de arco ojival. Los laterales de la nave son abocinados y están iluminados con vitrales policromos emplomados con motivos vegetales y florales.

Ahora bien, es sabido, que a consecuencia de los disturbios revolucionarios las madres reparadoras que se habían instalado en Guadalajara, Veracruz y Puebla se dispersaron y que muchas se refugiaron en la ciudad de México o se escondieron en casas de familias que les ofrecieron su ayuda. Hasta que en agosto de 1914 se vieron obligadas a abandonar el país. Aunque parece que muchas permanecieron ocultas y otras se fueron a Cuba, Nueva York o España, regresaron a Buenavista en 1919 y pudieron vivir más o menos tranquilas, pero en 1926 tuvieron que volver a salir o esconderse a consecuencia de la guerra cristera. Tal parece que después de 1930 regresaron para establecerse definitivamente en el país. En 1943, fundaron el altar de la Virgen de los Dolores en San Luis Potosí.

En 1944, compraron una casa en el pueblo de Mixcoac, que había sido propiedad de una mujer de origen alemán y en ese extenso terreno, ubicado en la calle de Poussin núm. 45, construyeron la denominada “Villa María”, esto es, su convento y una nueva capilla para honrar a la madre fundadora de la Orden, Emilia d’Oultremont, cuyo nombre religioso fue María de Jesús, y porque también el nombre de María lo adoptarían todas las madres pertenecientes a la congregación. El templo erigido es una majestuosa réplica de la capilla original de la avenida Ribera de San Cosme, aunque corregida y aumentada, porque es mucho más grande y sus vitrales son distintos, evidentemente cargados de mayor simbología, pues no contienen únicamente motivos florales como los de la capilla primaria, sino que incluyen símbolos eucarísticos católicos e incluso el escudo de armas de la familia d’Hooghvorst-d’Oultremont. Según se consigna en una placa dispuesta en el nuevo edificio de Villa María, la construcción del convento y la nueva capilla “gemela” fue producto del proyecto realizado por un arquitecto de apellido Barrouse, quien con materiales y mano de obra “mexicana” pretendió emular con la construcción del nuevo convento la arquitectura de los antiguos castillos de Lieja, donde había nacido la fundadora de la orden. Cabe señalar, que cuando se inauguró la “Villa María”, la hija del banquero Jules Dupont y Louise Tilloy, Marie Dupont (1902-1985) era la superiora general de la Congregación y María de Regina Coeli, su asistente. Hacia ese tiempo, la provincia de México se había declarado autónoma de las provincias de Colombia y Cuba.

En los vitrales de los coros laterales de la capilla de Poussin se consignan dos fechas importantes para la historia de la Orden: 1854 y 1954. La primera, refiere el año en el que el general Antonio López de Santa Anna permitió el retorno de los jesuitas a territorio mexicano, y el mismo año en el que Emilia tuvo una revelación, en la capilla de Bauffe, en Roma; y la segunda, representa muy probablemente el año en el cual se estrenó la “Villa María”.

Por último, cabe mencionar que las integrantes de la Orden de María Reparadora continuaron el legado de su fundadora con sus labores de catequización y de servicio social para los más necesitados, además de extender sus obras hacia las comunidades indígenas. Su presencia se hizo notar en los estados de Guerrero, Hidalgo, Jalisco, Veracruz y en la Sierra Tarahumara, en Wasachike y Temoris, donde fundaron adoratorios a distintas advocaciones de la Virgen María de Nazareth. Pero en México, el mantenimiento de la Villa María comenzó a ser cada vez más difícil, los desayunos que organizaban para celebrar bautizos y primeras comuniones ya no fueron suficientes para sobrevivir y mantener las labores hospitalarias y de salud que establecieron en la villa. En el año 2013 vendieron sus instalaciones al Instituto Mora y ellas se replegaron a un pequeño terreno donde actualmente residen, en la calle de Empresa núm. 48.

La hermosa capilla neogótica quedó sin funcionar como tal. El 23 de septiembre de 2019 se inauguró allí la sala de lectura “Ana Buriano Castro”, como una sede alterna de la Biblioteca “Ernesto de la Torre Villar”, del Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora. Ahí, en el silencio de la otrora capilla, los estudiantes, investigadores e incluso vecinos realizan sus tesis o se dan a la tarea de leer distintos materiales.

PARA SABER MÁS:

  • Decoux-Ricour, Jacqueline, Ser María para Jesús: mujeres al servicio de una congregación. Congregación de María Reparadora, Estrasburgo, Signe, 2004.
  • Navarro Jiménez, Francisco Javier, “Arquitectura religiosa neomedieval de la ciudad de México. Historia y lugar en el espacio urbano, 1885-1938”, tesis de doctorado en arquitectura, Universidad Michoacana de San Nicolás Hidalgo, 2024, en https://goo.su/7SYz6y5

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