Laura Moreno Solís
Instituto Mora
En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 68.
En el silencio Fortino se pregunta si lo ha hecho bien. Mostrarse tibio o poner las manos en el fuego, ¿dónde está la trampa?

El chofer espera, siempre leal, afuera del auto. Se pregunta cuánto se tardará su patrón. Ojalá no mucho, les espera un viaje largo de regreso a Tabasco desde Ciudad Madero. De pronto se abre la puerta, su jefe sale de la casa con paso apresurado y rostro congestionado. Aureliano, recargado sobre la puerta de pasajeros del costado derecho, se incorpora de inmediato. Por el semblante que muestra, la conversación debió de haber salido mal; le han dicho que Él, el dueño de la casa y anfitrión de su patrón, es un hombre poderoso y de los más cabrones. Tiene un apodo singular, cinco sencillas letras, pero que muchos temen y respetan.
Después de una áspera entrevista, Fortino García Dorantes, líder de la sección 29 de Comalcalco, salía de casa de ese hombre poderoso. Habían discutido: Él le había exigido decidirse: o con sus adversarios o con él. Fortino pidió tiempo para pensarlo, no quería responder en ese momento. Lo que no sabía era que Él, el hombre fuerte y todo poderoso en el sindicato petrolero, ya lo sabía. Tenía conocimiento, por su informante en Comalcalco, que Fortino García Dorantes estaba conversando con los otros y que, posiblemente, uniría filas con ellos. Era tiempo de elecciones y los grupos sindicales tomaban bandos. Para Él, Fortino sólo era un tibio que estaba esperando a ver quién se quedaba con la Secretaría General, entonces tomaría partido. Un oportunista, traidor y cobarde. Él no quería un hombre así en la recién fundada sección 29, no podía ser. Debía ser su gente la que estuviera ahí y no cualquier maricón.
Mientras Fortino salía de la casa y bajaba los escalones que conducían al espacio donde su coche estaba aparcado, Él ya había hecho la llamada. Su suerte estaba echada, pero Fortino no lo sospechaba. Se acercó a su coche; Aureliano, su única compañía, le abrió la puerta y esperó a que subiera para cerrarla. Acto seguido, con agilidad acostumbrada, llegó hasta su lado del auto y subió también. En breves segundos, el automóvil arrancaba y dejaba detrás el escenario del conflicto. Fortino quería salir de Ciudad Madero, volver a Tabasco lo haría sentir más seguro, lejos de las garras de Él. Salieron de la propiedad, cruzaron la puerta que previamente el portero les había abierto y se alejaron de la lujosa residencia. Salieron de la colonia y se enfilaron a una avenida que conducía hacia la carretera. El día se había hecho tarde y la tarde ahora era noche. Maldita sea, no llegaría temprano, pensó.
Hasta ahora, dentro del coche todo había sido silencio. Salvo por la radio que sonaba a un volumen bajo, no suficiente para disfrutar de la música, pero lo necesario para rellenar el ambiente incómodo. Sonaba Mocedades, “Eres tú”. Aureliano cambió de estación, ahora Camilo Sesto, “Quieres ser mi amante…” Fortino, de vez en cuando, acostumbraba a platicar con su chofer, lo cual Aureliano disfrutaba. Las conversaciones eran triviales y sin importancia: sobre el clima, cómo estaba la familia, sobre lo buenas que estaban ciertas viejas, etcétera. Charlas vacías pero entretenidas que hacían el trabajo más ameno. Hoy no, sólo silencio y la jeta del patrón. A veces así era, pero hoy era particularmente incómodo. Aureliano volvió a cambiar la estación, ahora era Marisol cantando “Corazón contento”. Fortino habló de golpe:
–Ya deja una, chingada madre.
Llegaron a la carretera, se incorporaron y anduvieron el camino que iba todo de bajada. Fortino pidió a Aureliano que condujera a buen paso, tenía prisa por llegar y sacudirse lo del día. Todo era oscuridad y soledad en la carretera, no había ni un alma. La radio se quedó quieta escuchando a la mujer cantar: “tú eres lo más lindo de mi vida, aunque yo no te lo diga, aunque yo no te lo diga”. Fortino pensaba, daba vueltas en su cabeza una y otra vez a la conversación que había tenido con Él. Se había sentido acorralado, por ello todo el camino se sentía molesto. No le gustaba esa sensación de saber que no se pudo defender. Pero ¿cómo defenderse de Él? Tenía un carácter del carajo. Irreconocible para toda alma que tuviera algo que ver con liderazgos sindicales y siempre igual: su peinado con una raya dividiendo su cabello, no en medio como de libro, sino ligeramente a la izquierda; su nariz, que comenzaba muy delgada desde el entrecejo y se ensanchaba conforme bajaba hasta las fosas nasales, anchas pero escondidas en lo redondo de la punta de su nariz; y, por último, el inconfundible bigote, una línea recta encima de su labio superior, ni muy delgado pero tampoco muy ancho, el bigote siempre bien recortado.
Y recordó cómo los labios debajo de ese bigote le preguntaron si sabía que ya era tiempo de definir posturas. La conversación anterior le venía como una película que miraba en su cabeza: Fortino le dijo que no quería enemistarse con ellos ahora, pero que lo respetaba y nunca se le opondría, sólo su conducta era para que los otros lo dejaran en paz. Pero Él presionó: “necesito que ahoritita mismo me digas, sí o no cuento contigo para lo que viene”. La movilización para la siguiente dirigencia nacional no era cualquier elección. Fortino eludió la respuesta. Lo estaban enchinchando, no lo dejarían tranquilo, definiría postura en unos días. Debía pensar cómo hacerlo para que no lo jodieran… Él azotó su mano en su escritorio:
–¡Unos días, cabrón!… está bien, está bien. –De pronto se calmó.– Tienes unos días. Como muestra de mi buena voluntad y de que conmigo es con quien te conviene te los doy, que eso ya lo sabes. Vete a pensar las cosas, de todas formas sé que volverás.
El repentino cambio en su interlocutor lo desconcertó de momento. Pero como ya se habían alzado la voz y Él le gritó, el nuevo tono lo alivió. Pero eso lo distrajo, no se dio cuenta de algo. Él tenía un brillo en sus ojos, un brillo de satisfacción. Pero de qué, si no le dijo lo que quería oír. Quizá era cierto, los de Ciudad Madero ganaban siempre, resultaba muy posible que se alineara con ellos. Era una posibilidad que ganaran como antes. Mientras su mente recorría una y otra vez la entrevista, la radio seguía “si tú no estás, yo no tengo alegría, yo te extraño…” Aureliano veía por el retrovisor, no había coches. Qué raro, pensó. Llevaban un buen rato sin ver luces atrás ni adelante. Era tarde, pero no era normal. Por instinto subió un poco el volumen; había demasiada calma: eran el único coche circulando.
Como si la música compensara lo antinatural de la quietud carretera, adentro del coche sólo se escuchaba “…yo te extraño de noche y te extraño de día…” Fortino no percibió el aumento de volumen. Estaba inmerso en sus pensamientos. No notó tampoco que el pulso se le aceleraba y que había comenzado a sudar. Seguía recordando cómo se había ido. Cuando salió de la casa, pensó que fue un encuentro difícil. Pero el final resultó fácil. Demasiado sencillo, ahora que reflexionaba. De pronto vio cómo Aureliano veía constantemente por el retrovisor, él también volteó, pero no había nada. Volvió la mirada al frente y en su mente sólo estaba la sonrisa o mueca de Él, bajo el fino bigote. Sintió que se le oprimía el pecho, también calor. Estaba intranquilo. La sonrisa hipócrita debajo del recortado bigote, la satisfacción de Él, la oscuridad, era como si algo estuviese mal. Pero no sabía qué.
Algo se le escapó de la conversación. Había cometido un error, seguro era eso. Quizá, en el fragor de la discusión, dijo algo que no debía… algo que lo delataba. No, nunca mencionó que tenía reuniones con los otros, sólo mencionó que les daba largas cuando le pedían entrevistas. Aunque la música sonaba: “…yo quisiera que sepas, que nunca quise así…”, la dejó de escuchar. Sólo oía sus pensamientos. Afuera había demasiado silencio, demasiado de algo. Su pulso, no se dio cuenta, iba a la velocidad del vehículo, muy rápido, bajando, por estrechas curvas y rectas cortas para toparse con la curva siguiente. Era como viajar sobre el cuerpo de una serpiente zigzagueando velozmente en la oscuridad. Pero había mucha calma a su alrededor y, en sus adentros, se sentía confundido, incómodo, inquieto. De pronto lo notó. Cuánta calma… y supo qué se le había escapado. Todo había estado mal desde el cambio de actitud de Él, no, desde el principio, de ahí venía el problema. No debió ir, fue una trampa. La mirada de ese hombre tenía determinación, como la de una decisión tomada.
Mientras tanto, Aureliano dejó de acelerar, pero llevaban velocidad. En ese momento Fortino volvió a la realidad presente y notó que su pulso acompañaba cada vez más la rapidez con la que viajaban. Fue consciente del movimiento del coche y del sofocante calor que sentía dentro de su traje. Sus latidos eran golpes que sentía en los oídos. La siguiente era una curva ancha que descendía más, luego una más pronunciada y… Fortino levantó la vista y contuvo la respiración, incluso sintió cómo Aureliano hacía lo mismo mientras sus manos apretaban el volante y sus pies pisaban el freno con violencia; los ojos de ambos se abrían de par en par.
Apenas si les dio tiempo de gritar. Y si alcanzaron a producir sonido, nadie los escuchó. En medio del tramo carretero Cerro Azul-Naranjos, en Veracruz, un autotanque, previamente desenganchado del tractor, estaba atravesado bajando la curva. El impacto del auto contra la cisterna no dejó sobrevivientes, los cadáveres hallados e identificados por sus familiares no dejaban lugar a la duda. Un accidente fatal por la imprudencia del conductor que manejaba a exceso de velocidad o eso dijeron en los periódicos. Casualmente, no hubo otros automóviles circulando en el momento del accidente. Un accidente más en las carreteras mexicanas del año 1974.