Un detective entre La Habana y Veracruz

Un detective entre La Habana y Veracruz

Arturo E. García Niño
Instituto de Investigaciones Histórico-Sociales, Universidad Veracruzana

En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 68.

Un robo en alhajas por 67 000 dólares en 1919 habla de un hurto millonario. Esto ocurrió en La Habana, en casa de un senador prominente. La historia llevó a México a donde los ladrones llegaron para deshacerse del botín. Los vínculos políticos y un investigador avezado comprueban cómo en estos casos se puede resolver con éxito un delito.

C. B. Waite, Vera Cruz, ca. 1904. Biblioteca DeGolyer, Universidad Metodista del Sur, EUA, Flickr commons.

El detective Eduardo Ongay arribó a los muelles veracruzanos la tercera semana de junio de 1919, procedente de La Habana, Cuba, según dio a conocer El Dictamen. Diario Independiente de Veracruz, el día 20. Amparado en la cooperación binacional establecida desde 1902, cuando se inauguraron las relaciones diplomáticas entre su país y México, llegó en misión oficial, tras la pista del español Ernesto Villar Muñoz, durante algún tiempo “ayuda de cámara” de Ricardo Dolz y Arango, representante de la provincia de Camagüey y presidente del Senado cubano, a quien le había robado un lote de alhajas.

Escabullido y oculto unos días en casas y hoteles de La Habana, Villar Muñoz huyó en cuanto pudo con destino al puerto de Veracruz, donde le esperaban un compatriota y dos mujeres mexicanas, quienes lo recibieron en el muelle al descender por la escalinata del navío.

Ya fuera de las instalaciones portuarias, el trío se repartió el botín para venderlo y, sabedores de que las autoridades cubanas iban tras quien había burlado la confianza del doctor en derecho civil y canónico, fueron ofreciendo, con la mayor discreción posible, los collares, cadenas, anillos, gargantillas, brazaletes, esclavas, medias cañas y relojes, al través de algunos contactos en la ciudad y en poblados cercanos; y, directamente con los escasos porteños y porteñas que por entonces querían y podían comprar tales productos, sin importarles ni cuestionar su procedencia.

La visita del detective compartió espacio noticioso ese 20 de junio –cinco semanas después de inaugurado el puesto de moda Balneario y Salón de Fiestas Villa del Mar, cuyos anuncios publicitarios aparecían en El Dictamen– con la denuncia que días atrás Magdalena Sarabia Martínez y Emilia Gómez, representantes de un grupo de trabajadoras del molino de nixtamal “La Molina Fronteriza de Monterrey”, apoyadas por los anarcosindicalistas Úrsulo Galván y Herón Proal, habían hecho ante la Junta Municipal de Conciliación contra el administrador de la empresa por despidos arbitrarios, malos tratos y condiciones laborales inhumanas, exigiendo el reconocimiento de su organización sindical y amenazando con irse a huelga.

Tanto los hechos relacionados con el caso de las joyas robadas y la lucha de las molineras –primera en la ciudad por demandas de género y cuyo sindicato sería reconocido en 1923 para mantener, hasta bien avanzada la década de 1940, sus batallas gremiales– aparecerían cotidianamente alrededor de quince días más en las páginas del diario porteño autodenominado, años más tarde, “decano de la prensa nacional”.

Desde su llegada, el detective Ongay –de quien aún no sabemos si se presentó como miembro de la policía o como un pionero detective privado habanero, contratado exprofeso para el caso– contó con el apoyo de las autoridades municipales, estatales y federales, mismas que fueron alertadas con tiempo respecto de que el detective iría tras el autor del delito cometido contra el senador cubano Dolz y Arango.

El también exrector y profesor de la Universidad de La Habana era un reconocido autor de varios tratados de jurisprudencia y libros de abogacía y política. Como presidente del Partido Conservador Nacional escribió El proceso electoral de 1916, alegato de 40 páginas dirigido al secretario de Estado de la República de Cuba, fechado el 20 de abril de 1917 y editado el mismo año para responder al pronunciado por su colega Alfredo Zayas, presidente de la Asamblea Nacional del Partido Liberal. Era también miembro del Tribunal Internacional –antecedente de la Corte Internacional de Justicia con sede en La Haya, Países Bajos.

Detenidos

Los apellidos Dolz y Arango, aunados a la estrategia diplomática “carrancista” esbozada desde 1913, debieron influir en la disposición cooperativa sin cortapisas de las autoridades mexicanas hacia las tareas de Ongay. Al llegar, el detective se encontró con una parte del alijo de joyas robado, porque muchas piezas las habían vendido Villar Muñoz y sus tres cómplices iniciales (sus nombres permanecen hasta hoy en la anonimia) antes de partir noches atrás de la terminal ferroviaria de Veracruz y amanecer en San Lázaro, ciudad de México. Los cuatro, según los reportes entregados a Ongay por la policía mexicana, habían desayunado cerca de San Lázaro antes de hospedarse en el Hotel Alhambra.

La noche de su arribo al puerto Eduardo Ongay siguió un camino idéntico al de los antes huidos desde Veracruz hacia la capital, donde, ya alertada, la policía había descubierto a los presuntos delincuentes, a quienes, junto con el detective cubano, les cayeron por sorpresa en sus habitaciones el 19 de junio. Detuvieron a Villar y a las dos mujeres, pero el tercer cómplice se esfumó en la ciudad que por entonces habitaba un millón de personas, aproximadamente.

Arrestado el trío se comprobó que faltaban unos 40 000 dólares en joyas. Luego, como resultado de la información aportada por Villar en el interrogatorio, a las 24:00 horas del 20 de junio un pelotón de gendarmes detuvo en el puerto de Veracruz al francés J. Bergeron Duval, dueño de la cantina “El Montecarlo”, de varias accesorias y patios de vecindad.

Interrogado el francés fue liberado al comprobarse que sólo estableció vínculos con Villar como propietario de una cantina y casa teniente, y no por asuntos delincuenciales. Aunque dada su mala fama prevaleció la duda de si había adquirido o contribuido a vender alguna de las alhajas, no se le siguió interrogando –tres años después sería acusado de padrote por un grupo de trabajadoras sexuales durante el movimiento inquilinario veracruzano–. Sí fueron interrogados otros veracruzanos, entre ellos Regino Monteverde, dueño de la aún joven pero ya prestigiada casa comercial “La Palestina”, quien había adquirido dos relojes de oro de 18 quilates, los cuales tuvo que devolver sin hacerse público el monto pagado por ellos.

La ruta del robo

Ernesto Villar Muñoz llegó a Veracruz desde la capital de la república el 21 de junio a bordo de “El Mexicano”, ya en calidad de preso con destino final a la isla de Cuba. En tanto que Ongay continuaba su pesquisa, con apoyo de la gendarmería, para dar con un hombre a quien el ladrón le había entregado alhajas por alrededor de 27 000 dólares. Otro de sus compinches, Raymundo Gómez, alias “El Aragonés”, corredor de una parte de las alhajas divididas en lotes diseminados en ciudades y pueblos del estado, así como en España –envió allí dos relicarios con 27 diamantes incrustados en cada uno de ellos–, fue capturado el día 23 afuera del restaurant y hotel “El Puerto de Veracruz”.

Siguiendo el camino de los relicarios se descubrió que habían cruzado el Atlántico mediante el pago de un giro por 2 500 pesos a través de los banqueros Lacaud e Hijo, quienes se anunciaban como Members of American Banquer’s Association y tenían sus oficinas en Independencia 17, avenida principal del puerto veracruzano. El nombre del destinatario, sabido de todos los involucrados, no fue dado a conocer al público. Sí fue y es sabido que, durante todo el affaire de las alhajas, Bartolomé Carrillo, canciller encargado del consulado de la República de Cuba en Veracruz –México y Cuba no establecerían sus primeras embajadas sino hasta 1923–, estuvo al tanto de las acciones llevadas a cabo por Eduardo Ongay y gestionó la abierta y decidida colaboración del gobierno constitucionalista mexicano.

Al paso de los días, Ezequiel García Enseñat, ministro de Relaciones Exteriores de Cuba, solicitó a su par encargado de despacho en la secretaría de Relaciones Exteriores, Salvador Diego Fernández, la extradición de Ernesto Villar Muñoz, cuando el detective Ongay estaba ya de vuelta en La Habana. Había cumplido con solvencia la encomienda sin preguntarse, como nadie lo hizo, de qué tamaño era la fortuna de ese senador, y poseedor de alhajas con un valor superior (según lo conocido, sin contar los dos relojes devueltos, los dos relicarios enviados a España y lo vendido a sabrá quiénes) a los 67 000 dólares de aquellos tiempos. Como tampoco nadie se preguntó cómo había obtenido tal fortuna.

Entretelones del caso

Varios aspectos donde se entrelazan política y vínculos sociales explican el éxito fulminante del detective Eduardo Ongay. Por un lado, que el primero de junio de ese 1919, Álvaro Obregón, exsecretario de Guerra y Marina entre 1916 y 1917, diera a conocer su decisión de contender por la presidencia de la República. Obregón era un conocido de Cuba, donde estuvo entre septiembre y octubre de 1917, después de dejar el cargo, para promover su empresa “Álvaro Obregón Producción y Exportación”. En segundo lugar, contribuye el hecho de que Rafael Guízar y Valencia, con un pasado de destierro en Cuba, fuera designado recientemente quinto obispo de Veracruz.

Los vínculos culturales, comerciales y políticos entre Veracruz y La Habana venían de muy lejos. Las relaciones diplomáticas oficiales, establecidas desde 1902 se habían cimentado con la llegada a la presidencia de Venustiano Carranza, quien consideró a Cuba desde el inicio de su lucha por el poder como un punto estratégico importante para la consecución de armas, para hacer la revolución en el sureste mexicano y, en lo internacional, mantener una representación oficial que le permitiera reconocimiento como parte beligerante al ejército constitucionalista en la pugna con las otras facciones revolucionarias. “Desde… 1913 [dice Indra Labardini Fragoso], hasta la muerte del Primer Jefe en 1920, la facción constitucionalista actuó de acuerdo con una concepción geopolítica… el interés… por Cuba estuvo marcado por los beneficios políticos que podían obtener de la ubicación geográfica de la isla, así como de la relación especial que esta mantenía con los Estados Unidos”.

Ese interés y cuidado del gobierno encabezado por Carranza en las relaciones con el gobierno cubano, sumado a que Dolz y Arango era miembro por vías materna y paterna de la elite política e intelectual de la isla, jugaron su baza en el caso del hurto del lote de alhajas. La familia era importante y reconocida no sólo por el senador, sino también por su hermana María Luisa, precursora en la lucha por los derechos de la mujer y la educación física, promotora de servicios educativos para los sectores menos favorecidos –entre ellos los presos y presas–, fundadora del primer colegio de segunda enseñanza para mujeres –el “Isabel La Católica”, que luego llevaría su nombre– y autora, entre otras obras, de La participación de la mujer en las ciencias y las artes, La reivindicación de los derechos de la mujer, La mujer en la historia y Desventajas de la obrera. Otro de los hermanos, Eduardo, fue abogado y político dirigente del Partido Reformista, integrante del Conservador Nacional, diputado por Pinar del Río y ministro de gobierno.

Tales circunstancias actuaban en los entretelones en que se insertó y desarrollo el caso en cuestión, determinando, primero, que el detective Eduardo Ongay tuviera en México todas las facilidades y la cooperación gubernamentales para perseguir al ladrón Ernesto Villar Muñoz, extraditarlo y recuperar parte de las alhajas. En segundo lugar, porque al ser Ricardo Dolz y Arango un prominente integrante de las elites política e intelectual de su país, permitió y facilitó al gobierno cubano actuar de manera expedita y decidida, valiéndose de los recursos financieros y diplomáticos necesarios para la investigación de Ongay. Es posible que, de no haberse conjuntado dichas circunstancias locales e internacionales, el caso no hubiera trascendido ni se habría resuelto con tanta rapidez y eficacia.

PARA SABER MÁS:

  • Labardini Fragoso, Indira, “Cuba en la estrategia de la política exterior carrancista”, tesis de Maestría en Historia Moderna y Contemporánea, Instituto Mora, 2019, en https://goo.su/qylX
  • Hernández Galanao, Yamilet, “Réquiem por María Luisa Dolz. Pedagogía y discurso femenino en Cuba (1854-1928), Espacio Laical, 2016, en https://goo.su/9kCfwg

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