Un Ángel para la nación

Un Ángel para la nación

Ana Buriano C. / Instituto Mora

BiCentenario #9

“El día que Madero entró hasta la tierra tembló” fue la tonadilla que acuñaron las decenas de miles de habitantes de la Ciudad de México que fueron a recibirlo el 7 de junio de 1911. Los capitalinos lo recordaban como el temblor más intenso del que tenían memoria. Algún derrumbe se produjo en un cuartel de artillería por la Ribera de San Cosme, hubo cuarteaduras en edificios públicos y en muchas casas de Santa María la Ribera, uno de los barrios más dañados. Sin embargo, el  “temblor Madero” quedó opacado por el sismo social que sacudía al país y produjo quizá menos especulaciones que el pasar del cometa Halley, poco más de un año antes.Captura de pantalla 2013-09-27 a las 15.10.45

Pese a la intensidad del movimiento la majestuosa columna conmemorativa, rematada en su capitel por una Victoria alada recubierta en oro, que se había inaugurado poco más de ocho meses antes, se mantuvo incólume. El monumento con el que Porfirio Díaz había querido coronar las fiestas del Centenario de la Revolución de Independencia se mostró más sólido a las trepidaciones telúricas y sociales que el régimen que lo creó. Quizá lo mantuvo enhiesto su juventud, quizá los suelos del centro de la capital todavía no se habían erosionado con la extracción de las aguas del subsuelo que el desarrollo urbano les impondría luego. Cierto es que el Ángel de la Independencia correría con menos suerte la madrugada del 28 de julio de 1957, cuando un nuevo terremoto lo hizo vacilar, caer al vacío y estrellarse contra el Paseo.

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Las festividades patrias del año siguiente lo volvieron a situar en su posición, una vez reconstruido y reforzada la columna que lo sustenta, cuya última restauración se realizó en 2006. La belleza y simbolismo que conjunta, en medio de una avenida especialmente diseñada con un propósito político, lo han hecho portador y referente de la nación, aun más allá de la propuesta que le dio origen.

Los festejos del Centenario

Las ceremonias conmemorativas del Centenario fueron deslumbrantes. Instituciones, congresos, exposiciones, edificios, avenidas, monumentos, adornos urbanos con luz eléctrica, monedas y medallas conmemorativas, todo confluía para proyectar al mundo la imagen de un México moderno y progresista, asentado en la paz; cosmopolita pero al mismo tiempo portador de una tradición histórica que hundía sus raíces en una de las más altas civilizaciones americanas.

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Aunque los festejos se extendieron más allá del mes de septiembre de 1910, la verdadera apoteosis se concentró  en los días festivos de la agenda cívica. Cuentan las crónicas que el 14 de septiembre una gran procesión avanzó desde la Alameda a la Catedral y depositó flores en la tumba donde estaban sepultados los héroes. El 15 se realizó el desfile histórico marcado por la visión evolucionista que la intelectualidad del régimen tenía sobre la historia patria; desde la Plaza de la Reforma, donde estaba situado entonces El Caballito, y a lo largo de la avenida Juárez, arribaron a la Plaza de la Constitución grandes contingentes que representaban las tres eras progresivas que había vivido la patria y la habían conducido a las glorias del presente porfiriano: la Conquista, la Colonia y la Independencia. Cada una de esas etapas fue representada por numerosos cuadros vivos a pie, a caballo y en carros alegóricos que involucraron algo así como cinco mil personas. Como una especie de “clase de historia en vivo”, definen los especialistas a estas multitudes que caminaron por las enjaezadas y modernizadas calles de la ciudad. Los organizadores de la coreografía del desfile, la Comisión Nacional del Centenario de la Independencia, deseaban, con el espíritu cientificista de que estaban imbuidos, que las escenas reprodujeran  los momentos de manera auténtica y  ajustada a la verdad histórica . Por ello, debieron acudir a los gobernadores de Oaxaca, San Luis Potosí, Tlaxcala, Morelos y Chiapas para solicitarles que les enviaran indios, entre ellos algunas mujeres hermosas y a las organizaciones hispanistas para que colaboraran con los tipos físicos españoles. El mestizo glorificado por Justo Sierra no era problema; lo provenía la patria, porque era la raza nueva y superior que condensaba en sí las virtudes de los polos originarios y se encargaba de reconciliar a conquistados y conquistadores. Cien anos después se soldaban así las rupturas que se conmemoraba.

Ahora bien, no se trataba de que la ciudad de México careciera de sus propios pobladores originarios, pero el higienismo consustancial al darwinismo social porfiriano decidí ocultarlos a la mirada de las delegaciones extranjeras. Se les prohibió circular por la ciudad a menos que lo hicieran vestidos adecuadamente y no con calzón de manta y guaraches, como acostumbraban. Por ello fue necesario pedir el préstamo a los estados. Aunque se intentó disciplinar y blanquear sus  ostumbres los sectores populares tuvieron presencia: se habla de más de 50 mil asistentes. No  puede negarse, pues, que las conmemoraciones contribuyeron a extender en ellos, los sentimientos de identidad de lo mexicano.

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Don Porfirio dio el  “grito  en la noche de su cumpleaños, en un Zócalo iluminado con luz eléctrica y fuegos artificiales. En medio de la verbena popular se escucharon algunas vivas a Madero y circularon unas fotos del personaje barbado, pero la prensa oficialista no lo dijo, sino que exaltó la belleza de la ciudad que lucía como una piedra preciosa.

El 16 de septiembre, día de los festejos oficiales, fue apoteósico. El historiador Carlos Martínez  Assad recoge los detalles de la ceremonia: la máxima soleada; las esposas de los altos funcionarios luciendo chalinas con los colores patrios; el cuerpo diplomático y los delegados extranjeros, el gabinete, la banda de la policía, las grandes banderas, los escudos y Porfirio Díaz llegando e instalándose en un pabellón-tribuna efímero, pero grandioso donde la oratoria fue extensa. Antonio Rivas Mercado, el autor de la columna la describió a detalle. El subsecretario de Gobernación Miguel Macedo y el diputado y poeta Salvador Díaz Mirón, quien declamó un himno a la patria, arrancaron aplausos. Un gran desfile militar avanzó por el Paseo de la Reforma hasta el Palacio Nacional luego que don Porfirio inaugurara de manera solemne el monumento a la Independencia y se interpretara el himno nacional.

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PARA SABER MÁS:

  • MANUEL AGUIRRE BOTELLO, “La columna de la Independencia: ciudad de México” en Mexico Maxico [en línea], www.mexicomaxico.org.
  • KATHRYN S. BLAIR, A la sombra del Ángel, México, Santillana, 2010, 3. ed.
  • MAURICIO TENORIO, Historia y celebración: México y sus centenarios, Barcelona, Tusquets, 2010.
  • Consultar “Columna del Ángel de la Independencia, Ciudad de México” en http://www.flickr.com/photos/acuarela08/3432771505/
  • Ver Memorias de un mexicano, Salvador Toscano, 1950. 110 min. (Ed. en DVD, 2010)