La Cuaresma en el Siglo XIX. Tiempo de rezos y regocijos

La Cuaresma en el Siglo XIX. Tiempo de rezos y regocijos

Francisco Durán.

En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 3.

La Dolorosa
La Dolorosa

La independencia que México obtuvo en 1821 no cambió las arraigadas tradiciones religiosas que la época colonial había impuesto en la vida social del país. Previo a la Cuaresma, que para la iglesia católica es la temporada de penitencia y recogimiento preparatoria a la Semana Santa, se celebraba el carnaval, fiesta de las carnestolendas o carnes toleradas, días dedicados a la diversión y al exceso. En los festejos callejeros del carnaval se quebraban cascarones de salvado, de miel o de aguas pestilentes, mientras la gente bien educada lanzaba flores, aguas de olor y agasajos, que era lo que hoy conocemos como confeti, hecho de diminutos trocitos de papel de colores, mezclados con partículas de oro volador.

Guillermo Prieto en Memorias de mis tiempos se refiere a los desfiguros horribles que hacía el populacho en los días de carnaval y describe el paseo al que concurría la ciudad entera, alegre y vestida de gala para presenciar las vistosas carretelas portando damas coronadas de plumas y llenas de encajes, caballeros fantásticos con lucidos arreos, y suntuosas comparsas bromistas y alborotadas que eran recibidas en algunas casas llenas de luz, flores y mujeres que engalanaban los salones, entre cascos y plumas, cucuruchos de polichinelas, chambergos y gorros. También el escritor Manuel Rivera Cambas en su México pintoresco, relata cómo en la Ciudad de México se disfrutaba del carnaval: cada casa de vecindad es una confusión; se visten los muchachos con máscaras de grueso cartón y hay grandes combates en que los proyectiles son huevos llenos de harina o aserrín. no era esa fiesta al estilo sambódromo de Brasil que hoy conocemos, sino una festividad menor y prácticamente de barrio.

La Cuaresma, en cambio, era tiempo de ayuno, penitencia y sacrificio, guardada con mucho respeto y con todas las reglas que la iglesia católica determinaba. Era una tradición religiosa, política y social que se observaba muy estrictamente y que perduró hasta el siglo XX en que los días santos se conmemoraron en el sentido de la tradición cristiana. El miércoles de ceniza, los santos de las iglesias vistiendo ropas moradas, los viernes de sopa de habas, o de lentejas y pescado; sacrificios, ayuno y rezos. así transcurrieron en el siglo XIX y transcurrían en el XX, los cuarenta días previos a la Semana Santa, destinados a rememorar el ayuno de Jesucristo en el desierto, antes de padecer la muerte en la cruz.

El ayuno era cosa seria pues implicaba dejar de comer entre comidas, y válganos recordar que en aquel entonces se hacían cinco de rigor como cuenta García Cubas: desayuno, almuerzo, comida, merienda y cena, sin mencionar los tente en pie que se podían hacer entre horas, como el obligado chocolate en la tarde, acompañado con algún pan de huevo, galletas o simplemente pan birote o de pulque, para sopear a gusto la espumosa bebida, que como reza el refrán: si como lo menea lo bate, que sabroso chocolate.

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