Editorial #25

Editorial #25

Revista Bicentenario. El ayer y hoy de México, núm. 25.

BiCentenario25-Imprenta Final Forros_Page_1 (467x640)

A principios del siglo XIX el ferrocarril arrastrado por locomotoras de vapor comenzaba sus primeras pruebas en Inglaterra. La tecnología le daba la mano al incipiente desarrollo industrial que necesitaba trasladar mercancías por tierra en grandes volúmenes de una manera más eficiente y rápida. Su desarrollo fue creciendo a lo largo de las décadas siguientes hasta que después de la segunda guerra mundial la creación de carreteras y autopistas frenaron sus años dorados, especialmente para el transporte de pasajeros. Hoy parece revivir en México de la mano de algunos proyectos e iniciativas concentrados en el Distrito Federal y sus vínculos con ciudades cercanas. Pero los trenes mexicanos forman parte de las postales de un rico esplendor del país hace ya más de un siglo. Las imágenes de la revolución mexicana y el valor que tenía por entonces el ferrocarril han recorrido el mundo.

El México independiente del siglo XIX había querido entrar con fuerza en el progreso siguiendo el espejo europeo. Y el ferrocarril, lo supo Benito Juárez como también antes Maximiliano de Habsburgo, era un arma imprescindible. Impulsar la conexión de la capital con el puerto de Veracruz resultaba estratégica para insertar al país en el mundo. Juárez lo hubiera hecho realidad, pero la muerte se lo impidió y quien se llevaría los oropeles en 1873 sería el gobierno de Lerdo de Tejada, al inaugurar el servicio. Llevarlo a cabo tuvo como protagonista a un inglés desconocido que llegó a México casi por casualidad y terminó por ser un puente para las deterioradas relaciones diplomáticas del país con Inglaterra. Joseph Hucks Gibbs, uno de los hermanos de la familia propietaria de la compañía inglesa encargada de la construcción de la línea ferroviaria, logró con su empuje e integración con México, que aquel proyecto con más de tres décadas de buenas intenciones se concretara

De ese paso de cerca de seis años de Hucks Gibbs por tierras mexicanas nos da cuenta la portada elegida para esta edición 25 de BiCentenario. El joven director era un buen jugador de cricket que se supo relacionar con los hombres de poder en el país –hablaba un español fluido- para hacer negocios. Concretó el primer trazado ferroviario, pero también instaló con otra de sus compañías los primeros faroles de gas en la ciudad de México. Cuando tuvo que dejar México por una enfermedad, ya poco se supo de él, pero en su legado queda el aporte que brindó a la entrada del país en el progreso de la época.

Distintos personajes que contribuyeron a darle identidad y vida a México se van integrando como en cada nueva edición a estas páginas de la revista. Fray Melchor de Talamantes es un hombre que nacido en Perú, y poco recordado en la gestación de la independencia de Nueva España, llegó aquí para participar decididamente con ideas y documentos embrionarios. Si bien se ha dado cuenta de las actividades de Francisco Primo de Verdad y Juan Francisco Azcárate y Ledezma, poco se sabe de este orador influyente, de ideas revolucionarias para entonces y al cual el activismo le terminó por costar la pérdida de su libertad.

En sus antípodas, otra figura destacada de la Iglesia, el padre Francisco Javier Miranda y Morfi, ligado al Partido Conservador y en sus inicios políticos al dictador Antonio López de Santa Anna, fue un prominente impulsor del intervencionismo francés. En una carta de 1863 enviada a la prensa, y que aquí recuperamos, relata su viaje a Trieste junto a una comisión de monarquistas para solicitar a Maximiliano de Habsburgo, que gobernara México. El texto, que describe la vida en palacio del archiduque y su admiración por él, relata también el trato que recibieron en el castillo de Miramar y hace una encendida defensa política frente a los críticos de aquel viaje.

La corta infancia de Justo Sierra Méndez en Campeche nutre también estás páginas de BiCentenario, al igual que la influencia que aportó entre los pintores mexicanos el español Joaquín Sorolla al cumplirse el centenario de la independencia del país. La publicidad, tan invasiva en la actualidad, tuvo un interesante antecedente que aquí retratamos allá por fines del siglo XIX cuando firmas francesas y estadunidenses se insertaban en el mercado local con la promoción de productos destinados a sostener un alto umbral de belleza tanto para mujeres como para hombres. Entre los aportes científicos rescatamos el trabajo de Joaquín Gallo y un grupo de investigadores que se prepararon durante seis años para observar y obtener conclusiones de los escasos tres minutos y medio que duró el eclipse solar de 1923.

La revolución mexicana también está presente en este número de la publicación con un análisis de las distintas monedas y billetes que Francisco Villa acuñó e imprimió durante su gobierno en Chihuahua y un corto tiempo del conflicto armado. Algunas de aquellas monedas aún quedan, para regocijo de coleccionistas. El jefe revolucionario también se encuentra presente en las vivencias que relata Regino Hernández Llergo de una entrevista que le realizara durante diez días, donde descubre una personalidad diferente a la imagen negativa de Villa que se relataba por entonces. El testimonio del periodista, que describe también las dificultades de sus charlas con los generales Plutarco Elías Calles y Lázaro Cárdenas, nos revela una figura inquieta y destacada para comprender al periodismo del siglo pasado en México.

Otros textos ilustran el último número del año de BiCentenario. Quedan para el descubrimiento de los lectores.

Darío Fritz